Mary Walton llevaba la forma de una mujer entre los cuarenta y cinco y los cincuenta, y vestía al modo de una mujer de esa edad; pero advertí por los otros indicativos (el movimiento de los ojos, la risa, la postura) que en realidad era mucho más joven de lo que parecía. Eso me intrigó. ¿Por qué querría nadie escoger deliberadamente una forma mayor que su verdadera edad?
Mientras la observaba, tuvimos un pequeño problema con el personal, y tuve que mirar hacia otra parte. Pero en cuanto pude, fui al lugar donde la había visto por última vez, junto al gran expositor del gorgosauro. Todavía estaba allí… intentando escalar la cerca. Si hubiera tenido éxito… el animal era carnívoro, de cuatro metros de altura y dos toneladas de peso.
Llegué justo a tiempo de sacarla de allí. Y de arrestarla. Y luego de presentarme.
Me dijo que era actriz y que lo hacía por la publicidad. Supongo que supe, justo desde ese momento, que estaba loca. Insana, desesperanzadamente ajena a la realidad.
No supuso ninguna diferencia. Otros dirán que Mary era anticonvencionalmente atractiva, que escogió deliberadamente parecer exótica y un poco peculiar. Cuando vivía un papel (no los interpretaba, los vivía), podía cambiar de forma a cualquier edad y hacer cualquier cosa que considerara adecuada para el personaje. Algunas eran extrañas, a veces repulsivas.
Como digo, para mí no supuso ninguna diferencia. Desde el primer momento en que me miró desde la cerca, cuando la tenía agarrada por la pierna y tiraba de su larga falda gris, estuve perdido. Yo estaba estropeando su argucia publicitaria, pero no pareció molesta. Me sonrió, con la cabeza ladeada y aquel ridículo sombrito gris con una pluma en el ala, y el pelo rubio y rizado asomando por debajo…; era rubia natural, aunque prefería los papeles en que tenía que ser morena. Y entonces se quedó fláccida, y cayó de lo alto de la cerca con aquel anticuado vestido gris y me derribó al suelo.
Estaba destrozado antes incluso de levantarme, y lo sabía; pero no habría hecho nada al respecto. Nunca he podido dejar que la gente sepa lo que siento. Lo he racionalizado, hasta el punto en que normalmente no me molesta. A menudo, insisto en que es una virtud. Pero no esta vez. Quería a Mary, pero Mary era una perspectiva inaccesible.
No fue sólo mi incapacidad de hablar. Yo sabía, aunque ella no, que la triplicaba en edad. Sólo por eso ya habría sido todo imposible. No para Mary. No me di cuenta en aquel momento, pero ese tipo de cosas no le importaban nada. Estaba completamente inmersa en su propio mundo, y ese mundo estaba tan lejos de la realidad que la edad no era ni siquiera una variable. Cuando averiguó mi edad, solamente dijo: «Bueno, eso significa que tendré al menos cincuenta años de ti, en vez de cien.»
¿Cómo se responde a algo así?
Si eres listo, ni siquiera lo intentas. Agarras la oportunidad (sólo aparece una vez) y le sacas el mejor partido posible.
Ese primer día, empecé a arrestarla. Me convenció de lo contrario en unos dos minutos y me llevó a su apartamento. Nunca me marché.
En ese momento no imaginaba lo enferma que estaba de la cabeza. Eso lo descubrí poco a poco, a medida que intimamos. Tal vez era mucho más obvio para los demás que para mí. Siempre tuve puesta la venda… todavía la llevo. Cuando un viejo amigo mío, Park Green, vino a visitarme desde la Luna, fuimos a ver una de las actuaciones de Mary. Le pregunté qué le parecía, y él sacudió la cabeza y dijo que era buena, pero que podía ver el cráneo bajo la piel. Le odié por eso y nunca se lo dije a Mary; pero tenía razón.
