– Según los vecinos, aquí vive él solo, comisario. Dos veces por semana viene una chica a limpiar la casa y, de vez en cuando, un hombre se ocupa del jardín.
Se fijaron en que el garaje, cuya puerta quedaba al lado de la de la cocina, estaba parcialmente construido bajo tierra.
– Vamos a echar una ojeada, Miranda -dijo Bernal, que estaba acostumbrándose a la infalible destreza de su inspector con las ganzúas-. Por cierto, ¿de dónde has sacado esos instrumentos?
– Me los dieron los de robos de la Policía Nacional, jefe -explicó Miranda, con cierta timidez-. Dicen que no han visto nunca un juego más perfecto.
En el garaje no había ningún vehículo, pero advirtieron un fuerte olor a queroseno.
– ¿Por qué guardaría alguien gasoil en tales cantidades? -preguntó Bernal, mirando las hileras de latas que se alineaban en las paredes-. Además, parece peligroso.
– Oiga, jefe, aquí hay un taller bien equipado -gritó Miranda-. Y en la mesa de trabajo hay un montón de piezas de madera blanca.
Bernal alzó por el borde una de tales piezas y la examinó con aire pensativo.
– Tendremos que pedir a Varga que haga una prueba comparativa.
Cuando volvieron al jardín, Bernal no estaba satisfecho.
– No sé. Hay algo extraño en la casa -comentó-. ¿Por qué harían el garaje bajo tierra, de este modo?
– ¿Tan sólo por estética? -sugirió el inspector-. Ahora los proyectistas urbanos son más sutiles que antes.
– No, no creo que sea ésa la razón -dijo Bernal-. Fíjese en la pendiente del terreno al costado de la casa. Es posible que haya un sótano oculto entre cocina y garaje.
El comisario volvió al garaje, cogió un formón de la mesa de trabajo y fue golpeando a intervalos la pared interior a todo lo largo. Al llegar a un punto en el que percibió un sonido a hueco, se detuvo.
– Tendrán que venir obreros con picos -le dijo al inspector-. Hay que tirar este tabique. Hay una cámara oculta.
Al cabo de una hora llegaron los obreros, quienes no tardaron mucho en conseguir abrir un boquete en el tabique de una sola capa de bloques de ceniza, que dejó al descubierto una gran cavidad; Bernal y Miranda la inspeccionaron con las linternas. En aquel amplio espacio subterráneo había cincuenta cajas de rifles con munición y, en un rincón, una caja de madera muy larga, sin etiquetas y, a su lado, otras cuatro cajas rectangulares más pequeñas.
– Abramos esto, a ver qué hay dentro -dijo Bernal al inspector local.
Abrieron la caja con una palanca y todos quedaron atónitos al ver su contenido: un lanzamisiles portátil, de fabricación soviética. Y en las cuatro cajas más pequeñas había doce proyectiles SAM-2.
– Tienen que disponer de equipo de radar, jefe -comentó Miranda-. Porque este tipo de proyectil tiene que dirigirse al blanco por medios electrónicos. Y por aquí no veo ninguno.
– Hagan un registro completo -le dijo Bernal al inspector de Arucas-. Nosotros nos ocuparemos de que la Guardia Civil traslade todo este material a un lugar seguro; habrá que reparar el tabique y borrar todas las huellas de nuestra presencia. Luego, una discreta vigilancia de la casa dará sus resultados cuando vengan a buscar las armas.
– Me ocuparé de que un camión de mudanzas se acerque hasta la puerta del garaje, comisario, de forma que los vecinos no vean lo que se carga.
– Excelente idea, inspector. En el registro, busquen también mapas o cualquier tipo de documentos, aquí y en la casa. Tenemos que descubrir cuáles son exactamente sus planes. Mientras, informaré al gobernador militar del arsenal que hemos descubierto y consultaré al ministro del Interior.
Bernal comunicó con Navarro por la radio del coche para que retrasara la reunión hasta la una y pidiera tanto al gobernador civil como al militar que asistieran a la misma.
– Y quiero que asistan también el teniente de la Guardia Civil y su oficial superior; y el inspector Guedes, de la comisaría de Miller Bajo.
