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– Desde aquí podríamos destruir esos helicópteros con artillería -dijo pensativo el oficial de los geos-. Pero tendríamos que hacer primero un reconocimiento aéreo.

– Pero localizarían uno de nuestros helicópteros en el acto -objetó el teniente.

– Tendremos que consultar al Ministerio -dijo Bernal-. Esto se ha convertido en un incidente internacional y seguramente el Ministerio de Asuntos Exteriores querrá consultar con el Departamento de Estado norteamericano. Y con la pasión de los estadounidenses por la publicidad, tendríamos suerte si conseguíamos que la prensa no metiera las narices en el asunto, lo cual haría muchísimo más difícil nuestro trabajo.

– ¿Por qué no podemos pedir a los norteamericanos una inspección a fondo, comisario? -preguntó el jefe de los geos-. Ellos disponen de aviones espías y de excelentes satélites, y podrían proporcionarnos fotografías detalladas de la estación.

– Es una idea excelente -dijo Bernal-. Se la expondré en seguida al ministro.

Aquel mismo día, más tarde, Consuelo Lozano empezó a recuperar paulatinamente las fuerzas y algunos rasgos de su habitual optimismo, gracias a sus breves charlas con Elena, aunque sentía un profundo dolor y un vacío por la pérdida de su hija, del que creía que jamás se recuperaría.

A última hora de la tarde, el médico la encontró lo bastante bien como para aconsejar su traslado a una habitación particular. Una vez en ella, Consuelo incluso le pidió a Elena su estuche de maquillaje para arreglarse un poco y estar más presentable ante Bernal. El comisario llegó a las ocho en punto, con un ramo de anturios rojos. Elena salió de la habitación mientras él la abrazaba.

Consuelo estrechó a Luis con fuerza y derramó amargas lágrimas, mientras él procuraba contener las suyas.

– Ha sido un infierno, Luis, un infierno, y esos malditos hicieron que perdiera nuestra hija… Cuando me metieron en el helicóptero estaba medio desmayada y ya habían empezado las contracciones. Uno de los árabes me sujetaba en el suelo mientras el otro intentaba sacar a la criatura… -prorrumpió en fuertes sollozos. Luis procuró calmarla-. Pero yo sabía…, sabía que estaba muerta, sabía que había muerto antes de que me la dieran. No lloraba ni nada, y estaba amoratada, Luchi… -rompió a llorar de nuevo-. Cuando… cuando estaba subiendo la ladera de aquella montaña lo supe…, supe que había muerto… Ya no volví a sentir más patadas ni nada…, sólo un peso muerto en mi interior.

Bernal la besó, sujetándole los hombros. Se preguntaba si el médico le habría dicho a Consuelo que ya no podría tener hijos. ¿Sería mejor decírselo inmediatamente o esperar que se recuperara? ¿Y qué habrían hecho aquellos cabrones con el cuerpo de la criatura? Ojalá Consuelo no pensara en ello…

Ella le miró entonces a los ojos, como si hubiera leído sus pensamientos:

– Y cuando vieron que estaba muerta, Luchi, la tiraron -dijo, sollozando amargamente-, como… como si fuera una muñeca de trapo. Entonces me desmayé, perdí el conocimiento… Ya no recuerdo nada hasta que aterrizamos y era otra vez de día -él le apretó las manos y lloró abiertamente-. ¿Sabes que ya no podremos tener hijos, eh?

Incapaz de pronunciar una palabra, Bernal asintió con un gesto. La veía borrosa a través de las lágrimas.

Entonces, Consuelo, llena de piedad por él, se incorporó e intentó controlarse, como si demostrara así la mayor fortaleza interna de su sexo.

– Tienes que atraparles, Luchi, a todos. No te quedes aquí sentado perdiendo el tiempo.

Era la primera vez desde su liberación que mostraba cólera intensa, y Bernal pensó que quizá fuera buen síntoma.