Tal vez fuera eso lo que la limitaba como actriz. Podía interpretar dramas, o comedias artificiales y manidas, o farsa… era una maravillosa comediante, pero no le importaban mucho esos papeles. Lo que no podía interpretar era a personas sencillas, porque no había dentro de ella nada sencillo sobre lo que pudiera construir. Siempre estaba ocupada, siempre trabajando, pero al final sé que se decepcionó con su reputación.
Verá, creo honestamente que fui bueno para Mary. En los años que pasamos juntos nunca tuvo que buscar tratamiento oficial. Había veces en que se volvía impredecible, y cuando eso sucedía yo dejaba todo lo que estaba haciendo y me quedaba constantemente con ella. Y se recuperaba. Pero esos episodios se volvieron más y más frecuentes, y más y más severos.
Cuando me dijo de repente, con sólo un día de antelación, que se iba a un crucero lunar, me sentí complacido. Mary siempre estaba mejor cuando tenía un nuevo entorno que estudiar, algo fresco que la desafiara. Las multitudes la perturbaban cada vez más… un extraño presagio para una actriz, aunque no lo capté. La Luna le ofrecería paz y un cambio de ritmo.
Se fue. Llamó una vez, para decir que no iba a volver, que se dirigía al Sistema Exterior. Y eso fue todo.
Yo me quedé destrozado.
Cuatro meses después, el Bailarín apareció por primera vez. Y me desmoroné por completo.
Bey se arrellanó en su asiento y miró a Leo Manx.
—¿Bien?
—Bien. —Manx examinaba sus archivos—. Muy bien.
—¿Tiene suficiente?
—Cielos, no. —Manx mostró su incredulidad—. Esto es un principio… la primera iteración. Ahora tal vez podamos empezar a aprender algo sobre usted y su relación con Mary. Déme otro par de días. Entonces tal vez sea el momento de preocuparnos por su amigo el Bailarín.
6
La entropía es información perdida.
La entropía es información.
La entropía son residuos.
Un cuarto del camino hasta el borde de la Nube Oort no parecía demasiado lejos. Llámenlo veintiséis mil unidades astronómicas, y se convierte en algo más sustancial. Llámenlo cuatro billones de kilómetros; entonces era un número inconcebible, pero no más que un número.
Para apreciar la distancia de la Tierra a la Cosechadora Opik era necesario tener sensores directos. Bey Wolf miró hacia el camino por el que habían venido y buscó el Sol.
Allí estaba. Pero era el Sol disminuido, el Sol sin disco discernible, el Sol reducido al puntito brillante de Venus en una helada noche terrestre.
«El elemento del fuego se extingue. El Sol se pierde, y la Tierra, y ningún hombre sabe hacia dónde orientarse en su búsqueda.» Bey, todavía contemplando el camino por el que habían venido, no obtuvo ningún consuelo de las antiguas palabras y ansió la cómoda familiaridad del Sistema Interior. A su lado, Leo Manx miraba en dirección opuesta, escrutando las estrellas que tenían delante.
—¡Eh! ¡Ya llegamos! ¡Diez minutos más y estaremos en casa! —Ya se había cambiado el traje suelto de viaje por un mono amarillo claro. Sus brazos y piernas sin pelo sobresalían de él como los miembros de un gigantesco grillo articulado—. Allí, señor Wolf. ¿La ve ahora? ¡La Cosechadora!
Hablaba como si acabara de ver la Cosechadora Opik por primera vez, pero ya se la había señalado a Bey una hora antes, cuando era un punto oscuro que ocultaba un diminuto grupo de estrellas. Pero ahora, mientras la enorme masa se acercaba, titilando con débiles luces de superficie, su excitación aumentaba.
Bey siguió el dedo. Para unos ojos habituados a las imposiciones de la gravedad, la forma de la Cosechadora era difícil de comprender. Una docena de esferas unidas por medio de los lazos invisibles de campos electromagnéticos formaba un conjunto central cuya configuración cambiaba constantemente. Brazos largos y curvos se extendían desde el nexo central, tendiéndose como un puente sobre un golfo que no tenía fin. Las vigas y antenas finales de esos brazos se hacían gradualmente más finas y menos sustanciales, perdiéndose tan lentamente en el vacío que sus extremos no podían verse.