Pero durante cinco largos años no podía trabajar en artículos domésticos sin antes pedirles permiso. Antes me hubiese dejado degollar.
Había copias de todas las patentes, debidamente cedidas por mi a Muchacha de Servicio, Inc., referentes a la Muchacha de Servicio y Willie Ventanas y un par de cosas más de menor importancia. (Frank Flexible, corno es natural, no había sido nunca patentado: bueno, entonces no creía que lo hubiese sido; más tarde me enteré de la verdad).
Pero yo nunca había cedido ninguna patente, ni tan siquiera había cedido licencia oficial a Muchacha de Servicio Inc., para que las utilizase; la corporación era criatura mía, y no parecía que fuese necesario apresurarse mucho.
Los últimos tres documentos eran un certificado de mis acciones (las que no había dado a Belle), un cheque certificado y una carta que explicaba cada una de las partidas del cheque-salario «acumulado» menos desembolsos de la cuenta particular, tres meses de salario como plus en lugar de previo aviso, compensación para invocar el «párrafo séptimo»… y una bonificación de mil dólares para expresar su apreciación «por los servicios prestados». Esto último si que era amable de su parte.
Mientras estaba leyendo aquella extraordinaria colección me fui dando cuenta de que quizá no había sido demasiado inteligente al firmar todo lo que Belle me había puesto enfrente. No había duda alguna de que las firmas eran mías.
Me tranquilicé lo suficiente para hablar del asunto al día siguiente con un abogado, un abogado muy inteligente y muy ansioso para ganar dinero, uno a quien no le importaba patear, arañar ni morder en la lucha. Al principio se mostraba ansioso por aceptar a base de una comisión sobre las ganancias. Pero una vez hubo terminado de mirar mis papeles y de escuchar los detalles, se echó hacia atrás en un sillón, cruzó los dedos sobre su tripa y puso cara de mal humor.
—Dan, te voy a dar un consejo que no te va a costar nada.
—¿Y bien?
—No hagas nada; no tienes ninguna posibilidad.
—Pero dijiste…
—Ya sé lo que dije. Te han estafado. ¿Pero cómo vas a demostrarlo? Fueron demasiado listos para robarte tus acciones o dejarte sin un céntimo. Te han tratado exactamente como hubiese sido razonable esperar si todo hubiese estado en regla y te hubieses marchado, o te hubiesen despedido según ellos dicen por diferencias de opinión en la política. Te han dado todo lo que te correspondía y un millar más para demostrar que no te guardan rencor.
—¡Pero yo nunca tuve un contrato! ¡Y nunca firmé aquellas patentes!
—Estos documentos así lo dicen. Admites que son tus firmas. ¿Puedes probar lo que dices por otros testigos?
Lo pensé. Evidentemente, no. Ni siquiera Jake Smith sabía nada de lo que ocurría en la oficina de delante. Los únicos testigos que tenía eran… Miles y Belle.
—Y sobre la cesión de aquellas acciones —prosiguió—, ahí está la única posibilidad de deshacer el atasco. Si tú…
—Pero ésa es la única transacción entre todas que es legítima. L hice donación de las acciones a ella.
—Sí, pero, ¿por qué? Dices que se las diste como regalo de compromiso en espera de matrimonio, y que ella lo sabía cuando aceptó, puedes obligarla a que se case contigo o a que las devuelva McNulty c. Rhodes. Entonces volverás a recuperar el control podrás echarles a ellos. ¿Puedes probarlo?
—La cuestión es que no me casaría con ella ahora.
—Eso es cuestión tuya. Pero vayamos por partes. ¿Tienes algo testigo o evidencia, cartas o lo que sea, que tiendan a demostrar que las aceptó, entendiendo que se las cedías en su calidad de futura esposa?
