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No obstante, el convenio de Mannix nunca se había llegado a concretar; eso era cierto, puesto que ya sabía por la historia de la compañía misma. Pero Belle había dicho que la imposibilidad de presentar Frank Flexible era lo que había hecho fracasar el convenio.

¿Sería que Miles se había apropiado de Frank haciendo creer a Belle que había sido robado? O, mejor dicho, vuelto a robar.

En tal caso… dejé de intentar adivinar, pues me pareció algo imposible, más imposible aún que mi búsqueda de Ricky. Quizá tendría que aceptar un empleo en Aladino para poder llegar a averiguar dónde había adquirido la patente básica y quién se había beneficiado con la transacción. Probablemente no valía la pena puesto que la patente había expirado, Miles había muerto, y Belle, si es que había ganado algo con ello, hacía ya tiempo que lo había perdido. Me había satisfecho acerca del único punto que me importaba, lo que había querido demostrar; es decir, que el inventor original era yo mismo. Mi orgullo profesional estaba a salvo, ¿y quién se preocupa por el dinero, cuando el problema de las tres comidas diarias está resuelto? Yo no, desde luego.

De modo que me volví a la patente 4.307.910, Dan Dibujante.

Los diseños eran una verdadera delicia. Ni yo mismo lo hubiese podido proyectar mejor; aquel individuo verdaderamente sabía lo que se hacía. Admiré la economía de las conexiones y la ingeniosa manera en que se habían utilizado los circuitos para reducir las partes móviles a un mínimo. Las partes móviles son algo así como el apéndice vermicular; una fuente de perturbaciones que deben ser suprimidas en cuanto es posible.

Incluso había utilizado una máquina de escribir eléctrica para el armazón del teclado, atribuyéndolo en el dibujo a una serie de patentes de IBM. Aquello si que era ingenioso, verdadera ingeniería: no inventar nunca nada que se pueda comprar en el mercado corriente.

Quise saber quién había sido aquel chico tan cabezota: miré los papeles.

Era D. B. Davis.

Al cabo de un rato telefoneé al doctor Albrecht. Fueron a buscarle y le dijeron quién era yo, puesto que el teléfono de mi oficina no tenía visual.

—Reconocí su voz —respondió—. Hola, muchacho; ¿cómo le v en su nuevo empleo?

—No del todo mal. Todavía no me han ofrecido parte en c negocio.

—Deles tiempo. Por lo demás, ¿está contento? ¿Encuentra que encaja?

—Sin duda. Si hubiese sabido qué gran sitio es éste ahora, hubiese tomado el Sueño antes. No me podrían convencer para que volviese a 1970.

—¡Vamos, vamos! Recuerdo aquel año bastante bien. Era entonces un muchacho en una granja de Nebraska. Cazaba y pescaba. M‹ divertía. Más de lo que me divierto ahora.

—Bueno; a cada cual lo suyo. A mí me gusta ahora. Pero mire Doctor; no le llamé solamente para hablar filosofías; tengo UE pequeño problema.

—Pues veámoslo; será un descanso; la mayor parte de la gente tienen grandes problemas.

—Doctor: ¿es posible que el Gran Sueño cause amnesia?

Vaciló antes de responder.

—Es concebible. No puedo decir que haya visto nunca un case como tal. Quiero decir, independientemente de otras cosas.

—¿Cuáles son las cosas que ocasionan amnesia?

—Muchas cosas. La más corriente es, probablemente, el propio deseo subconsciente del paciente. Se olvida de una serie de acontecimientos, o los modifica a su manera, porque los hechos le resultan insoportables. Eso es una amnesia funcional cruda. Luego hay la amnesia debida al antiguo método del golpe en la cabeza, amnesia debida a un trauma. También puede tratarse de amnesia debida a sugestión… bajo la acción de drogas o de hipnosis. ¿Qué le ocurre amigo? ¿Es que no encuentra su talonario de cheques?

—No se trata de eso. Al contrario, me parece que me voy desenvolviendo muy bien ahora. Pero no acabo de recordar algunas cosas que ocurrieron antes de que tomase el Sueño… y eso me preocupa.

