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Según Leo Manx, la gran esfera central medía unos treinta y cinco kilómetros de diámetro. Bey no pudo verificarlo. Era imposible hacerse una idea de la escala a partir de los rasgos principales de la Cosechadora. Toda la estructura había sido construida por máquinas autorreplicantes de tamaños muy diversos, y diseñada para ser dirigida por ellas. Los humanos, los últimos en llegar, habían ocupado las Cosechadoras sólo cuando se añadieron al final los sistemas de soporte vital.

El impulsor McAndrew de la nave había sido desconectado dos horas antes, lo que acabó con la señal de silencio introducida por el plasma ionizado que la propulsaba. La unidad de comunicaciones había empezado de inmediato a parlotear, urgiendo a Bey y a Manx a unirse a una conferencia que ya estaba en marcha.

Manx, contento de volver a una gravedad «decente», contempló los torpes movimientos de Bey durante unos segundos mientras desembarcaban, y luego lo aferró por el brazo.

—Agárrese con fuerza. Puede practicar más tarde.

Tiró de un ingrávido Bey a lo largo de una sucesión de corredores idénticos, todos vacíos y sin ningún signo de presencia humana.

—Casi noventa mil personas —dijo Manx en respuesta a la pregunta de Bey—. La Cosechadora es un centro importante de población en el Sistema Exterior. Unos diez millones de máquinas de servicio, imagino, aunque nadie lleva la cuenta. Fabrican las máquinas nuevas que deciden que necesitan; así ha sido desde que las primeras fueron enviadas desde el Sistema Interior. A veces me he preguntado qué habrían hecho las máquinas si la gente nunca hubiera llegado a la Nube. ¿Habrían acabado por soltar las herramientas y renunciar, o habrían encontrado alguna otra justificación para continuar modificando la Nube? Si no hubiera humanos para usar los productos biológicos de las Cosechadoras, ¿habrían considerado las máquinas necesario inventarnos?

Para alivio de Bey, alcanzaron una región de gravedad perceptible. No le agradaron demasiado las otras implicaciones de eso: debía haber cerca un núcleo blindado, y tanta energía enjaulada le hacía sentirse incómodo. Pero era bueno tener de nuevo un arriba y un abajo, aunque sólo fuera a un venteavo de ge. Siguió a Leo Manx cruzando una última puerta, y ambos entraron en una larga sala de suelo curvo.

Tres nubáqueos estaban sentados ante una mesita redonda, todos ellos vestidos con el uniforme de una sola pieza color amarillo limón.

Wolf reconoció de inmediato a la mujer que tenía enfrente. Dada la frecuencia con que aparecía en los noticiarios de la Tierra, habría sido difícil no hacerlo. Cinnabar Baker era una de las tres personas más poderosas del Sistema Exterior, y una fuerte crítico de todo lo que sucedía más cerca del Sol que del borde interno de la Nube. Su aspecto alegre contradecía su reputación. Presumiblemente tenía dentro el fino esqueleto intolerante a la gravedad de los nubáqueos, pero en su caso estaba bien recubierto. Era una mujer grande y sonriente, tal vez de doscientos kilos de peso, con una inmaculada piel blanca. Llevaba el pelo ralo bien rapado, revelando los contornos de un cráneo bien formado y de aspecto delicado. Los ojos claros y el magnífico tono de piel evidenciaban el uso regular de equipo de cambio de formas.

Se levantó y extendió una mano regordeta y moteada.

—Bienvenido al Sistema Exterior. Soy Cinnabar Baker. Soy la responsable del funcionamiento de todas las Cosechadoras, incluida ésta. Déjeme expresarle mi agradecimiento por haber accedido a venir, y permítame que le presente a mi personal. Sylvia Fernald…

—Indicó la mujer de su izquierda—, la encargada de todo el desarrollo de software y teoría de control en el Sistema Exterior. Junto a ella, Apollo Belvedere Smith (Aybee para simplificar y porque así lo prefiere), mi consejero científico y moscardón general. Leo Manx, administrador psíquico y especialista en el Sistema Interior, a quien ya conoce… probablemente demasiado bien después de su viaje juntos.

