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– Como supongo que todos los gastos correrán por cuenta de la oficina del presidente, jefe, te he reservado habitación en el hotel Don Juan, en Puerto de la Luz. Es ese edificio alto en forma de barril, que da a la plaza de Santa Catalina.

– Bueno. Estuve allí hace años, cuando acababan de inaugurarlo; es muy confortable. ¿Y los demás?

– En el Don Juan sólo había libres tres habitaciones individuales. Así que para los demás reservé habitación en el Tigaday, que no queda muy lejos. Pensé que Elena debía quedarse con nosotros en el Don Juan.

– Está bien. No podemos alojarla en cualquier sitio, pues su padre no me lo perdonaría. Cítales a todos para este mediodía y explícales en qué consiste toda la operación de seguridad.

– Ya les dije que vinieran, jefe.

– Perfecto. Ahora será mejor que echemos un vistazo a estas instrucciones sobre el traslado al nuevo edificio, Paco. Me ha dicho Emilio que será la semana que viene, y nosotros no estaremos aquí entonces.

– Me enteré por el agente de guardia, jefe. Y ya he empezado a guardar en cajas los archivos. Pero aún no he tocado tu escritorio.

– Entonces tendré que meterle mano yo, Paco. Son más de treinta años acumulando ahí basura, y ya va siendo hora de que lo ordene.

Bernal pasó a su despacho interior, separado por paneles de cristal de la oficina principal, en la que había cinco mesas para los otros miembros del grupo. Se sentó ante su escritorio. En la pared a su espalda, colgaba una gran fotografía en color de los Reyes, personalmente dedicada a él por Sus Majestades tras una misión especial que él y su grupo habían realizado para Palacio. Decidió que le asignaría un lugar de honor en su nuevo despacho, eso suponiendo que hubiera en el mismo una pared resistente en la que poder colgarla…

Abrió del todo los dos cajones superiores de su sólido aunque descolorido escritorio de caoba y contempló disgustado el batiburrillo de hojas sueltas de cuadernos de notas y toda una serie de objetos, restos de anteriores investigaciones. ¿Merecería la pena meter toda aquella porquería en las cajas de plástico negras que ponían a su disposición los de las mudanzas? Podría también deshacerse de todo. Pero habría números de teléfono, direcciones y otra serie de datos que tal vez le fueran de utilidad en casos futuros, si tuviera tiempo para separar el grano de la paja; sin embargo, como en todas las comisarías en que había trabajado, nunca había tiempo para ordenar los papeles. Acabó volcando el contenido de dos cajones en una de las cajas de mudanzas con ademán despreocupado y luego se sentó y encendió un Káiser. Consultó el reloj: las 10.05 de la mañana. Sería «una horita menos en Canarias», como Radio Antena 3 recordaba continuamente a sus oyentes, en lo que se había convertido en una especie de estribillo. Estaba a tiempo de hablar con Consuelo justo antes de que saliera para el banco, si es que se encontraba en condiciones de ir a trabajar, puesto que le faltaba poquísimo para el esperado acontecimiento. Marcó el número 982, el prefijo de Gran Canaria, por la línea exterior, y consultó el número de teléfono de Consuelo en su agenda.

– La señora Lozano, por favor.

Contestó la sirvienta, que le dijo que iba a ver si alcanzaba a la señora antes de que arrancara el coche.

– ¿Consuelo? Soy Luis. Te llamé ayer por la noche, pero la chica me dijo que no habías llegado aún. ¿Todo va bien? -preguntó. Escuchó la descripción de la excursión de compras de la tarde anterior y luego interrumpió: -Escucha, Conchi, tengo una plaza en el vuelo directo de Barajas a Las Palmas de esta noche. Me han reservado habitación en el hotel Don Juan.

– Oh, Luis, es una noticia maravillosa. Sabía que vendrías si podías arreglarlo. Dime el número del vuelo. Iré al aeropuerto de Gando a buscarte en coche.

Bernal le dio el número del vuelo y la hora anunciada de llegada del vuelo de Iberia que duraría dos horas y media.

– ¿Son las 9.35 de la tarde, hora local, Luchi?

– Exactamente. Pero si no te sientes con ánimos de conducir, ya tomaré un taxi. Ahora tienes que cuidarte. El bebé está a punto ya, ¿no?

