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Expliqué que era el tío de la niña, de nombre Daniel B. Davis, y que tenía para ella un mensaje que afectaba a la familia. Me respondió que los visitantes que no fuesen padres eran solamente permitidos cuando iban acompañados de los padres y las horas de visita no eran sino a partir de las cuatro.

—No quiero visitar a Federica, pero tengo que darle este mensaje. Es un caso de urgencia.

—En tal caso, puede usted escribirlo, y yo se lo daré en cuanto termine los juegos de rítmica.

Puse cara de preocupación (y estaba en realidad preocupado) y dije:

—No quiero hacer eso. Será mucho más prudente que se lo diga personalmente a la niña.

—¿Desgracia de familia?

—No precisamente. Dificultades en la familia, eso sí. Lo siento señora, pero no tengo libertad para decírselo a nadie más. Se refiere a la madre de mi sobrina.

Se estaba ablandando, pero seguía sin decidirse. Entonces Pe intervino en la discusión. Lo había estado llevando en mis brazos su trasero apoyado en el izquierdo, y aguantando su pecho con la mano derecha; no había querido dejarlo en el automóvil y sabía que Ricky lo habría querido ver. Pet tolera que le lleven así durante un rato, pero ya se estaba aburriendo.

—¿Krruarr?

La señora le miró y dijo:

—Éste sí que es un chico guapo. Tengo uno en casa que podría haber salido de la misma camada.

Entonces dije con solemnidad:

—Es el gato de Federica. Tuve que traerle conmigo porque… pues, porque era necesario. No había nadie para cuidarse de él.

—¡Pobrecito!

Le acarició debajo de la barbilla tal como debe hacerse, afortunadamente, y Pet lo aceptó, también afortunadamente, estirando el cuello, cerrando los ojos, y poniendo cara de indecorosamente complacido. A veces se porta muy mal con los extraños, si no le son simpáticos.

El guardián de la juventud me hizo sentar junto a una mesa bajo los árboles, en el exterior del cuartel general. Era lo bastante lejos como para permitir una visita privada, pero todavía bajo su vigilante mirada. Le di las gracias y esperé.

No vi llegar a Ricky. De repente oí un grito:

—¡Tío Danny! —Y luego otro al volverme— ¡Oh, has traído a Pet… es maravilloso!

Pet soltó un prolongado bliirtt y saltó de mis brazos a los suyos. La chica lo cogió, lo acomodó en la posición que a él más le gusta, y ellos dos prescindieron de mí durante unos cuantos segundos mientras cambiaban los saludos del protocolo gatuno. Luego Ricky alzó la mirada y dijo brevemente:

—Tío Danny, me alegro mucho de que hayas venido.

No la besé; no la toqué en absoluto. Nunca me ha gustado sobar a los niños y Ricky era de la clase de niñas que solamente lo soportan cuando no tienen más remedio. Nuestra relación original, cuando tenía seis años, se había basado en un decente respeto mutuo por la individualidad y la dignidad personal de cada uno de nosotros dos.

Pero si que la miré. Rodillas huesudas, delgada, en crecimiento rápido, no llena todavía, no era tan bonita como había sido cuando era pequeña. Los pantalones cortos y la camisa deportiva que llevaba, junto a las quemaduras del sol, arañazos, golpes, y una cantidad de porquería comprensible, no contribuían a su atractivo femenino. Era un esquema en palillos de la mujer en que se convertiría, con su desgarbo de potro suavizado únicamente por sus enormes y solemnes ojos y la belleza alada de sus finas facciones tiznadas.

Estaba adorable.

Yo dije:

—Y yo me alegro mucho de haber venido, Ricky.

Mientras trataba de sostener a Pet con un brazo, con la otra mano empezó a rebuscar en un repleto bolsillo de sus pantalones cortos.

—Y al mismo tiempo estoy sorprendida. En este mismo momento acabo de recibir una carta tuya, me han tenido ocupada desde que llegó y ni siquiera he tenido tiempo de abrirla. ¿Dice que ibas a venir hoy?

La sacó arrugada por haber estado metida en un bolsillo demasiado pequeño.

—No, no dice eso, Ricky. Dice que me marcho. Pero después de haberla echado al correo decidí venir a despedirme personalmente.

