Eso sólo son ejemplos. Había muchas otras noticias que empezaban bien, pero que luego acababan en lo que para mi era una jerga incomprensible.
Comenzaba a lanzar vistazos a las estadísticas vitales cuando mi mirada se fijó en algunos subtítulos nuevos. Había los ya conocidos de antiguo, de los nacimientos, muertes, matrimonios y divorcios, pero ahora había además «depósitos» y «retiradas», clasificados por Santuarios. Miré el «Sawtelle Cons. Sanct» y encontré allí mi nombre, lo cual me dio una cálida sensación de «pertenencia al lugar».
Pero lo más interesante del periódico eran los anuncios. Uno de los personales me llamó la atención: «Viuda atractiva todavía joven con deseos de viajar desea encontrar caballero de las mismas aficiones. Objeto: contrato de matrimonio para dos años». Pero fueron los anuncios comerciales lo que me absorbió.
La Muchacha de Servicio, así como sus hermanas, y sus tías podían verse por todas partes, y aún utilizaban la marca de fábrica —una muchacha morena con una escoba— que yo había dibujado originalmente para nuestro membrete. Sentí un ligero pesar de haber tenido tanta prisa en desprenderme de mis acciones de Muchacha de Servicio, Inc.: parecía que valdrían más que todo el resto de mi cartera. No, no era eso exacto: si entonces las hubiese conservado junto a mi, aquel par de ladrones se hubiesen apoderado de ellas y hubiesen falsificado una adjudicación a su nombre. En cambio, Ricky lo tenía ahora; y si había enriquecido a Ricky, pues bien, no le podía haber sucedido a persona más simpática.
Me propuse encontrar en seguida a Ricky; lo primero de todo. Era lo único que me quedaba del mundo que había conocido y representaba mucho para mi. ¡Querida Ricky! Si hubiese tenido diez años más no hubiese ni tan sólo mirado a Belle… y no me hubiese cogido los dedos.
Veamos… ¿qué edad debería tener ahora? Cuarenta, cuarenta y uno. No era fácil pensar que Ricky tenía cuarenta y un años. Pero en fin, eso no sería mucha edad para una mujer en estos días — ni siquiera tampoco en aquellos días. A una distancia de diez metros y beberíamos en memoria del querido y divertido dieciocho.
Si era rica le permitiría que me invitase a una copa y beberíamos en memoria del querido y divertido difunto Pet.
Y si algo había ido mal y era pobre a pesar de las acciones que le había adjudicado, entonces… entonces me casaría con ella… Sí, de veras. No importaba que tuviese diez años o así más que yo; en vista de mi historia y de mi obstinación de hacer tonterías, necesitaba alguien mayor que yo que me impidiese hacerlas, y Ricky era precisamente la chica que serviría para eso. Había llevado la casa de Miles, y al mismo Miles, con una seria eficiencia de niña pequeña cuando tenia menos de diez años; a los cuarenta sería exactamente lo mismo, pero suavizada.
Por vez primera desde que me había despertado me sentía realmente confortado, y ya no perdido en un país extraño. Ricky era la solución de todo.
Pero luego una voz en mi interior me dijo:
—Estúpido, no puedes casarte con Ricky porque una muchacha tan dulce como la que iba a ser deberá hacer ya por lo menos veinte años que está casada. Tendrá cuatro críos… quizás un hijo más alto que tú… y evidentemente un marido a quien no le divertirá tu papel de buen viejo tío Danny.
La escuché y me quedé con la boca abierta. Y dije con voz débiclass="underline"
—Está bien, está bien.
Se me ha vuelto a escapar el tren. Pero a pesar de eso voy a buscarla. Lo peor que pueden hacer es pegarme un tiro. Y, al fin y al cabo, es la única persona que, aparte de mí, comprendía a Pet.
Volví otra página, entristecido de repente ante la idea de haber perdido a Pet y a Ricky. Al cabo de un rato me quedé dormido sobre el periódico y dormí hasta que Castor Servicial o su hermano gemelo me trajo el almuerzo.
Mientras dormía soñé que Ricky me tenía sobre su falda y me decía:
—Todo está arreglado, Danny. Encontré a Pet y ahora nos vamos a quedar los dos. ¿No es verdad, Pet?
