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—Ah… ¿y tendría alguna oportunidad de hacer ingeniería?

—Depende de usted. Tendría usted facilidades para hacerlo, y podría hacer lo que quisiese.

—¿Facilidades para uso del taller?

Curtis miró a McBee… El ingeniero jefe respondió:

—Sin duda, sin duda… dentro de ciertos límites, naturalmente.

Galloway dijo entonces alegremente:

—De acuerdo, pues. ¿Me excusa, B.J.? No se vaya, señor Davis, vamos a hacer una foto de usted con el primer modelo de Muchachas de Servicio.

Así lo hizo.

Me alegré de verla: el primer modelo que yo había montado con mis propias manos y el sudor de mi frente. Quise ver si todavía funcionaba, pero McBee no me dejó ponerla en marcha. Pienso que no estaba convencido de que supiera hacerla funcionar.

Durante todo marzo y abril lo pasé muy bien en Muchacha de Servicio. Disponía de todas las herramientas profesionales que pudiera desear, revistas técnicas, los catálogos comerciales indispensables, una biblioteca práctica, un Dan Dibujante (Muchacha de Servicio no construía máquinas de dibujar, de modo que utilizaban la mejor del mercado, que era la de Aladino), y la charla con los de mi profesión… ¡Música para mis oídos!

Hice especial amistad con Chuck Freudenberg, Ingeniero Segundo Jefe de componentes. En mi opinión, Chuck era el único ingeniero verdadero que había allí. Los demás no eran sino mecánicos demasiado educados, incluido McBee… El ingeniero jefe parecía una prueba de que se necesitaba más que un titulo y un acento escocés para hacer a un ingeniero. Cuando llegamos a conocernos mejor, Chuck admitió que ésa era tambien su opinion.

—En realidad, a Mac no le gusta nada nuevo; prefiere hacer las cosas de la misma manera que las hacía su abuelito a orillas del Clyde.

—¿Y qué hace en este empleo?

Freudenberg ignoraba los detalles, pero al parecer la firma actual había sido una compañía manufacturera que no había hecho sino contratar las patentes (mis patentes) a Muchacha de Servicio, Inc. Luego, hacia veinte años, había habido una de aquellas fusiones para ahorrar impuestos, a consecuencia de la cual Muchacha de Servicio había cambiado sus acciones por acciones de la firma manufacturera, y la nueva firma adoptó el nombre de la que yo había fundado. Chuck creía que McBee había sido contratado en aquella época:

—Creo que tiene participación —dijo.

Chuck y yo acostumbrábamos a pasar largas horas por las noches enfrente de nuestras cervezas discutiendo ingeniería, lo que la compañía necesitaba, y esto, lo otro y lo de más allá. Al principio su interés por mí se debió a que yo había sido un Durmiente. Me había podido percatar de que había demasiados que tenían un malsano interés en los Durmientes (como si fueran fenómenos) y en general evitaba hacérselo saber a las gentes. Pero a Chuck le fascinaba este salto en el tiempo, y su interés era real por saber cómo era el mundo antes de haber nacido él, según una persona que lo recordaba como si literalmente «fuese ayer»

En compensación estaba dispuesto a criticar los nuevos dispositivos que siempre bullían en mi cabeza, y me rectificaba cuando yo (cosa que ocurría con frecuencia) comenzaba a esbozar algo que ya era viejo… en 2001. Bajo su amistosa tutela me estaba convirtiendo en un ingeniero moderno, poniéndome al día rápidamente.

Pero cuando una tarde de abril le esbocé mi idea del autosecretario, me dijo lentamente:

—Dan, ¿has estado trabajando en eso en el tiempo de la compañía?

—¿Qué? Pues, la verdad es que no. ¿Por qué?

—¿Qué dice tu contrato?

—¿Cómo? No tengo contrato. Curtis me puso en la nómina, y Galloway me hizo fotografías y me envió a un escritor para que me hiciese preguntas estúpidas; nada más.

—Hum… camarada, si yo fuese tú no seguiría con eso hasta estar seguro del terreno que piso.

