Pero el gusto por los gatos es algo difícil de asimilar frente a una persona aficionada a ellos. Hay gentes de gatos, y hay otros, probablemente más que una mayoría, que «no pueden soportar un gato inofensivo y necesario». Si lo intentan sea por cortesía o por cualquier otra razón, se nota porque no comprenden cómo se debe tratar a los gatos; y el protocolo de los gatos es más rígido que el de la diplomacia.
Se basa en el respeto de sí mismo y en el mutuo respeto, y tiene el mismo matiz que la «dignidad del hombre», que solamente puede ofenderse a riesgo de la vida.
Los gatos no tienen sentido del humor, sus egos son terriblemente hinchados, y son muy susceptibles. Si alguien me preguntase por qué valía la pena que nadie perdiese el tiempo ocupándose de ellos, me vería forzado a responder que no hay ninguna razón lógica. Preferiría explicar a alguien a quien no gusten los quesos fermentados por qué «debería gustarle» el Limburger. No obstante, simpatizo con aquel mandarín que se cortó una manga llena de inestimables bordados porque sobre ella estaba durmiendo un gatito.
Belle intentaba demostrar que Pet «le gustaba» tratándolo como si fuese un perro…, de modo que recibió un arañazo. Luego, como era un gato razonable, se fue, y no volvió en mucho tiempo; y fue mejor así, pues le hubiese pegado, y a Pet yo no le he pegado nunca. Pegar a un gato es peor que inútil, la única manera de disciplinar a un gato es por medio de paciencia, nunca a fuerza de golpes.
De modo que puse yodo en las heridas de Belle, y luego traté de explicarle en qué se había equivocado.
—Siento que haya ocurrido, ¡lo siento muchísimo! Pero volverá a suceder si vuelves a hacer aquello.
—¡Pero si solamente le estaba acariciando!
—Pues, sí… pero no le acariciabas como a un gato, sino como a un perro. No debes nunca dar palmaditas a un gato, sino pasarle la mano por encima. No debes hacer movimientos repentinos cuando estés al alcance de sus garras. No debes nunca tocarle sin darle la oportunidad de que vea lo que estás haciendo… y tienes siempre que procurar que sea algo que le guste. Si no tiene ganas de que le acaricien, lo soportará un poco por cortesía, pues los gatos son muy corteses, pero es posible darse cuenta de que lo está sencillamente soportando, y hay que pararse antes de que se acabe la paciencia.
—Vacilé un momento—. ¿No te gustan los gatos, verdad?
—¿Cómo? ¡Pues claro que sí, qué tontería! —Pero añadió—: La verdad es que no los he tratado mucho. Es una gata muy susceptible, ¿verdad?
—Gato. Pet es un gato macho. No, la verdad es que no es susceptible, puesto que siempre ha sido bien tratado. Pero tienes que aprender a tratarlos. Ah, no tienes nunca que reírte de ellos.
—¿Cómo? ¿Qué razón puede haber?
—No es porque no sean divertidos; son muy cómicos. Pero no tienen sentido del humor y les ofende. Oh, un gato no te arañará porque te rías; lo único que hará es marcharse y te será difícil volver a hacerte amigo de él. No es que eso sea importante. Mucho más importante es saber cómo se tiene que levantar a un gato. Cuando Pet vuelva te enseñaré cómo debe hacerse.
Pero Pet no volvió entonces, y nunca se lo enseñé. Belle no volvió a tocarlo después de aquello. Le hablaba y se portaba como si le gustase, pero se mantenía a distancia, y lo mismo hacía Pet. Me olvidé de ello; no iba a permitir que una cosa tan trivial me hiciese dudar de la mujer que para mí representaba más que ninguna otra cosa en la vida.
Pero la cuestión de Pet casi llegó a tina crisis algo más tarde. Belle y yo estábamos discutiendo dónde íbamos a vivir. Todavía no quería fijar el día de la boda, pero pasábamos mucho tiempo con esos detalles. Yo quería un pequeño rancho cerca de la planta; ella prefería un piso en la ciudad hasta que pudiésemos permitirnos una finca en Bel-Air.