– Faltan aún diez días; y estoy bien. Tengo algo interesante para que lo investigues, así que no te aburrirás. Una compañía de cartera llamada Alcorán, SA., que realiza unas transacciones muy raras. Ayer por la tarde fui a visitar al administrador único, un tal señor Tamarán, pero, curiosamente, no estaba dispuesto a discutir las cuentas de su empresa conmigo. Así que he concertado otra entrevista para esta tarde a primera hora y llevaré conmigo copia de las extrañas transferencias y pagas.

– Por favor, ten cuidado, Consuelo; no te metas en ningún asunto desagradable, y menos ahora, estando como estás. El banco ya tiene sus propios investigadores y tú no estarás en esa sucursal mucho tiempo.

– Ya lo sé, Luchi. Pero tú sabes que si huelo algo como esto no voy a dejarlo pasar.

– Debería reclutarte para la policía. Lo pasarías mejor con nosotros. Hasta la noche. Oye, por cierto, mañana se me unirá todo el grupo. Tenemos una misión especial de unos quince días.

– ¡Lo sabía! Te han encargado alguna investigación aquí. ¿Pero cuándo te van a dar unas auténticas vacaciones? Bueno, de todos modos me alegra que vayas a estar aquí conmigo, aunque espero que no lleves a todo el grupo a verme dar a luz.

– No hay cuidado, cariño.

– Buen viaje y muchos besos.

– Igualmente.

Esta breve conversación telefónica animó muchísimo a Bernal, que se puso a vaciar los restantes cajones de su escritorio en las cajas de embalaje con mucho más brío.

No tardaron en llegar los otros miembros del equipo: el inspector Juan Lista, extraordinariamente discreto y eficaz siguiendo sospechosos, y cuya afición era coleccionar curiosidades del mercadillo dominical del Rastro; el inspector Carlos Miranda, excelente investigador de campo; el joven Ángel Gallardo, el «chico malo» del equipo (el típico madrileño vivalavirgen); y, por último, el único miembro femenino, tan exquisitamente soignée como siempre: la inspectora Elena Fernández.

Bernal salió a hablar con ellos al despacho principal. Paco Navarro había colocado en la pared un gran plano del casco urbano de Las Palmas y un mapa en relieve de la isla de Gran Canaria, con su curiosa forma de concha vuelta.

– Antes de que os precipitéis a sacar la falsa conclusión de que vamos todos a pasar las vacaciones de verano a Canarias, a expensas del Gobierno, será mejor que os explique lo que la oficina de la Presidencia y el Ministerio del Interior nos han pedido -observó la expresión satisfecha de Ángel Gallardo-. Otro grupo de la Brigada Criminal, al mando del inspector Zurdo, que ha sido ascendido a subcomisario hace poco, irá a Tenerife para realizar exactamente la misma labor que nosotros en Gran Canaria y hemos de mantener una perfecta coordinación con él. El presidente del Gobierno hará una visita de cinco días a las islas a mediados de mes. Irá primero a Tenerife el día catorce. El día diecisiete, por la tarde, viajará en avión desde el nuevo aeropuerto Reina Sofía de Tenerife al aeropuerto de Gando, de Las Palmas, en un Mystère de la Fuerza Aérea. Paco tiene copias del programa y las rutas para que los estudiéis. Empezaremos a trabajar pasado mañana; estudiaremos entonces la seguridad de todos estos planes sobre el terreno. Y lo haremos, naturalmente, en estrecha colaboración con las unidades locales de la Policía Nacional, que nos procurará despachos en el centro de la ciudad -volvió a mirar el plano de Las Palmas-. ¿Puedes señalarme exactamente dónde es, Paco?

Navarro tomó un puntero y señaló el edificio del Gobierno Civil, en la plaza del Ingeniero León y Castillo, en el centro de la parte más moderna de la alargada extensión urbana que constituía la capital de Gran Canaria.

– Hablé esta mañana con el comisario Ramírez, el jefe de policía de Las Palmas, y el gobernador civil le ha ordenado que nos proporcione todo lo necesario. Por desgracia, los únicos hoteles más o menos cerca del lugar, en el parque Doramas, están completamente llenos, así que he reservado tres habitaciones en el hotel Don Juan, que queda en la Avenida Marítima, cerca de Puerto de la Luz, y otras tres en un hotel próximo, el Tigaday.