—¡Adjudicado! —repitió Miles—. ¡Dios Santo! ¿A quién?
—Se lo preguntaré; Dan, ¿a quién has adjudicado tus acciones?
—Al Banco de América.
No me preguntó la razón, pues de lo contrario le hubiese explicado lo de Ricky.
Belle no hizo sino encogerse de hombros y suspirar:
—No hay más que hablar, Gordito. Podemos olvidarnos de las acciones. No las podremos sacar fácilmente de un banco. —De repente se enderezó—: A menos que no las haya realmente echado al correo. Si no lo ha hecho borraré la adjudicación del dorso tan bien que parecerá que haya pasado por la lavandería. Y luego me las adjudicará nuevamente… a mi.
—A nosotros —corrigió Miles.
—Eso es sólo un detalle. Ve en busca de su coche.
Miles volvió al cabo de un rato y anuncio:
—No está en ningún sitio a seis manzanas de aquí. He ido dando vueltas por todas las calles y callejuelas. Debe de haber venido en taxi.
—Ya le oíste decir que había venido en su coche.
—Pues ahí fuera no está. Pregúntale cuándo y dónde echó al correo las acciones.
Belle me lo preguntó y se lo dije:
—Precisamente antes de venir aquí. Las eché al correo en el buzón de la esquina de los Bulevares Sepúlveda y Ventura.
—¿Crees que miente? —preguntó Miles.
—No puede mentir en el estado en que está. Y habla con demasiada precisión para que pueda haberse confundido. Olvídate de eso, Miles. Quizá cuando ya esté en depósito resulte que su adjudicación no es válida porque ya nos lo había vendido a nosotros… Por lo menos haré que firme algunas hojas en blanco y lo intentaré.
Efectivamente, intentó obtener mi firma y yo, por mi parte, traté de complacerla. Pero, tal como me encontraba, no podía escribir lo suficientemente bien como para satisfacerla. Por fin me arrancó una hoja de la mano y dijo con rabia:
—¡Me das asco! Puedo firmar por ti mejor que tú. —Luego se inclinó sobre mí y me dijo lentamente—: Me gustaría haber matado tu gato.
No volvieron a molestarme hasta más tarde aquel mismo día. Belle entró y dijo:
—Querido Danny, te voy a dar un pinchazo y te vas a encontrar mucho mejor. Podrás levantarte y moverte y obrar como siempre has obrado. No estarás enfadado con nadie, especialmente con Miles y conmigo. Somos tus mejores amigos. ¿Verdad que lo somos?
¿Quiénes son tus mejores amigos?
—Vosotros. Tú y Miles.
—Pero yo soy más que eso. Soy tu hermana. Dilo.
—Eres mi hermana.
—Bien; ahora vamos a dar una vuelta, y luego tú dormirás rato. Has estado enfermo, pero cuando te despiertes te encontraras bien. ¿Me comprendes?
—Si.
—¿Quién soy yo?
—Eres mi mejor amigo. Eres mi hermana.
—Buen chico. Arremángate.
No me di cuenta de la inyección, pero me dolió al sacar la Me enderecé sobre el sillón y dije:
—Hermanita… vaya pinchazo. ¿Qué era?
—Algo para hacer que te sientas mejor. Has estado
—Sí, estoy enfermo. ¿Dónde está Miles?
—Vendrá dentro de un momento. Ahora dame tu otro Súbete la manga.
—¿Para qué? —pregunté, pero me subí la manga y dejé pinchase otra vez. Di un salto.
Belle sonrió:
—¿No te ha hecho verdaderamente daño, verdad?
—¿Cómo? No, no me ha hecho daño. ¿Para qué es?
—Te hará dormir por el camino. Cuando lleguemos despertarás.
—Está bien. Me gustaría dormir. Tengo ganas de dormir un rato. —Me sentí perplejo y miré alrededor—. ¿Dónde está ~ iba a dormirse conmigo.
—¿Pet? —respondió Belle—. Pero, querido, ¿no te acuerdas?. Enviaste a Pet a Ricky para que lo cuidase.
—¡Es verdad!
Sonreí aliviado. Había enviado a Pet a Ricky; recordaba echado al correo. Me alegraba. Ricky quería a Pet y le cuidaría mientras yo estuviese dormido.