—Mmmm, ¿alguna posibilidad de las causas que he citado?

—Sí —dije lentamente—. Sí, todas ellas, salvo quizá la del golpe en la cabeza, y aun eso pudo haber ocurrido cuando estaba borracho.

—Me olvidé de citar —dijo secamente—, la amnesia temporal más corriente… correr una cortina bajo la influencia del alcohol. Chico, ¿por qué no viene a verme y hablaremos de todo eso con detalle? Si no consigo averiguar qué es lo que ocurre, ya sabe que no soy psiquiatra, puedo ponerle en manos de un hipnoanalista que le pelará la memoria lo mismo que si fuese una cebolla, y le dirá por qué llegó usted tarde a la escuela el 4 de febrero del año de su segundo grado. Pero es bastante caro, de modo que ¿por qué no me da primero una oportunidad?

—La verdad doctor, ya le he molestado bastante; y le molesta tanto aceptar dinero…

—Chico, mi gente siempre me interesa: no tengo otra familia.

Le dejé diciendo que si no lo había solucionado, le llamaría a principios de semana. En todo caso, querría pensar yo mismo sobre ello.

La mayor parte de las luces se habían apagado, salvo en mi oficina; una Muchacha de Servicio, del tipo de la mujer de hacer faenas, entró, registró que la habitación estaba todavía ocupada y salió rodando silenciosamente. Yo seguí allí sentado.

Al cabo de un rato Chuck Freudenberg metió la cabeza y dijo:

—Creía que te habías ido hace rato. Despierta y acaba tu sueño en casa.

Levanté la mirada.

—Chuck, tengo una idea estupenda. Comprémonos un barril de cerveza y dos pajas.

Lo pensó unos instantes:

—Bueno, es viernes… y siempre me gusta que me duela la cabeza los lunes; así sé qué día de la semana es.

—Aprobado, y por lo tanto ordenado. Espera un segundo mientras meto algunas cosas en esta cartera.

Bebimos unas cuantas cervezas, luego comimos algo, después bebimos otras cervezas en un sitio donde la música era buena, de allí nos fuimos a otro sitio donde no había música y donde los compartimentos tenían paredes revestidas de material amortiguador de sonido, y donde no le molestaban a uno mientras pidiese alguna cosa aproximadamente cada hora. Hablamos y le enseñé las copias de las patentes.

Chuck examinó el prototipo del Castor Servicial.

—Bonito trabajo, Dan. Me siento orgulloso de ti, muchacho. Me gustaría tener tu autógrafo.

—Pero fíjate en éste. —Y le di los documentos de la patente de la máquina de diseñar.

—En cierto sentido éste es aún mejor. Dan ¿te das cuenta de que probablemente has tenido más influencia en el estado actual del arte de la que… bueno, de la que Edison tuvo en su época? Eso ya lo sabes, ¿verdad, muchacho?

—Déjalo correr, Chuck; eso es serio. —Señalé abruptamente e montón de fotóstatos—. Está bien. De modo que soy el autor d uno de ellos; pero no puedo serlo del otro. No lo hice yo… a menos de que me haya armado un completo lío sobre mi vida antes de que tomase el Sueño. A no ser que padezca amnesia.

—Has estado diciendo esto durante los últimos veinte minutos Pero no me parece que tengas ningún circuito abierto. No estás más loco de lo que es corriente en un ingeniero.

Di un puñetazo en la mesa haciendo bailar los vasos.

—¡Es preciso que lo sepa!

—Cálmate ¿Qué piensas hacer?

—¿Cómo? —Lo pensé—. Voy a pagar a un psiquiatra para que me lo extraiga.

Chuck suspiró:

—Ya me imaginaba que dirías eso. Mira, Dan; supongamos que pagas a ese mecánico del cerebro para que lo haga y que te dice que no hay nada que funcione mal, que tu memoria está bien, y que todas tus conexiones están en buen estado. ¿Entonces, qué?