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Esas gentes que se dedican a fantasear para engañar al público se imaginan que nadie más que ellos sabe leer ni escribir.

—Su actitud no es correcta, señor Davis —dijo McBee.

—¿De veras? Lo siento.

—Su situación es algo rara. Está usted a cargo de mi departamento, pero tengo que prestarle a usted a los departamentos de ventas y de propaganda cuando le necesitan. Desde ahora en adelante valdrá más que utilice el reloj para registrar su entrada, como todos los demás… y valdrá más que me comunique cuando salga de la oficina durante las horas de trabajo. Haga el favor de tenerlo ~ cuenta.

Conté lentamente hasta diez.

—Mac, ¿usted utiliza el reloj registrador?

—¿Eh? Naturalmente que no. Soy el ingeniero jefe.

—Desde luego. Así lo dice encima de la puerta. Pero fijese, Mác en que yo era ingeniero jefe de este lugar antes de que usted hubiera empezado a afeitarse. ¿Es que ha creído usted en serio que voy inclinarme ante un reloj registrador?

Mac se sofocó.

—Es posible que no. Pero lo que puedo decirle es esto: si no hace, no cobrará su paga.

—¿De veras? No fue usted quien me contrató, de modo que puede despedirme.

—Mmmm… ya lo veremos. Por lo menos puedo transferirle mi departamento al de propaganda, al que usted pertenece. Si que usted pertenece a alguna parte. —Echó una ojeada a mi máquina de dibujar—. Y evidentemente usted aquí no produce nada. No me interesa tener ocupada más tiempo esa máquina tan cara. —Hizo una rápida inclinación de cabeza y dijo—: Buenas tardes.

Salí tras él. Un Chico oficinista entró rodando y colocó en 1 cesta un gran sobre, pero no esperé a ver lo que era, sino que b~ furioso al café-bar de los empleados. Lo mismo que muchos otros cabezotas, Mac se figuraba que el trabajo creador podía ser efectuado por la masa. No era sorprendente que la firma no hubiera producido nada nuevo desde hacía años.

Bueno, que se vaya al diablo. Tampoco yo había tenido la intención de quedarme mucho tiempo más.

Más o menos una hora más tarde regresé y encontré un sobre d correo interno de la oficina en mi cesta. Lo abrí, pensando que Mac habría decidido sacudírseme de encima enseguida.

Pero era del servicio de contaduría, y decía:

Querido señor Davis:

Referencia: acciones sobre las que nos ha consultado

Los dividendos correspondientes al paquete mayor fueron abonados desde el primer trimestre de 1971 al segundo trimestre de 1980 a cargo de las acciones primitivas, a un depósito mantenido a favor de un interesado llamado Heinecke. Nuestra reorganización se produjo en 1980, y el resumen de q disponemos es algo confuso, pero parece ser que las acciones equivalentes (después de la reorganización) fueron vendidas al Grupo de Seguros Cosmopolita, quienes las conservan aún. Por lo que se refiere al paquete de acciones menor, estaba a nombre (según usted presumía) de Belle D. Gentry hasta 1972, fecha en que fue atribuido a Corporación Financiera Sierra, quienes lo fragmentaron y lo vendieron separadamente. La historia subsiguiente exacta de cada una de las acciones y de su equivalente después de la reorganización podría ser trazada, pero para ello se necesitaría más tiempo.

Si este departamento puede serle útil en alguna otra cosa, le rogamos se dirija a nosotros sin ningún reparo.

Y. E. Reuther, Contable.

Llamé a Reuther, le di las gracias y le dije que aquello era todo cuanto necesitaba. Sabia entonces que mi adjudicación a Ricky no había sido nunca efectiva. Puesto que la transferencia de mis acciones que figuraba en el archivo era evidentemente fraudulenta, aquello me olía a Belle, y los terceros podían haber sido o bien sus hombres de paja o quizás una persona ficticia; probablemente ya entonces estaba proyectando estafar a Miles.