—Querida —le dije—, no es práctico; tengo que estar cerca de la planta. Y además, ¿se te ha ocurrido a ti alguna vez cuidar de un gato macho en un piso?
—¡Oh, eso! Mira, cariño, me alegro de que lo hayas mencionado. He estado estudiando gatos, de verdad… liaremos que lo modifiquen; entonces será mucho más afectuoso y estará feliz en un piso.
La miré fijamente, incapaz de creer mis oídos. ¿Convertir al viejo guerrero en un eunuco? ¿Transformarle en una decoración hogareña?
—Belle, no sabes lo que estás diciendo…
Me reprendió con el familiar «Mamá tiene razón», utilizando los argumentos corrientes de la gente que cree que los gatos son una propiedad…, que no le harían daño, que en realidad era por su propio bien, que sabía lo mucho que yo le apreciaba y que nunca se le ocurriría privarme de él, y que era en realidad algo muy sencillo e inofensivo, y lo mejor para todos.
La interrumpí:
—Y por qué no lo organizas para los dos?
—¿El qué, cariño?
—Yo también. Sería mucho más dócil y me quedaría por las noches en casa, y nunca discutiría contigo. Corno tú has dicho, no hace daño, y me sentiría probablemente mucho más feliz.
Se sofocó.
—Te pones absurdo.
—Lo mismo que tú.
No volvió nunca más a hablar de ello. Belle nunca dejaba que una diferencia de opinión degenerase en una pelea; se callaba y esperaba su momento. Pero tampoco lo dejaba nunca correr. En cierto sentido había en ella mucho de gato…, y es posible que ésa fuese la razón por la cual yo no podía resistirla.
Me alegré de dejar correr el asunto. Estaba ocupado hasta la coronilla con Frank Flexible. Willie y la Muchacha de Servicio forzosamente nos iban a hacer ganar mucho dinero, pero yo tenía la obsesión de un autómata perfecto para todos los trabajos domésticos, un sirviente para todo. Está bien, llámenlo un robot, a pesar de que se abusa de esta palabra y de que yo no tenía intención de construir un hombre mecánico.
Lo que quería era un aparato que hiciese todo el trabajo de la casa: limpiar y guisar, naturalmente, pero al mismo tiempo también trabajos difíciles, como cambiar los pañales de un niño, o la cinta de una máquina de escribir. En lugar de tener una cuadra de Muchachas de Servicio Nani Niñeras, Harry Botones y Gus Jardinero quería que un matrimonio pudiese comprar una máquina por el precio de, bueno, digamos de un buen automóvil, la cual fuese el equivalente del sirviente chino sobre el que se leen historias, pero al cual nadie de mi generación había llegado a ver.
Si conseguía hacerlo, seria la Segunda Proclamación de Emancipación, que liberaría a las mujeres de su esclavitud atávica. Quería abolir el antiguo dicho de que «el trabajo de la mujer no se termina nunca». El trabajo doméstico es una pesadilla innecesaria y monótona; en mi capacidad de ingeniero me ofendía.
Para que el problema entrase dentro de las posibilidades de un solo ingeniero, casi todo el Frank Flexible tenía que consistir en partes standard y no debía incluir ningún principio nuevo. La investigación fundamental no es trabajo para un solo hombre; tenía que ser un desarrollo de lo ya conocido, o no podía ser.
Afortunadamente había ya mucho hecho en ingeniería y yo no había perdido el tiempo mientras esperaba mi licencia «Q». Lo que requería no era tan complicado como lo que se espera que haga un proyectil dirigido.
¿Y qué era lo que quería que hiciese Frank Flexible? Respuesta: todo el trabajo que un ser humano hace por la casa. No tenía que jugar a las cartas, hacer el amor, comer, o dormir, pero sí tenía que limpiar después de una partida de cartas, guisar, hacer camas y cuidar de niños; por lo menos tenía que vigilar la respiración de un niño y llamar a alguien si se alteraba. Decidí que no tendría que contestar al teléfono, puesto que A.T.T. ya alquilaba un aparato que lo hacía. Tampoco era necesario que atendiese la puerta, ya que la mayor parte de las casas nuevas estaban provistas de contestadores.