Dijiste hace un momento que había una cosa que yo podía hacer y que te satisfaría. Dime de qué se trata; quizá podamos entendernos.
—Oh… iba a hablar de eso. Tú no puedes hacerlo, pero quizá te sea posible arreglarlo. Es sencillo. Haz que Belle me vuelva a adjudicar las acciones que le transferí como regalo de compromiso.
—¡No! —dijo Belle.
—Te he dicho que te calles —ordenó Miles.
Yo miré a Belle y dije:
—¿Y por qué no, mi ex querida? He pedido consejo sobre este punto, según decís los abogados, y, puesto que fueron entregadas en consideración del hecho de que prometiste casarte conmigo, tienes la obligación no solamente moral sino también legal de devolverlas. No fue una «dádiva libre», según creo que se dice, sino algo entregado en virtud de algo que esperaba, y que habíamos acordado, pero que nunca recibí, a saber, tu relativamente encantadora persona. De manera que, ¿qué me dices de aflojar la pasta? ¿O es que has cambiado nuevamente de opinión y estás dispuesta a casarte conmigo?
Me respondió exactamente dónde y cómo podía esperar casarme con ella.
Miles dijo entonces con aire de cansancio:
—Belle, no haces sino empeorar las cosas. ¿No comprendes que está tratando de enfurecernos? —Se volvió hacia mí—: Dan, si eso es para lo que has venido, vale más que te vayas. Si las cosas hubiesen sido como dices, tendrías cierta razón. Pero no fueron así. Adjudicaste esas acciones a Belle por valor recibido.
—¿Cómo? ¿Qué valor? ¿Dónde está el cheque que lo pruebe?
—No es necesario que mediara un cheque. Fue por servicios a la compañía, más allá de su obligación.
Me quedé mirándole:
—¡Vaya maravilla! Mira, Miles, amigo mío, si fue por servicios a la compañía, y no a mi personalmente, entonces tú debes haber estado enterado de ello, y debiste haberte precipitado a pagarle la misma cantidad… Al fin y al cabo nos dividíamos los beneficios por la mitad, incluso si hubiese… o si me hubiese figurado que había conservado el control. ¡No me digas que diste a Belle un paquete de acciones del mismo tamaño!
Entonces vi cómo se miraban el uno al otro, y tuve una repentina inspiración:
—¡Quizá sí se lo diste! Apostaría a que fue mi encanto quien te obligó a hacerlo, o de lo contrario no hubiese jugado. ¿Es eso cierto? De ser así, ya puedes tener la seguridad de que registró transferencia inmediatamente… y las fechas demostrarán que transferí mis acciones precisamente en la fecha en que nos prometimos. ¡Diablos, si hasta apareció la noticia del compromiso en Desert Heraid! Mientras, tú le transferías tus acciones para que hiciese la jugada y me dejase plantado. ¡Y de todo esto había constancia! Quizá sí que un juez me crea, ¿verdad Miles? ¿Qué parece?
¡Los había deshecho! ¡Los había deshecho! Por la expresión d sus caras me di cuenta de que por casualidad había ido a dar con 1 única circunstancia que no podrían nunca explicar, y que yo n debía haber sabido nunca. Seguí arremetiendo… y volví a dar en blanco al azar. ¿Al azar? No; pura lógica.
—¿Y cuántas acciones, Belle? ¿Tanto como me sacaste a Sencillamente por haberte «prometido»? Hiciste más por él, así que has debido sacarle más. —Me detuve de repente—. La verdad ~ que me pareció raro que Belle hubiese venido desde tan lejos sola mente para hablarme, teniendo en cuenta lo que le molestaba viaje. Quizá no has venido desde tan lejos; quizá ya estabas aquí ¿Es que estáis ya juntos? ¿O debería quizá decir «prometidos»? C ¿estáis ya casados? —Lo pensé—. Apostaría a que lo estáis, Miles. No eres tan iluso como yo; me apostaría hasta la última camisa que nunca, nunca le habrías adjudicado acciones a Belle solamente bajo promesa de matrimonio. Pero es posible que lo hicieses como regalo de boda, siempre y cuando recuperases el control de votos No te molestes en contestar; mañana empezaré a desenterrar lo hechos. También deben constar.
Miles miró a Belle y dijo:
—No pierdas el tiempo. Te presento a la señora Gentry.
