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Sonreí ampliamente:

—Gracias, doctor. Pero ya puede usted asegurar que no pienso volver, salvo para saludarle a usted algún día.

Me bajé y al llegar a la oficina principal le dije quién era a la recepcionista que estaba allí. Me entregó un sobre, el cual vi era una nueva llamada telefónica de la señora Schultz. Aún no la había llamado porque no sabía quién era, y el santuario no permitía ni llamadas telefónicas ni visitas a clientes revividos hasta que ellos mismos las permitían. No hice sino lanzarle una ojeada y meterlo en mi blusa, mientras pensaba que quizás había cometido un error al hacer a Frank Flexible demasiado flexible. Antes las recepcionistas eran muchachas bonitas y no máquinas.

La recepcionista dijo:

—Por aquí, por favor. Nuestro tesorero desea verle.

Pues bien, yo también tenía ganas de verle, de modo que seguí la indicación. Me preguntaba cuánto dinero habría ganado y me felicitaba por haber escogido valores corrientes en vez de jugar sobre «seguro». Sin duda mis acciones habrían bajado durante el pánico del 87, pero ahora deberían haber vuelto a subir —en realidad sabía que un par de ellas valían ahora mucho dinero; había estado leyendo la sección financiera del Times. Todavia llevaba conmigo el periódico, pues me imaginaba que me iba a interesar hacer otras consultas.

El tesorero era un ser humano, a pesar de que realmente parecía un tesorero. Me estrechó rápidamente la mano:

—¿Cómo está usted, señor Davis? Soy el señor Doughty. Siéntese, por favor.

Yo repliqué:

—¿Cómo está, señor Dougty? Probablemente no le entenderé mucho. Dígame solamente lo siguiente: ¿Es que mi compañía de seguros liquida sus contratos a través de esta oficina? ¿O bien debo ir a su oficina principal?

—Por favor, siéntese. Tengo que explicarle algunas cosas.

Me senté. Su ayudante de oficina (otra vez el bueno de Frank) le alcanzó una carpeta, y el señor Doughty dijo:

—Estos son los contratos originales. ¿Le gustaría verlos?

Tenía verdaderas ganas de verlos, pues desde que me había despertado por completo me había estado preguntando si Belle habría encontrado la manera de dar un mordisco a aquel cheque certificado. Un cheque certificado es mucho más difícil de alterar que un cheque personal, pero Belle era una chica muy lista.

Me tranquilizó mucho ver que había dejado inalterados mis depósitos salvo naturalmente por el contrato colateral referente a Pet, que faltaba, así como el que se refería a mis acciones de Muchacha de Servicio. Me imagino que los habría quemado para evitarse preguntas. Examiné con cuidado la docena o más de lugares donde había cambiado Compañía de Seguros Mutuos convirtiéndolo en Compañía de Seguros Master de California.

Sin duda ninguna, aquella muchacha era una verdadera artista. Me imagino que un criminólogo científico armado de un microscopio y de un estéreo comparador y de ensayos químicos, y así sucesivamente, podría haber demostrado que todos aquellos documentos habían sido alterados, pero yo no lo hubiese podido probar. Me preguntaba cómo se las habría arreglado con el dorso del cheque certificado, puesto que los cheques certificados son siempre sobre un papel garantizado indeleble. Pues lo más probable seria que no hubiese intentado borrarlo: lo que una persona puede idear otra puede resolver… y Belle era ciertamente muy ingeniosa.

El señor Dougthy carraspeó. Yo levanté la mirada

—¿Saldamos mi cuenta aquí?

—Sí.

—Entonces lo preguntaré con una palabra: ¿Cuánto?

—Pues… señor Davis, antes de que entremos en esta cuestión, deseo invitarle a que ponga toda su atención en un documento adicional… y en una circunstancia. Aquí está el contrato entre este santuario y la Compañía de Seguros Master de California, respecto a su hipotermia, custodia y revivificación. Observará usted que la totalidad se paga por adelantado. Esto es tanto para protegernos a nosotros, como para protegerle a usted, puesto que garantiza su bienestar mientras está incapacitado. Esos fondos, su totalidad, se ponen en pica en la división del tribunal supremo que entiende en estas cuestiones, y se nos van pagando trimestralmente a medida que las debitamos.

