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Tenía que empezar a actuar. Qué lástima que su grupo no llegara hasta última hora de la tarde, en que necesitarían cierto tiempo para instalarse. Decidió celebrar una breve sesión informativa en cuanto Paco Navarro hubiera organizado el despacho que el gobernador civil y la Policía Judicial local pensaran poner a su disposición.

Mandó al taxista esperarle en el hotel Don Juan, donde dejó la maleta después de registrarse en recepción y disculparse por no haberse presentado la noche anterior. Luego, el taxista recorrió la corta distancia desde el hotel a Mesa y López y la oficina central del Banco Ibérico. Bernal consultó su reloj: las 9.05. Una hora excelente para ver al director nada más abrir el banco sus puertas.

Bernal se vería contrariado en esto, así como en muchos otros asuntos más adelante, por haber olvidado la lenta y pausada forma de actuar de los isleños. Para un peninsular, más activo, los canarios, lentos como zombies, resultaban -según su propia expresión- aplatanados, como si el clima suave y apacible de las islas hiciera que Europa, con su constante ajetreo, pareciera tan remota como la luna. Bernal acabó aprendiendo que zaherirles no servía de nada: se volvían adustos. Así que había que adaptarse a su ritmo que, aunque lento, era firme y constante.

¿Habrían sido siempre así?, se preguntaba Bernal. Después de todo, los guanches de Tenerife y los aborígenes de Gran Canaria habían atacado a los primeros descubridores europeos y a los primeros colonos con gran fiereza y belicosidad. Sus descendientes, sin embargo, evidentemente mezclados, parecían apáticos. ¿Sería la célebre modorra? ¿O sólo el resultado de siglos de explotación exterior con esa lamentable economía de monocultivos, florecientes sólo durante un breve espacio de tiempo, en la que ellos aportaban naturalmente la fuerza laboral? Primero fue el comercio vinícola, luego la recolección de orchila por su tinte púrpura; posteriormente, el tabaco, y después plátanos, tomates y otras hortalizas para las mesas europeas. Y últimamente, la industria turística. La porción del león de los beneficios había ido siempre a parar a manos extranjeras, mientras que los nativos de las islas seguían tan pobres como siempre. En el terreno cultural, las islas nunca habían dado muchas muestras de florecimiento en ningún arte. Su escritor más famoso, Benito Pérez Galdós, sólo había sido otro buen producto de exportación de gran éxito. Lo que caracterizaba a aquellas gentes complacientes y amables era su inmensa indiferencia ante las continuas llegadas y partidas de los extranjeros que manifestaban los más inexplicables caprichos, que los isleños satisfacían impasibles, sin emitir juicios.

Bernal encendió un Káiser y, con tales reflexiones, procuró calmar su impaciencia en la antesala del despacho del director del banco. Apareció al fin un individuo bajo, de cabello rubio, que le comunicó que no esperaban al director al menos hasta dentro de una hora, pero que, si en algo podía servirle, el subdirector estaba a su disposición.

Cuando apareció este funcionario, Bernal le expuso su inquietud por la desaparición la tarde anterior de la señora Lozano, ayudante personal del director del banco, y le explicó que la Guardia Civil había dado un aviso general y estaba buscando activamente su coche. No reveló Bernal su relación personal con Consuelo y empezó a preguntarse cómo les explicaría a sus propios colegas, cuando llegaran, su interés por ella.

El subdirector se mostró súbitamente preocupado, y Bernal le preguntó si la señora Lozano tenía acceso a las llaves de la cámara de seguridad.

– Hay que considerar la posibilidad de que la mantengan como rehén y pidan un rescate al banco.

– Pero, comisario, la señora Lozano no tiene ninguna relación con esos asuntos. Ella nunca maneja las llaves ni nada que tenga que ver con las cajas o la cámara de seguridad.

– ¿Cuál es su tarea normal?

– Bueno, está destinada a nuestra sucursal durante seis meses como personal adjunto a la dirección, así que trata con nuestros clientes más importantes.

– Por lo tanto, tiene acceso a información bancaria de suma importancia -indicó Bernal-. Supongo que tienen ustedes un importante volumen de negocios con el extranjero, como, por ejemplo, transferencia de fondos en diversas monedas.

– Eso es absolutamente cierto, comisario, pero no se me ocurre qué podrían esperar conseguir los secuestradores, a no ser que vayan a pedir un rescate.

– Si así fuera, no tardaríamos en recibir noticias de ellos.

Bernal mostró al subdirector el contenido de la cartera de Consuelo.

– ¿Podría saber usted por estas fotocopias con qué cuentas estaba trabajando la señora Lozano?

El subdirector examinó detenidamente las copias de los informes bancarios parciales; luego alzó la vista.

– Por desgracia, sólo son extractos de informes mucho más largos del estado de cuentas, comisario, y los números de referencia no figuran. Si le parece bien, pediré al contable que les eche un vistazo. Tal vez él recuerde a qué clientes pertenecen estos informes.

– Muy bien. ¿Puedo ver mientras tanto la mesa de trabajo de la señora Lozano?

Le acompañaron al despacho de Consuelo; Bernal se dejó caer pesadamente en la silla, emocionalmente agobiado por el leve aroma del perfume parisiense de ella que aún flotaba en el aire. Luego se puso a examinar lo que había sobre la mesa, en especial el cuaderno de notas que había junto al teléfono, cuya primera hoja estaba en blanco, aunque pudo advertir marcas de mensajes escritos en las hojas anteriores, arrancadas. Como no disponía de técnicos que pudieran ayudarle, encendió un cigarrillo y chupó bien para obtener ceniza suficiente que echó luego en el cenicero limpio de latón para que se enfriara. La aplastó con el extremo de un lápiz y la echó sobre el cuaderno de notas soplando para que se extendiera de modo uniforme; luego eliminó la sobrante.

Ahora podían leerse algunas palabras garrapateadas con la letra de Consuelo: 5.00 h. Ciudad JardínPío XII…, seguidas de algunos números no lo bastante legibles. Necesitaba algún otro medio para averiguar la dirección exacta. ¿Sería quizá allí a donde había acudido Consuelo pertrechada con los papeles que guardaba en su portafolios? Pero, en tal caso, ella había vuelto después de la cita a casa y había atendido a todos los asuntos domésticos de modo absolutamente normal, según su sirvienta, hasta que salió para ir a esperarle al aeropuerto de Gando poco antes de las nueve. Sin embargo, no había llegado al aeropuerto o, si lo había hecho, la habían secuestrado antes de que llegara a él. Y su coche no estaba en el aeropuerto; el teniente de la Guardia Civil había registrado las inmediaciones del lugar nada más saber el número de matrícula. El problema era que la entrevista previa que había celebrado Consuelo podría no estar directamente relacionada con su desaparición.

Bernal abrió uno por uno los cajones del escritorio y examinó su contenido. Lo único que parecía tener un cierto interés era un télex, fechado el día anterior por la mañana, del Crédit Français de París. Hasta donde llegaba el limitado conocimiento del francés de Bernal, parecía hacer referencia a pagos mensuales regulares en francos franceses enviados desde su sucursal de Argel y transferidos en pesetas a Gran Canaria a la cuenta de Alcorán, S. A. ¿De qué le sonaba aquel nombre? ¿No lo había visto o lo había oído hacía poco?