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—¿Tiene cambio en el bolsillo? —me preguntó.

Metí la mano en mi bolsillo y saqué un puñado de monedas. Les echó una ojeada y escogió dos piezas de cinco dólares, nuevas de cuño. Aquellos hexágonos de plástico verde que acababan de ser puestos en circulación aquel año. Me habría gustado más que hubiese escogido piezas de dos y medio, pues no andaba muy bien de fondos.

—¿Tiene usted un cuchillo?

—Sí, señor.

—Grabe sus iniciales en una de ellas.

Así lo hice. Entonces me las hizo poner en el escenario, una junto a otra:

—Observe el instante exacto. He calibrado el desplazamiento para exactamente una semana, más o menos seis segundos.

Miré mi reloj. El doctor Twitchell dijo:

—Cinco… cuatro… tres… dos… uno… ¡ahora!

Alcé la vista de mi reloj. Las monedas habían desaparecido. tuve que pretender que los ojos se me salían de la cabeza. Chuck había hablado de una demostración semejante, pero verla en re dad era otra cosa.

El doctor Twitchell dijo animadamente:

—Volveremos dentro de una semana a contar desde esta noche esperaremos que reaparezca una de ellas. En cuanto a la otra ¿usted mismo las vio a las dos en la plataforma? ¿Usted mismo puso allí?

—Sí, señor.

—¿Dónde estaba yo?

—Junto al tablero de control, señor.

Había estado a por lo menos cinco metros de la parte II próxima de la jaula y no se había acercado a ella desde entonces.

—Muy bien. Venga aquí. —Así lo hice; él se metió la mano su bolsillo—. Aquí tiene una de sus piezas. Tendrá la otra dentro una semana. —Y me entregó una moneda verde de cinco dólar sobre ella estaban grabadas mis iniciales.

No dije nada porque la verdad es que no puedo hablar muy bien cuando la mandíbula me cuelga. Prosiguió.

—Sus observaciones de la semana pasada me perturbaron. ~ fue que visité este lugar el miércoles, algo que no había hecho des hacía… bueno, más de un año. Encontré esta moneda en la plataforma, de modo que supe que había estado usando… que iba a usar nuevamente la instalación. Hasta esta noche no me decidí a hace funcionar para usted.

Miré la moneda, y la toqué:

—¿Esto estaba en su bolsillo cuando vinimos aquí esta noche?.

—Desde luego.

—¿Pero cómo podía haber estado en su bolsillo y en el mío mismo tiempo?

—¡Vaya por Dios! ¿Es que no tiene ojos para ver, ni cerebro para pensar? ¿No puede usted absorber un sencillo hecho solamente porque se encuentra fuera de su monótona experiencia? Usted trajo aquí esta noche, y lo enviamos a la semana pasada. Usted vio. Hace unos días lo encontré aquí, y me lo metí en el bolsillo. Lo traje conmigo esta noche. La misma moneda… o, para ser exacto un segmento posterior de su estructura del espacio-tiempo, usa‹ una semana más, un poco más gastado… pero lo que el vulgo llamaría la «misma» moneda. Si bien no es en realidad más idéntica de lo que un bebé es idéntico al hombre en que aquel bebé se convierte. Más viejo.

Le miré:

Doctor… hágame retroceder una semana… Me miró con enojo:

—¡ímposible!

¿Por qué no? ¿Es que eso no funciona con personas?

—¿Cómo? ¡Pues claro que funciona con personas!

—Entonces, ¿por qué no hacerlo? No tengo miedo. Imagínese qué cosa más maravillosa sería para el libro… que yo pudiese testificar por experiencia propia que el desplazamiento en el tiempo de Twitchell es una realidad.

—Ya puede usted informar por experiencia propia. Usted lo vio.

—Sí —admití lentamente—, pero no lo creerán. Esa historia de las monedas… y lo vi y lo admito. Pero cualquiera que no haga más que leer una descripción de ello deducirá que soy muy crédulo, y que usted se burló de mí gracias a un sencillo juego de manos.