—No me había preocupado desde este punto de vista.

—Déjalo una temporada. Ya sabes cómo está la compañía. Gana dinero y hemos producido algunos buenos productos. Pero los únicos artículos que hemos puesto en el mercado desde hace cinco años han sido adquiridos por licencias. No puedo hacer que McBee me apruebe nada; en cambio, a ti te es posible pasar por encima de McBee y llevar eso al gran jefe. De modo que no lo hagas… a menos que estés dispuesto a regalárselo a la compañía por el importe de tu salario.

Seguí su consejo. Continué diseñando, pero quemé todos los dibujos que me parecieron buenos; una vez los tenía en la cabeza ya no me eran necesarios. No me sentí culpable por ello; no me habían contratado como ingeniero, sino que me pagaban para que sirviese a Galloway de maniquí para su escaparate. Cuando mi valor de anuncio se hubiese agotado, me darían un mes de paga y un voto de gracias y me soltarían.

Pero para entonces ya volvería a ser un verdadero ingeniero capaz de abrir mi propia oficina. Si Chuck estaba dispuesto a arriesgarse me lo llevaría conmigo.

En vez de entregar mi historia a los diarios, Jack Galloway se decidió a hacerlo lentamente a través de las revistas; quería que Lije le dedicase un gran artículo, combinado con el que habían publicado hacía ya un tercio de siglo sobre el primer modelo de producción de Muchacha de Servicio. Lije no mordió el anzuelo, pero sí consiguió colocarlo durante aquella primavera en otros varios sitios, unido a anuncios de propaganda.

Tuve la intención de dejarme crecer la barba. Pero luego pensé que nadie me reconocería, y que no me hubiese importado aunque hubiese ocurrido lo contrario.

Recibí cierta cantidad de correo de chiflados, incluso una carta de un hombre que me prometía que iba a arder eternamente en el infierno por haber contravenido el plan de Dios para mi vida. La tiré a la papelera, pensando que si realmente Dios se hubiese opuesto a lo que me había ocurrido, nunca hubiera permitido que el sueño frío fuese posible. Por lo demás, no me molestaron.

Pero sí recibí una llamada telefónica, el jueves, 3 de mayo de 2001:

—La señora Schultz al aparato, señor. ¿Acepta la comunicación?

¿Schultz? Había prometido a Doughty, la última vez que había hablado con él, que me ocuparía de aquel asunto. Pero lo había ido dejando porque no deseaba hacerlo; tenía casi la seguridad de que se trataba de una de aquellas chifladas que se dedicaban a perseguir a los Durmientes y hacerles preguntas de tipo personal.

Pero Doughty me había dicho que desde que yo había salido, en diciembre, aquella mujer me había llamado varias veces. Siguiendo la política del Santuario, se habían negado a darle mi dirección, accediendo sólo a transmitir los mensajes.

—Pase la comunicación.

—¿Es usted Danny Davis?

El teléfono de mi oficina no tenía pantalla, así que no podía verme.

—Al habla. ¿Es usted Schultz?

—Oh… Danny, querido, ¡cuánto me alegro de oír tu voz!

De momento no respondí.

—¿Es que no me reconoces? —prosiguió la voz.

Claro que la reconocí: era Belle Gentry.

7

Quedamos citados.

Mi primer impulso fue enviarla al infierno y cortar la comunicación. Hacía tiempo que me había dado cuenta de que la venganza es algo infantil; la venganza no iba a devolverme a Pet, y una venganza adecuada sin duda me hubiese llevado a la cárcel. Apenas había pensado en Belle y Miles desde que había dejado de buscarles.

Pero sin duda Belle sabía dónde estaba Ricky. De modo que concerté una cita.

Belle quería que la llevara a cenar, pero yo no lo deseaba. No es que sea muy estricto en cuestiones de etiqueta, pero cenar es algo que sólo se hace con amigos. La vería, pero no tenía intención de beber con ella. Le pedí su dirección y le dije que iría aquella noche, a las ocho.