Pensé que el euforión no valía lo que costaba, por poco que fuese. O quizá le divertía llorar.
—¿Cómo te engañó, Belle?
—¿Qué? Si tú ya lo sabes. Se lo dejó todo a aquel piojoso crío suyo… después de todo lo que me había prometido… después de que la cuidé cuando se hizo tanto daño. Y ni siquiera era su hija. Eso lo prueba.
Era la primera buena noticia que había tenido durante toda la noche. Por lo visto Ricky había sido bien tratada en algo, aunque antes le hubiesen quitado mis acciones. De modo que volví al asunto principaclass="underline"
—Belle, ¿cómo se llamaba la abuela de Ricky? ¿Y dónde vivían?
—¿Dónde vivían, quiénes?
—La abuela de Ricky.
—¿Quién es Ricky?
—La hija de Miles. Trata de recordarlo, Belle. Es importante.
Aquello la disparó. Me señaló con el dedo y chilló:
—Te conozco. Tú estabas enamorado de ella; eso es lo que pasa. Aquella cochina criatura… ella y su horrible gato.
Sentí un acceso de furia al mencionar a Pet. Pero intenté reprimirlo. No hice sino agarrarla por los hombros y sacudirla un poco.
—Vamos, Belle. Solamente quiero saber una cosa. ¿Dónde vivían? ¿Cómo dirigía las cartas Miles cuando les escribía?
Me dio unas patadas.
—¡No quiero ni hablarte! Te has portado abominablemente desde que entraste aquí. —Luego pareció tranquilizarse casi instantáneamente y dijo con calma—.
—No lo sé. El nombre de la abuela era Haneker, o algo así. Solamente la vi una vez en el juicio, cuando vinieron por lo del testamento.
—¿Cuándo ocurrió eso?
—Después de morir Miles, naturalmente.
—¿Cuándo murió Miles, Belle?
Se alteró otra vez.
—Quieres saber demasiado. Eres tan malo como los jueces… preguntas, preguntas, preguntas… —Luego se levantó, y dijo con tono implorante—: Olvidémoslo todo, y seamos sencillamente nosotros. Ahora ya sólo quedamos tú y yo, querido… y aún tenemos nuestras vidas por delante. Una mujer no es vieja a los treinta y nueve… Schultzie decía que yo era la cosa más joven que nunca había visto; y aquel viejo carnero había visto muchas, puedes creerlo… Seriamos tan felices. Nosotros…
No pude soportarlo más.
—Tengo que irme, Belle.
—¿Cómo, cariño? Si es temprano… y tenemos toda la noche por delante. Me figuraba…
—No me importa lo que te hayas figurado. Ahora tengo que irme.
—Oh, cariño, ¡qué lástima! ¿Cuándo volveré a verte? ¿Mañana? Estoy ocupadísima, pero anularé mis compromisos…
—No te volveré a ver, Belle. —Y me fui.
Y nunca más volví a verla.
Tan pronto como llegué a casa tomé un baño caliente, y me froté bien. Luego me senté y traté de hacer el balance de lo que había averiguado, si es que había averiguado algo. Belle parecía creer que el apellido de la abuela de Ricky comenzaba con «H», si es que las divagaciones de Belle tenían algún significado, lo cual era muy dudoso y que habían vivido en una de las ciudades del desierto de Arizona, o quizás en California. Bueno, quizá los investigadores profesionales pudieran deducir algo de todo aquello.
O quizá no pudieran deducir nada. En todo caso, sería lento y caro; tendría que esperar hasta que pudiera permitírmelo.
¿Sabia algo más que tuviera importancia?
Miles había muerto (según decía Belle) hacia 1972. Si había muerto en este condado, debería encontrar la fecha sólo con buscarla un par de horas, luego debería ser posible encontrar la pista de su testamento… si es que lo había, como Belle parecía haber querido indicar. A través del testamento podría averiguar dónde había vivido entonces Ricky, si es que los tribunales conservaban tales datos (yo no lo sabía). Si es que en definitiva ganaba algo con reducir el lapso de tiempo a veintiocho años y localizar la ciudad en que había vivido entonces. Todo ello suponiendo que tuviera sentido ir en busca de una mujer que debería tener cuarenta y un años y casi con seguridad estaría casada y con hijos.