—Maldita sea…

—Eso es lo que los demás dirán. No serían capaces de creer que yo verdaderamente vi lo que describí. Pero si usted me enviase al pasado, solamente una semana, entonces podría informar por experiencia propia…

—Siéntese y escúcheme. —El se sentó, pero no había sitio bastante para que yo pudiese sentarme, de lo cual él no pareció darse cuenta—. Hace tiempo experimenté con seres humanos y es por esa razón que resolví no volverlo a hacer nunca más.

—¿Por qué? ¿Es que los mató?

—¿Cómo? No diga tonterías. —Me miró fijamente y añadió—:

Esto no debe ponerlo en su libro.

—Como usted diga, señor.

—Ciertos pequeños experimentos demostraron que los sujetos vivos podían efectuar desplazamientos temporales sin sufrir daños. Había confiado en un colega, un joven que enseñaba dibujo y otras asignaturas en la escuela de arquitectura. Era en realidad más bien un ingeniero que un científico, pero a mí me gustaba: era de viva inteligencia. Ese joven, no puede hacer ningún daño decirle su nombre: Leonardo Vincent, estaba loco por probarlo… por probarlo en serio; quería sufrir un desplazamiento de gran alcance, de quinientos años. Fui débil y se lo permití.

—¿Y entonces qué ocurrió?

—¿Cómo puedo saberlo? ¡Quinientos años, amigo mio! No viviré para saberlo.

—¿Pero usted cree que está a quinientos años en el futuro?

—O en el pasado. Quizás haya ido a parar al siglo quince; o al veinticinco. La probabilidad es exactamente la misma. Hay una indeterminación; ecuaciones simétricas. A veces se me ha ocurrido… pero no, es solamente una semejanza de nombres.

No le pregunté lo que quería decir porque yo también me di cuenta de repente y se me pusieron los pelos de punta. Lo desplacé de mi mente; tenía otros problemas. Además, no podía ser sino una casualidad, no era posible que un hombre fuese de Colorado a Italia; no en el siglo XV.

—Pero resolví que no iba a ser tanteado otra vez. No era ciencia; no añadía nada a los datos conocidos. Si era desplazado hacia delante, bueno. Pero si era desplazado hacia atrás… entonces probablemente enviaba a mi amigo a ser asesinado por los salvajes. O a ser comido por las fieras.

O incluso, quizá, pensé yo, a convertirse en un «Gran Dios Blanco» Me guardé esa idea para mi.

—Pero conmigo no necesitaría usted utilizar un desplazamiento tan largo.

—No hablemos más del asunto, por favor. Pierde usted completamente el tiempo.

—Como usted quiera, doctor. —Pero no lo podía dejar correr—. Ah, ¿me permite hacer una sugerencia?

—Bueno. Hable.

—Podríamos obtener casi el mismo resultado sencillamente por medio de un ensayo.

—¿Qué quiere usted decir?

—Un ensayo en vacío, haciéndolo todo exactamente como si intentase usted desplazar un sujeto vivo; yo me prestaré a desempeñar el papel. Haremos todo exactamente lo mismo como si usted tuviese intención de desplazarme, hasta el punto en que usted apriete el botón. Entonces me haré cargo del proceso… que es lo que hasta ahora no he conseguido.

Gruñó un poco, pero la verdad es que tenía ganas de enseñar su juguete. Me pesó, y puso aparte pesos metálicos que igualaban exactamente mis setenta y seis kilos.

—Estas son las mismas balanzas que utilicé con el pobre Vincent.

—Entre los dos las colocamos a un lado de la plataforma.

—¿Qué ajuste temporal vamos a hacer? Se trata del experimento de usted.

—Ah… ¿usted dijo que se podría calibrar exactamente?

—Así lo dije, señor mío. ¿Es que lo duda?

—Oh, no, no… Bueno, veamos, hoy es el día 24 de mayo; supongamos que… ¿qué le parecería treinta y un años, tres semanas, un día, siete horas, trece minutos y veinticinco segundos?