Oyó súbitamente gritar a los soldados y un extraño chirriar de las tablas de su prisión. Luchaba por abrir los ojos, que se habían vuelto muy sensibles a la luz, y se incorporó en la vacilante cama.
El taxi dejó a Bernal en la escalinata del imponente edificio del Gobierno Civil, donde presentó sus credenciales y pidió que le condujeran al despacho del gobernador. Había llegado a la cita con cinco minutos de antelación. Una secretaria de cabello rubio ceniza, muy decorativa, le acompañó hasta un sofá de la sala de espera y fue a comunicar su llegada al gobernador. Volvió a aparecer al momento y le condujo ante Su Excelencia.
Al entrar en el amplio y fresco despacho iluminado por el sol, el comisario no vio a nadie.
– Venga, comisario. Encantado de verle -dijo una voz desde el otro lado de la gran mesa labrada.
Bernal miró por encima de la mesa y vio al gobernador civil arrodillado en el suelo ante un plano a gran escala de Las Palmas completamente desplegado y sujetado por un libro en cada esquina. Bernal dio la mano al gobernador con torpeza y se acuclilló a su lado.
– Me extrañó muchísimo que el Canarias 7 publicara en la edición de ayer el itinerario y el horario completos y detallados de la visita del presidente, Excelencia. Ese tipo de publicidad compromete la seguridad y hace mucho más ardua nuestra tarea.
– Este despacho no filtró los datos, comisario. Los responsables son los de la oficina de prensa de Madrid. Dieron todos los datos a una agencia nacional de noticias sin consultarnos previamente.
– ¿Y la visita del presidente a Tenerife y La Gomera? ¿También se han publicado los detalles de las dos visitas?
– Lamento decirlo, pero así es. Completos.
– Habría que considerar la posibilidad de cambiar algunos itinerarios y horarios, Excelencia; ya sabe, para despistar a los posibles terroristas. ¿Ha comunicado su gente si se ha recibido alguna amenaza?
– Hasta el momento, no. Se ha iniciado la vigilancia continua de los más sospechosos por conocidos, claro.
– ¿Sería tan amable de ponerme al tanto de la actual situación de los planes, Excelencia?
– Bien, como ya sabe usted, la visita del presidente durará día y medio. El día diecisiete a las dieciséis horas, el presidente sale del aeropuerto tinerfeño Reina Sofía. Yo le estaré esperando en Gando con los representantes del Cabildo Insular y una guardia de honor seleccionada de los cuarteles de Las Palmas. El presidente viajará conmigo en el coche oficial del aeropuerto al Gobierno Civil, donde saludará a los funcionarios locales. Yo le acompañaré después a mi residencia oficial, en la que se alojará durante su visita y hasta que parta hacia Fuerteventura. Allí descansará un poco, se cambiará de ropa y, a las dieciocho horas, se dirigirá al Parque Doramas, donde primero presidirá la reunión de organizadores del partido y agentes electorales en el hotel Santa Catalina, para asistir posteriormente a una demostración de música popular canaria en el Pueblo Canario. Seguirá a todo esto una cena ofrecida por el partido en el mismo hotel.
Bernal observaba atentamente el plano a gran escala.
– Así que desde las seis hasta las once, aproximadamente, el presidente permanecerá en el Parque Doramas, donde, es de suponer, habrá ordenado usted estrechar la vigilancia y reforzar las medidas de seguridad.
– Mi gente lo tiene todo controlado, comisario. Pases especiales para todo el personal y los invitados, inspección exhaustiva del terreno con perros rastreadores, detectores de metales en la entrada principal y todo lo demás.
– ¿Y qué me dice de la ruta de ida y vuelta de la residencia oficial? ¿Cómo se cubrirá?
– Tomando las precauciones habituales: inspección de los puentes de la ruta una hora antes de que tenga que pasar el coche oficial, policías apostados en todos los cruces de calles, para cerrar el tráfico cinco minutos antes de que lleguemos, tiradores de la policía situados en las azoteas y puntos elevados.