—¿De veras? Os felicito a los dos. Os merecéis el uno al otro. ~ ahora, volvamos a lo de mis acciones. Puesto que la señora Gentry evidentemente no se puede casar conmigo…
—No seas necio, Dan. Ya he refutado tu ridícula teoría. ~ cierto que transferí ciertas acciones a Belle, de la misma manera q~ lo hiciste tú. Y por la misma razón: servicios a la compañía. Como tú mismo dices, estas cosas constan. Belle y yo nos casamos haa sólo una semana… pero encontrarás que las acciones fueron registradas a su nombre hace ya bastante tiempo, si es que te tomas l~ molestia de investigarlo. No puedes establecer relación entre las dos cosas. No; recibió acciones de los dos por su gran servicio a la compañía. Luego, después de que la hubieses abandonado y de que hubiese dejado el empleo en la compañía, nos casamos.
Aquello era un contratiempo. Miles era demasiado inteligente para decir una mentira que pudiera ser comprobada tan fácilmente. Pero había algo en ello que no era cierto, algo más de lo que ya había descubierto.
—¿Cuándo y dónde os casasteis?
—En el juzgado de Santa Bárbara, el jueves pasado. Y no es cosa que te importe.
—Quizá no. ¿Cuándo transferiste las acciones?
—No lo sé exactamente. Búscalo, si es que quieres saberlo.
La verdad era que no parecía posible que hubiese entregado acciones a Belle antes de haberla comprometido. Ese fue el farol que me tiré: no encajaba en su carácter:
—Se me ocurre una cosa, Miles. Si encargase el trabajo a un detective, ¿no encontraría quizá que vosotros dos os casasteis en otra ocasión algo antes que esta última? ¿Quizá en Yuma? ¿O en Las Vegas? ¿O a lo mejor os encontrasteis en Reno aquella vez que los dos fuisteis hacia el norte para aquel asunto de impuestos? Quién sabe si consta un matrimonio así, y podría ser que la fecha de la transferencia de las acciones y las fechas en que mis patentes fueron adjudicadas a la compañía formasen una bonita combinación de números. ¿Verdad?
Miles no se hundió: ni siquiera miró a Belle. En cuanto a Belle, el odio reflejado en su cara no podía haber ido en aumento siquiera con una certera puñalada a ciegas. No obstante, aquello parecía encajar en los hechos, y decidí continuar jugando fuerte hasta el final.
—Dan, he tenido paciencia contigo —dijo Miles, sencillamente—; he tratado de mostrarme conciliatorio, y lo único que he conseguido son insultos. De manera que me parece que ya es hora de que te vayas. De lo contrario, voy a echarte… ¡a ti y a tu piojoso gato!
—¡Olé! —contesté—. Es la primera nota de hombría que has cantado esta noche. Pero no llames «piojoso» a Pet. Entiende lo que dices, y a lo mejor te arranca un bocado. Está bien, ex compañero, me marcharé… pero quisiera hacer un pequeño discurso de despedida, muy corto. Probablemente será la última palabra que nunca te dirija. ¿De acuerdo?
—Bueno… está bien. Que sea corto.
—Miles, quiero hablarte —se apresuró a decir Belle.
Él le hizo un gesto sin mirarla, indicándole que estuviese quieta.
—Empieza, y sé breve.
—Probablemente no te gustará oir esto, Belle. Propongo que vayas —dije, volviéndome hacia ella.
Naturalmente, se quedó. Yo había querido tener la seguridad que se iba a quedar. Volví a mirarle a éclass="underline"
—Miles, no estoy demasiado furioso contigo. Lo que un hombre puede llegar a hacer por una ladrona, no tiene límites. Si Sansón Marco Antonio fueron vulnerables, ¿qué derecho tengo a suponer que tú ibas a resultar inmune? En realidad, en lugar de estar dado debería agradecértelo. Y me figuro que, hasta cierto punto, estoy. Desde luego lo siento por ti. —Miré entonces hacia Belle. Ahora ya es tuya, y es problema tuyo… y todo lo que me costado es algo de dinero y, temporalmente, mi tranquilidad. ¿Pe. cuánto te costará a ti? Me engañó, incluso consiguió persuadirte a ti, amigo en quien confiaba, para que me engañases… ¿C empezará a aliarse con algún otro y comenzará a engañarte ¿La semana que viene? Con la misma seguridad con que un vuelve a su vómito…