—Behrooz Wolf —murmuró Bey. Parecía bastante innecesario. Sabían quién era. ¿Cuántos extranjeros velludos había en la Cosechadora, medio metro más bajos que todos los demás y cuatro veces más musculosos? Bey saludó a los demás, calibrando instintiva e inmediatamente sus edades, aspecto original y principales cambios de forma. Encontró anomalías, puntos sobre los que reflexionar más adelante, sobre todo en el caso de Apollo Belvedere Smith, que era muchísimo más alto, fino como un alambre, y que miraba enfadado a Bey sin ningún motivo especial. Pero por el momento a Bey le preocupaba una cuestión más inmediata.

Cinnabar Baker estaba aquí, con tres de los científicos, técnicos y administradores de la Nube, cada uno al parecer experto en su campo. Habían sido convocados para ocuparse de un problema técnico: el fallo en el funcionamiento del equipo de cambio de formas. Bey había llegado a conocer y apreciar a Leo Manx, con su curioso sentido del humor y su interés compartido por la historia y la literatura de la Tierra. Sentía que se había tomado una decisión perfecta, pues Manx era la combinación adecuada de veteranía, experiencia e intelecto para trabajar con él en cuestiones de cambio de formas. Pero ¿y los demás? Tenía más sentido que Bey y Leo Manx se pusieran a trabajar directamente. ¿Por qué un consejero científico? Sobre todo, ¿por qué Cinnabar Baker? Su categoría era muy superior a lo que requería el problema.

Bey experimentó una antigua sensación, algo que había permanecido dormido en él demasiado tiempo: sospecha. Y junto con ella, el poderoso cosquilleo de la curiosidad.

—Sylvia Fernald y Leo Manx serán sus principales contactos diarios —decía Baker—. Si considera necesario viajar a través del Sistema, uno o ambos le acompañarán. Aybee suele viajar conmigo, y tengo que estar en todas partes; pero serán los primeros en recibir mi llamada de contestación. En cualquier momento que lo requieran, estará a su servicio. Ya es suficiente, Aybee. —El hombre, al otro lado de la mesa, había gruñido mostrando su desaprobación—. Ya te dije cuáles eran las reglas. Díganos lo que necesite saber sobre nuestros programas de cambio de formas, señor Wolf, y haremos todo lo que esté en nuestra mano para proporcionárselo. Bey se sentó entre Leo Manx y Aybee Smith. Quería ver más de la Cosechadora, pero eso podía esperar. Era el momento de utilizar una estrategia directa.

—Naturalmente, me gustaría hacerme una idea general de los problemas que han estado teniendo con el equipo y los programas de cambio de formas. Pero ésa no es mi primera prioridad. Todos se quedaron mirándolo, sorprendidos. —Me gustaría saber qué está pasando aquí —continuó—. No creo que me lo hayan contado todo. Hay factores que no se me han descrito. —Captó la rápida mirada de Cinnabar Baker a Leo Manx, que sacudió levemente la cabeza—. Debo saber cuáles son. Apollo Belvedere Smith emitió un gruñido de aprobación. —Eh. Yo no quise traerle, pero tal vez pueda hacer algo útil después de todo. —Se volvió hacia Baker—. ¿Tenía yo razón o no? Se ha dado cuenta. Supongo que deberíamos poner al corriente de todo al Hombre Lobo.

Cinnabar Baker sacudió la cabeza.

—Irás demasiado rápido y dejarás demasiadas cosas fuera. —No. Si es tan listo como necesita ser, lo entenderá. —Tal vez. Pero la respuesta sigue siendo no. Puedes impresionarle con tu brillantez más tarde. Quiero que Fernald lo ponga al día. Pero antes de empezar… —Miró directamente a Bey, y él vio más allá del grueso y amistoso exterior. Cinnabar Baker era una persona con impulso parejo a su masa, una mujer que se decidía deprisa—. No le pediré que guarde el secreto cuando vuelva a casa, Behrooz Wolf —continuó—. Pero no hable de esto mientras esté por aquí. Queremos reducir al mínimo la alarma… el pánico, si prefiere esa palabra. Ya empiezo a parecer misteriosa. Vamos, Fernald, adelante. Dígale lo que está pasando. —¿Todo?