En cuanto llegaron todos los miembros del equipo de Bernal y también los invitados especiales, el comisario inició la reunión empezando por invitar al gobernador civil a presidirla.
– Oh no, de ningún modo, comisario. El ministro del Interior le ha puesto a usted al mando de todo lo relativo a la seguridad de la isla durante la visita presidencial. Nos complace colaborar con usted en todo.
El gobernador militar manifestó su aquiescencia, pero añadió:
– Toda amenaza exterior a la provincia oriental de Canarias, es decir, a Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura, queda directamente bajo mi autoridad, la de la JUJEM -la Junta de Jefes de Estado Mayor- y la del Ministerio de Defensa. Pero la seguridad del presidente es asunto suyo, comisario.
Bernal admiró la astucia política del militar al cargar sobre sus hombros toda la responsabilidad, por si pasaba algo verdaderamente grave.
– Perfectamente. Pero este asunto puede ser de gran alcance y significar una amenaza militar externa para Gran Canaria, una amenaza del Sáhara occidental. Sugiero -prosiguió Bernal, dirigiéndose al gobernador militar- que ponga de inmediato todas sus fuerzas en estado de máxima alerta y que se establezca un control absoluto de radio y radar para detectar todo movimiento sospechoso por mar o aire.
El gobernador militar accedió a estas propuestas. Bernal se dirigió a continuación al jefe de la Guardia Civil y a su teniente:
– La Guardia Civil es responsable de la seguridad de las zonas costeras y terrestres. La cuestión primordial es: ¿disponen ustedes de hombres suficientes para cubrir las enormes extensiones que hay que registrar para dar con el nuevo campamento de los terroristas?
– Estoy seguro de que sí, comisario -repuso, un tanto amostazado, el jefe de la Guardia Civil.
– Esperaremos resultados prácticos esta noche. En caso de que tales resultados no se produzcan, mañana mismo se unirán a sus hombres unidades del Ejército para ayudarles en la búsqueda -dijo Bernal, con firmeza.
Luego concentró su atención en las carpetas azules que tenía en la mesa ante sí.
– La mejor noticia es que hemos encontrado un depósito secreto de armas en Arucas; y su gran alcance revela la gravedad de esta conspiración. Entre las armas incautadas hay un lanzamisiles de fabricación soviética, lo cual nos indica que estamos ante una operación internacional y no ante el disparatado plan de cuatro exaltados de aquí. Y como ya sólo faltan cuatro días para que el presidente llegue a las islas, tendremos que darnos prisa para detener a los cabecillas.
– He ordenado a la Policía Nacional que detenga a todas aquellas personas fichadas por asuntos políticos que pudieran estar metidas en esto, comisario -dijo el gobernador civil-. Les tendremos controlados hasta que se vaya el presidente.
– Aconsejo que, entretanto, se doble la guardia en todos los edificios públicos y en las bases naval y aérea, así como en los cuarteles -dijo Bernal, y abrió la primera de las carpetas que había sobre su mesa-. Creo que será útil resumir la situación y confrontar los datos de que disponemos en este momento sobre los conspiradores y cómo tropezamos con su operación, pues creo que «tropezar» es el término exacto en este caso. Cuando llegué aquí, decidí revisar los informes policiales más recientes; me chocaron entre todos los de dos casos que podrían estar relacionados entre sí, ambos del distrito del inspector Guedes. Los dos parecían salirse de los casos corrientes en la zona. El hombre hallado ahogado en Bahía del Confital la mañana del día siete, resulta que había sido asesinado. Había recibido un golpe brutal en la sien y luego le habían ahogado en agua dulce, no en agua de mar. El doctor Peláez ha detectado residuos de queroseno y protóxido de hierro en sus vías respiratorias. El segundo caso es el de la mujer que fue hallada aquella misma mañana inconsciente arriba en La Isleta, cerca de una barraca abandonada. En estos momentos sigue en coma profundo y le ha sido imposible pronunciar más que unas cuantas palabras, que susurró al principio de su ingreso en el hospital. ¿Es así, inspector Guedes?