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– ¿Los seguimos, jefe? -preguntó Ángel con vehemencia-. Les vimos cuando nos pasaron como una flecha rumbo a Las Palmas. Nuestro conductor tomó el número de matrícula y se lo ha comunicado a Control de Tráfico. Debía ir a más de ciento veinte por la parte norte de las afueras de Telde.

– No, de momento no quiero seguirles, Ángel, no quiero presionarles demasiado, no vayan a matar a la señora Lozano. Parece que realmente están allá arriba encajonados. No hay otra salida.

Bernal se dirigió a continuación al conductor del Mercedes de la policía:

– Pida por radio a Control que averigüen quién es el propietario de ese coche negro. Iban dentro cuatro hombres uniformados.

– Pero jefe, podríamos seguirles con cuidado para ver dónde tienen el escondite -sugirió Ángel.

– Para el carro, Ángel -dijo Bernal, con firmeza-. Antes necesitamos refuerzos y será muy difícil, quizá imposible, localizarles y organizar una batida en la oscuridad. El terreno es muy montañoso.

En este momento llegó el jeep de la Guardia Civil con el teniente y tres hombres.

– Ya podemos montar el control de carretera, comisario.

– Las cosas han cambiado un poco, teniente. Los secuestradores nos habrán visto, seguro, examinando el terreno al pasar, hace unos dos minutos. Tendremos que cambiar los planes -Bernal desplegó el mapa plegable en la capota del Mercedes de la policía y lo iluminó con la linterna-. Veamos, ¿dónde cree usted que se refugiarían? ¿En uno de los pueblos?

El teniente miró el plano y movió la cabeza.

– A no ser que les pagaran muy bien, los aldeanos hablarían. No sabemos lo que están tramando estos criminales, claro, pero si fuera contrabando, la gente de los pueblos mantendría la boca cerrada. Y si se tratara de política, también podrían hacer la vista gorda.

– Sobre todo si se tratara de un movimiento independentista, ¿eh? -comentó Bernal-. Y si no se esconden en uno de los pueblos, ¿dónde se esconderán?

– Bueno, ha habido secuestros de industriales y de hombres de negocios por los que luego han exigido un rescate o el llamado «impuesto revolucionario». Y en ocasiones los secuestradores utilizaron uno de los cráteres volcánicos para esconderse; precisamente al final de esta carretera hay uno llamado Caldera de los Marteles. Y tiene en las paredes un montón de cuevas en las que cabría todo un ejército.

– Señáleme en el mapa dónde está exactamente. ¿Cómo puede llegarse hasta allí?

– Los bordes de la caldera son muy pendientes y, que yo sepa no existe hasta allá abajo ningún camino por el que pueda ir un vehículo motorizado. Aunque tal vez haya algún sendero entre Valle de los Nueves y Las Breñas.

– Espero que se equivoque usted, teniente, y que no tengan allí ningún ejército. Creo que habría que pedir un helicóptero para que haga un reconocimiento de inmediato, a ver si puede localizar algo; y también más refuerzos de tierra. Nuestro plan consistirá en avanzar con un grupo rápidamente valle arriba, deteniendo a todo el mundo en el avance, seguido por otro grupo que registrará todas las viviendas y desviaciones.

El telefonista de la central de Teléfonos de la calle León y Castillo se retrepó en su asiento, perplejo por la llamada de Consuelo Lozano, al cortarse la comunicación.

– Vaya una chiflada que ha llamado -comentó a su compañero-. Una tal Consuelo Lozano que dice que ha estado secuestrada y que está dando a luz en una cabina más allá de Telde. Y hasta afirma que hay un grupo de terroristas que van a tomar las islas el día dieciocho.

– Debes avisar a la Guardia Civil y a la Policía Nacional de todos modos. ¿Desde dónde telefoneaba exactamente?

– Desde un lugar llamado Las Breñas. Creo que es una broma. Con ésta ya van siete esta semana. Yo no he leído en los periódicos nada sobre una mujer secuestrada, ¿y tú?