Por lo visto, después de la muerte de Miles se había vendido la partida pequeña. Pero no me importaba lo que hubiese podido ocurrir con ninguna de las acciones una vez habían salido del control de Belle. Me había olvidado de pedir a Reuther que me siguiese la pista del paquete de Miles… podría conducirnos a Ricky, aunque ya no lo tuviese en su poder. Pero era ya la tarde del viernes; se lo pediría el lunes. Lo que de momento me interesaba hacer era abrir aquel gran sobre que me esperaba, pues había visto el membrete.

A principios de marzo había escrito a la oficina de patentes sobre las patentes originales de Castor Servicial y de Dan Dibujante. Mi convicción de que el primitivo Castor Servicial no era sino otro nombre de Frank Flexible había quedado algo quebrantada después de mi primera y perturbadora experiencia con Dan Dibujante. Se me había ocurrido la posibilidad de que el mismo genio desconocido que había concebido a Dan Dibujante de una manera tan semejante a la que yo había imaginado, podía también haber desarrollado un equivalente paralelo de Frank Flexible. Esa teoría venía apoyada por el hecho de que ambas patentes habían sido sacadas el mismo año y ambas patentes estaban en manos de (o habían estado hasta que expiraron) la misma compañía, Aladino.

Pero quería saberlo. Y si aquel inventor vivía aún, quería conocerlo. Me podría enseñar algunas cosas.

Primeramente había escrito a la oficina de patentes de donde recibí como respuesta un impreso diciendo que todos los archivos de las patentes que habían expirado se conservaban en los Archivos Nacionales de las Cavernas de Carísbad. Así pues escribí a los Archivos, quienes respondieron con una lista de precios. De modo que escribí por tercera vez remitiendo un giro postal (se ruega no envíen cheques personales) solicitando copias de todo el mecanismo de las dos patentes: descripciones, títulos, dibujos, historias.

Aquel grueso sobre parecía ser la respuesta.

La de encima era la de 4.307.909, la patente básica de Castor Servicial. Me puse a mirar los dibujos, dejando de lado momentáneamente tanto los títulos como las descripciones. Los títulos carecen de importancia, salvo ante los tribunales; la idea principal al redactar los títulos justificativos al solicitar una patente consiste en reclamar todo el universo en los términos más amplios posibles, ya que luego los examinadores de patentes reducen las pretensiones de uno; para eso están los abogados de patentes. Las descripciones tienen que ser exactas, pero a mí me es más rápido ver dibujos que leer.

Tengo que admitir que no se parecía mucho a Frank Flexible. Era mejor que Frank Flexible; podía hacer más cosas, y algunas de las conexiones eran más sencillas. La noción fundamental era la misma —pero eso era forzoso, puesto que una máquina controlada por medio de los tubos de Thorsen y anterior a Castor Servicial tenía que estar basada en los mismos principios que yo había utilizado en Frank Flexible.

Casi podía imaginarme a mí mismo desarrollando un artefacto de aquel tipo… algo así como la segunda etapa de un modelo de Frank. Una vez había pensado en ello —un Frank sin las limitaciones domésticas de Frank.

Por fin llegué a lo de mirar el nombre del inventor en la relación de títulos y hojas de descripciones.

Lo reconocí sin dificultad. Era D. B. Davis.

Me quedé mirándolo durante un rato mientras silbaba «El Tiempo en Mis Manos», lentamente y desafinando. De modo que Belle había mentido una vez más. Me pregunté si habría algo de cierto en todo aquel torrente de palabras que me había lanzado. Sin duda, Belle era una embustera patológica, pero yo había leído en algún lugar que los embusteros patológicos acostumbran a seguir un plan, comenzando por la verdad y embelleciéndola, más bien que gozarse en una fantasía absoluta. Era evidente que mi modelo Frank no había sido nunca «robado», sino que lo habían pasado a algún otro ingeniero para que lo afinase, y luego habían solicitado la patente en mi nombre.