—Fsmmi…
Los vocabularios adicionales no fueron difíciles; necesité mucho más tiempo con los sumarios históricos. En treinta años pueden pasar muchas cosas, pero ¿para qué hablar de ellas si todo el mundo las conoce mejor que yo? No me sorprendió enterarme de que la Gran República de Asia nos estaba desplazando del comercio con Sudamérica; desde el tratado de Formosa era algo que se podía prever. Tampoco me sorprendió encontrar a la India más balcanizada que nunca. La idea de que Inglaterra era una provincia de Canadá me hizo reflexionar un momento. ¿Quién era el rabo, y quién el perro? Leí rápidamente lo del pánico del 87; el oro es un maravilloso material para ciertos usos de ingeniería; no podía considerar una tragedia el hecho de que ahora era barato y había dejado de ser una base para el dinero, prescindiendo de cuantos perdieron hasta la camisa en el cambio.
Dejé de leer y pensé en las cosas que se podían hacer con oro barato, con su elevada densidad, buena conductividad, ductilidad extrema… y dejé de pensar cuando me di cuenta de que primeramente tendría que leer la bibliografía técnica. En atómica solamente, seria inapreciable. La manera en que podía ser trabajado, mucho mejor que cualquier otro metal, si se le podía utilizar para miniaturizar, y me detuve nuevamente, moralmente cierto de que Castor Servicial tenía la cabeza atiborrada de oro. Tendría que apresurarme para averiguar qué habían estado haciendo los muchachos de los «cuartos de atrás» mientras yo había estado ausente.
El Sawtelle Sanctuary no disponía de medios que me permitiesen estudiar ingeniería, de modo que le dije al doctor Albrecht que estaba ya dispuesto a salir. Se encogió de hombros, me dijo que era un idiota, y lo aprobó. Pero me quedé aún otra noche: descubrí que estaba agotado sólo con permanecer echado contemplando cómo desfilaban las palabras en un explorador de libros.
Al día siguiente, después del desayuno, me trajeron ropa moderna… y me tuvieron que ayudar a vestir. No es que fuesen muy extrañas en sí mismas (si bien nunca había llevado pantalones de color cereza con extremos acampanados), pero no conseguí utilizar los cierres sin previa instrucción. Me imagino que mi abuelo hubiese tenido la misma dificultad con los cierres cremallera, si no hubiesen sido introducidos progresivamente. Se trataba, naturalmente, de las costuras de cierre Juntafuerte —llegué a creer que tendría que contratar un muchacho para que me ayudase a ir al lavabo, antes de que me hubiera entrado en la cabeza que la adherencia sensible a la presión estaba polarizada axialmente.
Luego casi perdí los pantalones cuando traté de aflojar la cintura. Nadie se rió de mí.
El doctor Albrecht preguntó:
—¿Qué va usted a hacer?
—¿Yo? Primeramente voy a buscar un mapa de la ciudad. Luego voy a buscar un lugar donde dormir. Después no voy a hacer nada durante un tiempo, salvo lectura profesional… quizá durante un año. Doctor, soy un ingeniero atrasado, y no quiero continuar siéndolo.
—Bueno. Pues… buena suerte. No dude en llamarme si le puedo ayudar.
Le ofrecí la mano:
—Gracias, doctor. Ha sido usted espléndido conmigo, aunque quizá no debería hablar de eso hasta que haya consultado la oficina de cuentas de mi compañía de seguros y vea exactamente de qué dispongo. Pero mi intención es no dejarlo solamente en palabras. Las gracias por lo que usted ha hecho por mí deben tener una forma más substancial. ¿Me comprende?
Meneó la cabeza:
—Le agradezco su intención. Pero mis honorarios están cubiertos por mi contrato con el santuario.
—Pero…
—No. No puedo aceptarlo, de modo que le ruego no lo discutamos. —Me dio la mano y añadió—: Adiós. Si se queda en esta pendiente, le llevará a usted a las oficinas principales. —Dudó un momento—: Si al principio las cosas le resultan un poco cansadas, tiene usted derecho a cuatro días más de recuperación y reorientación sin carga adicional, según el contrato de custodia. Está pagado, y tanto vale que lo use usted. Puede usted entrar y salir cuando le plazca.