—Bien. Parece un sistema racional.

—Lo es. Protege a los incapacitados. Ahora bien, debe usted comprender con toda claridad que este santuario es una corporación distinta de su compañía de seguros; el contrato de custodia con nosotros era un contrato completamente independiente del de la administración de su patrimonio.

—Señor Doughty. ¿Adónde va usted a parar?

—¿Tiene usted otros valores además de los que confió a la Compañía de Seguros Master?

Lo pensé bien. Había tenido un auto en otros tiempos… pero Dios sabe lo que había sido de él. Al principio del jaleo había cerrado mi cuenta corriente en Mojave, y en aquel atareado día en que terminé en casa de Miles —y en la sopa— había comenzado con quizá treinta o cuarenta dólares en efectivo. Libros , ropas, regla de cálculo —nunca había almacenado trastos— todo aquello había desaparecido.

—Ni tan sólo un billete de autobús, señor Doughty.

—Entonces… lamento mucho tenérselo que decir, pero no tiene usted propiedad de ninguna clase.

Me mantuve quieto mientras mi cabeza daba vueltas y finalmente aterrizaba violentamente.

—¿Qué quiere usted decir? ¡Si algunas de las acciones que adquirí están muy bien! Lo sé; aquí lo dice. —Y le mostré mi ejemplar del Times.

Meneó la cabeza:

—Lo lamento, señor Davis, pero no es propietario de ninguna clase de acciones. Seguros Master quebró.

Me alegré de que me hubiese hecho sentar; me sentía débiclass="underline"

—¿Cómo ocurrió? ¿Fué durante el Pánico?

—No, no. Fue parte del hundimiento del Grupo Mannix… pero, naturalmente, usted no sabe nada de esto. Sucedió después del Pánico. Pero Seguros Master no se hubiese perdido sino hubiese sido sistemáticamente pillada… destripada, «ordeñada» es la expresión vulgar. Si hubiese sido una sindicatura corriente, algo hubiera podido salvarse. Pero no lo era. Cuando por fin se descubrió ya no quedaba nada más de la compañía sino una cáscara hueca… y los hombres culpables estaban fuera del alcance de la extradición. Ah, si le ha de consolar en algo saberlo, le diré que bajo las leyes actuales aquello no hubiese podido suceder.

No, no me consolaba, y además no lo creía. Mi padre acostumbraba a decir que cuanto más complicada era la ley más oportunidades tenía el estafador.

Pero también decía que una persona prudente debía estar preparada a abandonar el equipaje en cualquier momento. Yo me preguntaba cuántas veces tendría que hacerlo para merecer el calificativo de «prudente»:

—Ah, señor Doughty. Solamente por curiosidad: ¿qué tal le fue a Seguros Mutuos?

—¿La Compañía de Seguros Mutuos? Una firma muy buena. Desde luego, recibieron un buen palo durante el Pánico, lo mismo que todo el mundo. Pero capearon el temporal. ¿Quizá tiene usted una póliza con ellos?

—No.

No ofrecí ninguna explicación; no hubiese servido de nada. No podía dirigirme a Seguros Mutuos, no había llegado nunca a cumplimentar mi contrato con ellos. Tampoco podía demandar a Seguros Master, ya que de nada sirve demandar a un cadáver.

Podia demandar a Belle y a Miles si es que todavía andaban por ahí, pero, ¿para qué hacer el tonto? No tenía absolutamente ninguna prueba.

Y además, no quería demandar a Belle. Valdría más tatuaría de pies a cabeza con la inscripción «Cancelada»… utilizando una aguja despuntada. Luego me referiría a lo que había hecho con Pet. Aún no había pensado el castigo adecuado para eso.