– Hemos localizado el nuevo refugio de los terroristas, Conchi, en la estación de seguimiento de vuelos espaciales de la NASA, cerca de Maspalomas, que estos criminales han tomado. Me he puesto en contacto con Madrid, y después de consultar con Washington, nos han dado vía libre para que los geos lleven a cabo una operación para liberar al personal de la NASA y a los guardias de seguridad. Tenemos que capturar a esos fanáticos dementes antes de que el presidente inicie mañana su visita a Tenerife.

Entonces Consuelo recordó algo muy importante que tenía que decirle.

– Luchi, cuando el helicóptero en el que me llevaron aterrizó, oí a Tamarán hablar con sus secuaces. Están intentando perfeccionar un artefacto ideal para el asesinato que, según se ufanaba Tamarán, burlará todas las medidas de seguridad que puedan tomarse.

– ¿Se trata de algún tipo de lanzamisiles? Encontramos uno en su reserva de armas de Arucas.

– Les oí probarlo en el cráter donde me tuvieron prisionera al principio y luego, en el otro sitio, conseguí arrastrarme hasta una ventana para intentar ver qué estaban haciendo. Fue entonces cuando uno de los árabes me sorprendió y me dio un golpe en la cabeza. El aparato hace un ruido extraño, como un zumbido fuerte. Pero no creo que se trate de ningún proyectil… Luchi -agregó, recordando otra cosa-, ¿qué le pasó a la vieja? La que les preparaba la comida allá en el cráter…

– Encontramos su cadáver en la fisura volcánica que se abrió allá arriba. Era del pueblo, de Telde, se llamaba Catalina Umiaga y, según el juez local, había llevado una vida muy ajetreada.

Las lágrimas rodaron por las mejillas de Consuelo al oír eso.

– Pobrecilla… Había empezado a ser amable conmigo; y, al final, me ayudó a escapar. Por eso debieron matarla esos monstruos. Tienes que atraparles, Luchi.

A última hora de la mañana del 14 de julio, Bernal se había mantenido en contacto personal frecuente con el ministro del Interior, quien deseaba a toda costa que el presidente no saliera de Madrid hasta que el peligro para su seguridad en Gran Canaria hubiera desaparecido. Finalmente aceptó que como el equipo de Zurdo no había descubierto ninguna conspiración en Tenerife, el presidente volaría al aeropuerto Reina Sofía según lo previsto, aunque habría un cambio en el programa y el horario de los actos oficiales que se iban a celebrar en La Gomera y en Tenerife mismo. Quedaba en suspenso la decisión de si proseguiría o no viaje por la provincia oriental de Canarias el 18 de julio.

El Gobierno de Estados Unidos había enviado sin demora excelentes fotografías aéreas de su estación de seguimiento de vuelos espaciales cerca de Maspalomas, fotografías tan detalladas que el jefe de los geos podía distinguir perfectamente los cuatro helicópteros ocultos en el barranco entre los árboles y una serie de vehículos junto al edificio principal. El Departamento de Estado norteamericano les había facilitado asimismo copias de los planos de planta de los edificios de la estación y una lista del personal de la misma. Y también había aceptado, extrañamente, mantener un bloqueo total de la prensa hasta que los geos hubieran realizado la operación.

Bernal repasaba los planes de la operación con el oficial al mando y el gobernador militar. Ya había salido de Madrid un regimiento de paracaidistas y tres unidades más de geos de Jerez de la Frontera y de Cartagena. El plan consistía esencialmente en destruir los helicópteros de los terroristas con artillería, en el mismo instante en que los paracaidistas se lanzaban tras la valla del recinto y se bajaba a los geos desde helicópteros, con cuerdas, a los tejados de la estación de seguimiento. Cuando estos hombres extraordinariamente preparados y especializados penetraran en el objetivo a las cuatro en punto de la madrugada del 15 de julio, se utilizarían granadas de choque. Entretanto, la Marina había enviado otra fragata y el buque de desembarco Velasco, que habían partido de Cádiz para reforzar la base de Las Palmas, donde se les esperaba hacia la tarde del día 15; y la Fuerza Aérea ya había enviado otros tres reactores Mystère de combate a Gando.