– A lo mejor la policía todavía no lo sabe. Debes informar de inmediato, porque todas las llamadas de urgencia quedan registradas automáticamente y figurará la hora de la llamada. Así que si luego resulta que es verdad y no has informado, habrá problemas.

El operador más joven estaba consultando el listín interno de la compañía.

– Aquí está el número de la cabina de Las Breñas. Llamaré para comprobar si está allí todavía, ya que colgó.

Marcó el número de la cabina y esperó a que sonara la llamada pero la línea no daba la señal.

– Qué raro. Esa línea está muerta.

– Llama ahora mismo a la policía -le apremió su compañero-. La mujer podría haber dicho la verdad.

Se puso en marcha el plan de Bernal de ir estrechando lentamente un doble cordón policiaclass="underline" dos jeeps de la Guardia Civil, uno de ellos llevando a Ángel, avanzaba directamente carretera de montaña arriba, mientras otros tres, con más hombres de refuerzo al mando de Lista, iban en retaguardia inspeccionando cuantas viviendas encontraban a su paso y todos los caminos que se desviaban de la carretera de grava hacia las haciendas.

Mientras tanto, Bernal, el teniente de la Guardia Civil y Elena regresaron al cuartel de Telde, desde donde el comisario telefoneó a Paco Navarro al Gobierno Civil de Las Palmas, para ponerle al corriente y pedirle que actuara como oficial de enlace con la Policía Nacional.

En cuanto Bernal y Elena empezaban a tomar un poco de café caliente, pasaron una llamada para Bernal de la angustiada sirvienta de Consuelo.

– La señora está viva y se encuentra bien, comisario. Ahora mismo acaba de llamarme por teléfono -dijo la chica, en un farfulleo nervioso y jadeante.

Procurando calmarla, Bernal le pidió que le repitiera exactamente lo que le había dicho, mientras su corazón estaba exultante por la noticia.

– ¿Le dijo quiénes eran los hombres que la secuestraron?

– Tamarán, ése es el malvado que la secuestró. Que es el mismo al que ella fue a ver el otro día a la calle de Pío XII. Y me ha dicho que no deje de avisarle de lo que están, planeando para el día dieciocho de julio.

Bernal averiguó, sin embargo, que no estaba nada claro qué era exactamente lo que estaban planeando.

– ¿Le dijo cómo está ella?

– No, pero parecía muy cansada.

– Gracias a Dios está viva. Mandaré que vayan ahora mismo a buscarla.

Llegó entonces el teniente con más noticias.

– Ya ha salido el helicóptero de Gando. He enviado a uno de nuestros pilotos, que es de Valle los Nueves y conoce bien la zona. Nos advierte que en las paredes del cráter hay un montón de cuevas, que los aborígenes utilizaban como refugio y para colocar a sus antepasados después de embalsamarlos.

– Comunique por radio con sus hombres y con el inspector Gallardo, teniente. Dígales que vayan directamente a la cabina de teléfonos de Las Breñas. La señora Lozano acaba de llamar a su casa desde allí.

– Es una noticia estupenda, comisario. Tiene que haberse escapado. Ahora podremos continuar sin problema.

Sonó el teléfono. Era Navarro.

– La Telefónica acaba de pasar a la Policía Nacional una llamada de emergencia recibida a las 11.07, jefe. Era de la señora Lozano pidiendo ayuda policial y que una ambulancia fuera a Las Breñas cerca de Telde.

– ¿Una ambulancia? -repitió el comisario muy alterado de pronto-. ¿Dijeron qué daños sufría?

– No, jefe. Pero han enviado un equipo médico de la Policlínica y se ha notificado también a la Guardia Civil.

– Tienes que informar a la policía de que hemos montado, en colaboración con la Guardia Civil, un doble cordón que está subiendo por el valle hacia el lugar en que se encuentra la señora Lozano. Les avisaré que esperen la ambulancia.

El comisario llamó por radio a Ángel Gallardo.

– Ha conseguido escapar, Ángel, y acaba de telefonear desde una cabina pública de Las Breñas, que es el pueblo que está al principio del valle. Va de camino una ambulancia de Las Palmas.