Me llevaron en coche al Santuario Consolidado de Sawt de los que eran utilizados por muchas de las pequeñas compañías de seguros que carecen de uno propio. Dormí todo el camino, desperté inmediatamente cuando Belle me habló. Miles se quedó en el coche y ella me acompañó, haciéndome entrar. La muchacha que estaba en la recepción levantó la mirada y dijo:
—¿Davis?
—Sí —asintió Belle—. Soy su hermana. ¿Está aquí el representante de Seguros Master?
—Le encontrarán ustedes en la Sala de Tratamientos número Nueve. Están a punto y les esperan. Puede usted entregar los documentos al hombre de Master. —Me miró con interés—. ¿Ha pasado su examen físico?
—Desde luego aseguró Belle—. Mi hermano es un caso de terapia diferida, ¿sabe? Está bajo la influencia de un sedante… para el dolor.
La recepcionista murmuró con simpatía:
—Pues, apresúrense. Por aquella puerta, y luego a la izquierda. En la Sala número Nueve había un hombre en traje de calle y otro en bata blanca, y una mujer con uniforme de enfermera. Me ayudaron a desnudarme y me trataron como si fuese un chiquillo idiota, mientras Belle explicaba nuevamente que estaba bajo la influencia de un sedante a causa del dolor. Cuando me hubieron desnudado y colocado sobre la mesa el hombre de la bata blanca me hizo masaje en el estómago hundiendo profundamente sus dedos.
—No habrá dificultades —anunció—. Está vacío.
—No ha comido ni bebido nada desde ayer tarde —confirmó Belle.
—Magnífico. A veces llegan aquí embutidos como ocas. Hay gente que no tiene sentido común.
—Así es, en efecto.
—Bien, muchacho; aprieta los puños mientras clavo esta aguja. Lo hice así y empecé a ver las cosas verdaderamente turbias. De pronto recordé algo e intenté sentarme.
—¿Dónde está Pet? Quiero ver a Pet. Belle me cogió la cabeza y me besó:
—Tranquilo, tranquilo… Pet no pudo venir, ¿no te acuerdas? Pet tuvo que quedarse con Ricky. —Yo me calmé y la chica se dirigió con voz suave a los otros—: Nuestro hermano Pet tiene una niña enferma en casa…
Me deslicé hacia el sueño.
Pronto sentí frío, pero no podía moverme para taparme con las sábanas.
5
Yo me quejaba al camarero por el aire acondicionado: demasiado fuerte e íbamos a coger un resfriado.
—No importa —me aseguraba—. No lo sentirá cuando esté mido. Sueño… Sueño… Sopa de la noche, bellos sueños. —Y cara de Belle.
—¿Y con una bebida caliente? —Quería saber.
—¡Tonterías! —respondía el doctor—. El sueño es demasiado bueno para ése… ¡Echadle!
Intenté hacer cuña con mis pies en la barra de latón para impedírselo. Pero aquel bar no tenía barra de latón, lo cual resultaba extraño, y yo estaba tumbado de espaldas, lo cual parecía aún mas extraño, a menos de que hubiesen instalado servicio de cama para gente sin pies. Yo no tenía pies, de modo que ¿cómo iba a poder engancharlos en una barra de latón? Y tampoco tenía manos:
—¡Mira, mamá, sin manos! —Pet se sentó sobre mi pecho y gemía.
Había vuelto al entrenamiento básico… básico avanzado, de ser, pues estaba en Camp Hale, en uno de aquellos estúpidos ejercicios en los cuales te meten nieve por el cogote para hacerte hombre. Tenía que ascender a la mayor montaña de Colorado, era toda de hielo, y yo no tenía pies. No obstante, sobre los hombros llevaba el mayor bulto que jamás alguien haya visto; recuerdo que trataban de averiguar si podían utilizarse soldados en lugar mulas, y me habían elegido a mi porque era sustituible. No habría conseguido si la pequeña Ricky no hubiese estado detrás mí empujando.
El sargento instructor se volvió: tenía una cara como la de Belle y estaba lívido de rabia:
—¡Vamos, tú! No puedo permitirme el lujo de esperarte. Lo mismo me da que llegues como que no…, pero no podrás dormir hasta que llegues…