– ¿Y al día siguiente, el dieciocho? -preguntó Bernal, volviendo a mirar el plano-. Es una fecha importante, ya sabe, en la que podrían hacer acto de presencia gran número de extremistas.
– Es especialmente importante aquí en Las Palmas, comisario -el gobernador sonrió suavemente-. ¿Sabe? Cuando era chico presencié el pronunciamiento de Franco desde la sede del Gobierno Militar, en julio de 1936, antes de que el piloto inglés le llevara desde el viejo campo de aviación al norte de África, listo para iniciar la invasión de la península.
– Lo recordarán también muchos otros de diferentes credos políticos -comentó Bernal-. Esperemos que no traten de imitarlo de algún modo. ¿Cuál es el programa del presidente para el dieciocho por la mañana?
– Antes de ir a la sede del Cabildo, a las once, irá en coche al puerto para inaugurar la nueva terminal petrolera.
– Ésa será la parte más arriesgada de la visita -dijo Bernal examinando el plano detenidamente-. Tendrá que recorrer la larga Avenida Marítima y salvar luego las estrechas callejas del istmo para llegar al puerto comercial.
– «El Refugio», comisario. Nosotros llamamos así a esa zona de la ciudad, que es donde nuestros antepasados se protegían, tras una empalizada, de los feroces indígenas. Pero la policía lo tiene todo controlado. Todos los edificios de la ruta estarán vigilados desde las ocho horas, habrá guardias armados apostados en las azoteas y la policía acordonará las calles. El Mercedes oficial es a prueba de balas, así que para volarlo tendrían que usar una bomba muy potente.
– No olvide que fue eso precisamente lo que le ocurrió al almirante Carrero Blanco en Madrid en 1973 -observó Bernal-. ¿Ha ordenado registrar las alcantarillas y hacer sondeos de la calzada por si a alguien se le hubiera ocurrido abrir túneles?
– Ésa es una buena idea, Bernal. Ordenaré que lo hagan la víspera de la visita del presidente.
– Le sugiero que sus hombres realicen hoy mismo una inspección inicial a lo largo de toda la ruta, Excelencia. Un plan subversivo de este tipo necesita de muchos preparativos -precisó Bernal. Luego indicó las rutas señaladas en rojo en el plano-: ¿Podríamos alterar el plan previsto para el día dieciocho y poner la inauguración de la terminal después del discurso al Cabildo Insular?
– Pero, comisario, ya se han enviado las invitaciones. El cambiar ahora los actos supondría muchos quebraderos de cabeza.
– En tal caso, sería buena idea cambiar de rutas. Veo que hay dos vías que atraviesan el istmo desde la ciudad hacia el puerto. ¿Por qué no toman la que queda más al oeste?
– Pero Albareda es una calle mucho más ancha, y el ir por la que queda más al oeste, la de Sagasta, significaría meterse en el laberinto de calles laterales que hay junto al parque de Santa Catalina. Y de todas formas, al llegar a la calle de Juan Rejón y al Castillo de la Luz, en realidad no hay otro camino para llegar a la nueva terminal.
– Ésa es la parte que más me preocupa, Excelencia. ¿Se ha considerado la posibilidad de utilizar un helicóptero?
– El gobernador militar se opone, comisario. Y tengo entendido que al presidente no le gusta viajar en helicópteros.
Para la hora del almuerzo, Bernal había hecho algunas otras sugerencias insignificantes a fin de mejorar las medidas de seguridad durante la visita del presidente. Luego inspeccionó los despachos que habían puesto a su disposición en la jefatura de la Policía Judicial. El comisario jefe trató a Bernal con cortesía exquisita, casi con una deferencia exagerada, en opinión de éste, aunque parecía tener la falsa idea de que el traslado temporal del grupo de Bernal a Gran Canaria no pasaba de ser un gesto formal del Gobierno. Así que se mostró muy sorprendido cuando Bernal pidió copias de todos los informes policiales sobre los incidentes de las dos últimas semanas.