Se quedó sorprendida y bajó los ojos.

—¿Te vas?

—Sí. Te lo explicaré, Ricky, pero es largo. Sentémonos y te lo contaré todo.

Nos sentamos a los extremos de la mesa, bajo las sombras, y empecé a hablar. Pet se quedó echado sobre la mesa, entre nosotros dos, parecido a un león de biblioteca, con su pata delantera sobre la arrugada carta, cantando en voz baja, como abejas sobre el trébol, mientras que al mismo tiempo contraía los ojos de satisfacción.

Me alegré mucho de enterarme que Ricky ya sabia que Miles se había casado con Belle; no me hubiera gustado habérselo tenido que decir. Alzó la vista, volvió en seguida a bajar los ojos, y dijo sin expresión ninguna:

—Sí, ya lo sé. Papá me escribió sobre eso.

—Ah; comprendo.

De repente se puso seria y no pareció ya una niña.

—No voy a volver allá, Danny. No quiero volver.

—Pero… mira, Rikki-tikki-tavi; ya comprendo lo que sientes. Lo que es yo desde luego no quiero que vuelvas allá, yo mismo te sacaría de allí si pudiese. Pero ¿cómo lo vas a evitar? Es tu padre y tú solamente tienes once años.

—No tengo por qué volver. No es mi verdadero padre. Y mi abuela viene a buscarme.

—¿Cómo? ¿Cuándo viene?

—Mañana. Tiene que venir en coche desde Brawley. Le escribí preguntándole si podía ir a vivir con ella porque no quería vivir con papá, ahora que la otra estaba allí. —Consiguió poner más desprecio en esas palabras de lo que un adulto hubiese podido conseguí con un insulto—. Mi abuela contestó que no tenía que vivir allí 5 no quería, porque Miles nunca me había adoptado, y era ella e tutor —Levantó ansiosamente la mirada —. ¿Es cierto, verdad? ¿No me pueden obligar?

Me sentí inmensamente aliviado. Lo único que no había podido resolver, el problema que me había preocupado durante meses, era cómo evitar que Ricky estuviese expuesta a la ponzoñosa influencia de Belle durante… bueno, durante años; parecía seguro que debería ser durante un par de años.

—Si nunca te adoptó, Ricky, estoy seguro de que tu abuela lo conseguirá si las dos os empeñáis. —Pero entonces me ensombree y me mordí el labio.— Pero quizá tendréis dificultades mañana. Es posible que objeten a dejarte salir con ella.

—¿Y cómo pueden impedírmelo? Me meteré en el coche y me marcharé.

—No es tan sencillo como eso, Ricky. Estas personas que dirigen el campamento tienen que seguir ciertas reglas. Tu padre, quiero decir Miles, te confió a ellas y no estarán dispuestas a entregarte a nadie más que a él.

Ricky sacó fuera el labio inferior.

—No iré. Me voy con mi abuela.

—Sí, quizá pueda decirte cómo lograrás conseguirlo más fácilmente. Si fuese tú, no les diría que me voy del campamento; les diría sencillamente que tu abuela quiere llevarte de paseo, y luego no vuelves.

Su inquietud se desvaneció en parte.

—Está bien.

—Ah… no hagas tu equipaje ni nada, pues se imaginarían lo que ibas a hacer. No intentes sacar más ropas que las que lleves puestas entonces. Pon en tus bolsillos tu dinero y lo que realmente quieras sacar. ¿Supongo que no debes tener aquí gran cosa que realmente te importe perder, verdad?

—Me imagino que no. —Pero se quedó pensativa—. Tengo un traje de baño completamente nuevo.

¿Cómo explicar a una niña que hay veces en que es preciso abandonar el equipaje? No es posible, son capaces de volver a un edificio en llamas para salvar una muñeca y un elefante de juguete.

—Pues… Ricky, haz que tu abuela les diga que te lleva a Arrowhead para que te bañes con ella… y quizá te lleve a cenar allí, pero que volverá contigo antes de la hora de acostarse. Así te podrás llevar tu traje de baño y una toalla. Pero nada más. ¿Crees que tu abuela dirá esa mentira por ti?