Lo pensé. Sin duda, tenía testigos… los mismos dos de siempre‹ Miles y Belle…
—¿Lo ves? Sin otra cosa más que tu palabra frente a la de ello dos, más un montón de evidencia escrita no solamente no sacaría nada, si no que quizás acabases en una fábrica de Napoleones bajo‹ un diagnóstico de paranoia Mi consejo es que te busques trabajo en algo diferente… o todo lo más que sigas adelante y te saltes si contrato de esclavitud montando un negocio en competencia. M gustaría ver aquella fraseología en prueba, siempre que no fuese y( quien tuviese que luchar contra ella. Pero no les acuses de conspiración. Ganarían ellos y se acabarían por quedar con lo que te han dejado. —Y se levantó.
Solamente acepté parte de su consejo. En la planta baja de mismo edificio había un bar: entré y tomé un par de copas o una docena…
Tuve el tiempo preciso para ir recordando todo eso mientras conducía el coche en busca de Miles. Cuando e1npezamos a gana dinero, él se había ido con Ricky a un bonito apartamento de Sal Francisco Valley para escapar del calor atroz de Mojave, y había comenzado a ir y venir por el Slot de las Fuerzas Aéreas. Ricky no estaba entonces allí, y me alegraba recordar que estaba en el Lago Big Bear, en un campamento de Exploradoras; no tenía ganas de que estuviera presente en una bronca entre su padrastro y yo.
Estaba en medio de una masa de coches, cruzando el túnel de Sepúlveda, cuando se me ocurrió que valdría más que me sacase de encima el certificado de mis acciones de Muchacha de Servicio antes de ir a ver a Miles. No esperaba violencia (a menos que yo lo iniciase), pero de todos modos parecía una buena idea… Como un gato a quien le han cogido una vez el rabo en la puerta, me sentía permanentemente suspicaz.
¿Dejarlo en el coche? Supongamos que me detenían por agresión; no sería muy inteligente que me lo encontrasen en el coche cuando se lo llevasen a remolque y lo sellasen.
Podía dirigírmelo a mí mismo por correo, pero en los últimos tiempos había hecho' dirigir mi correspondencia a Lista de Correos, mientras iba de un hotel a otro, con tanta frecuencia como descubrían que tenía un gato.
Más valdría que se lo dirigiese a alguien en quien pudiese confiar.
Pero la lista era para eso cortísima.
Y entonces recordé a alguien en quien sí podía confiar: Ricky.
Puede parecer que mi deseo era que me apaleasen de nuevo al decidirme a confiar en una hembra después de haber sido desplumado por otra. Pero los casos no eran comparables. Había conocido a Ricky a la mitad de su vida y si es que alguna vez ha existido un ser humano verdaderamente honrado, éste era Ricky… Y Pet era de la misma opinión. Además, las características de Ricky no eran como para perturbar el juicio de nadie: su feminidad estaba solamente en su cara, no había aún afectado a su figura.
Cuando conseguí salir del atasco del túnel de Sepúlveda me aparté de la carretera principal y me metí en un drugstore; compré sellos, un sobre grande y uno pequeño, y papel de escribir. Y le escribí:
Querida Rikki-tikki-tavi:
Espero verte pronto, pero hasta entonces, quiero que me guardes este pequeño sobre. Es un secreto, solamente entre tú y yo.
Me detuve y pensé. Diablos… si algo me ocurría a mi, aunque solamente fuese un accidente de carretera o cualquier otra cosa que paralice la respiración… mientras Ricky tenía eso en su poder, acabaría por ir a parar a Miles y Belle. A menos de que dispusiese las cosas para evitarlo. Mientras estaba pensando en ello me di cuenta de que había llegado subconscientemente a una decisión respecto a aquello del sueño frío; no lo iba a tomar. El volver a estar sobrio, y el discurso del doctor, me había enderezado la columna vertebral; no iba a escaparme, sino que me iba a quedar y pelear, y el certificado de mis acciones era mi mejor arma. Me daba el derecho de examinar los libros: me autorizaba a meter las narices en todos los asuntos de la compañía. Si intentaban otra vez sencillamente negarme la entrada por medio de un vigilante armado podía volver con un abogado, un policía y una orden del juzgado.