La ruina de lo que en un tiempo había sido Belle Darkin me había turbado: empezaba a darme cuenta de lo que podían representar treinta años. No porque temiera que una Ricky ya mayor pudiera no ser buena y amable… pero, ¿se acordaría de mi? Oh, no creía que se hubiese olvidado por completo de mí, pero ¿no en probable que yo fuese para ella sencillamente una persona sin facciones, aquel a quien llamaba «Tío Danny» y que tenía un hermoso gato?
¿Quizá no estaría yo viviendo en una fantasía del pasado, lo mismo que Belle?
Pero, al fin y al cabo, intentar buscarla no podía hacer daño a nadie. Por lo menos podríamos enviarnos tarjetas de Navidad todos los años. Su marido no tendría nada que objetar al respecto.
8
La mañana siguiente era viernes, 4 de mayo. En vez de ir a la oficina fui a la Sala de Archivos del condado. Estaban haciendo reformas, por lo que me dijeron que volviera al cabo de un mes. Así que me fui a la oficina del Times, donde cogí tortícolis a consecuencia de usar un microexplorador. Pero lo que pude averiguar fue que si Miles había fallecido entre los doce y los treinta y seis meses después de que me hubiera metido en la heladera, no había muerto en el Condado de Los Ángeles, si las noticias necrológicas eran correctas.
Claro que no había ninguna ley que le obligara a morirse en el Condado de Los Ángeles. Uno puede morirse en cualquier parte. Todavía no han logrado reglamentar eso.
Probablemente en Sacramento hubiera archivos del estado; pensé que tendría que ir a investigar algún día. Di las gracias al bibliotecario del Times, me fui a almorzar, y finalmente volví a Muchacha de Servicio.
Había dos llamadas telefónicas y una nota, todo ello de Belle. De la nota leí hasta «Queridísimo Dan», la rompí y advertí a recepción que no aceptaran llamadas para mí de parte de la señora Schulz. De allí me fui al departamento de contabilidad y pregunté al contable si había alguna forma de comprobar la antigua propiedad de acciones retiradas de la circulación. Dijo que lo intentaría, y le di, de memoria, los números de las acciones de Muchacha de Servicio que me habían pertenecido originalmente. Para ello no fue necesario ningún alarde de memoria; al principio habíamos emitido exactamente mil acciones, de las cuales había conservado las primeras quinientas diez, y el «regalo de compromiso» a Belle procedía del principio.
Regresé a mi madriguera y encontré que McBee me estaba esperando.
—¿Dónde ha estado? —preguntó.
—Por ahí. ¿Por qué?
—Eso no es contestación suficiente. El señor Galloway ha estado hoy aquí dos veces preguntando por usted. Me vi obligado a decirle que no sabía dónde estaba.
—¡Qué tontería! Si Galloway me necesita, acabará por encontrarme. Si emplease en tratar de vender su mercancía anunciando sus verdaderos méritos la mitad del tiempo que se pasa pensando en algo nuevo, la casa se beneficiaría más.
Galloway empezaba a molestarme. Estaba encargado de las ventas, pero a mí me parecía que en realidad se ocupaba más de hacer propaganda de la agencia anunciadora que se encargaba de nuestros intereses. Pero soy persona de prejuicios; lo único que a mí me interesa es la ingeniería. Todo lo demás me parece puro papeleo, generalidades.
Conocía el motivo por el cual me buscaba Galloway, y la verdad era que me había estado haciendo el remolón. Quería vestirme en traje del 1900 y sacar fotografías. Le había dicho que podía hacerme todas las fotografías que quisiese en trajes del 1970, pero que 1900 era doce años antes de haber nacido mi padre. Contestó que nadie se daría cuenta de la diferencia, y le mandé a paseo.