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Estaban a punto de enzarzarse en una pelea. Los demás hombres de la camioneta permanecieron expectantes para ver quién explotaba primero, si Dendy o Calloway. Irónicamente, fue una declaración del sheriff Marty Montez la que desactivó la tensión explosiva.

– Puedo ahorrarles el suspense a ambos y decirles directamente que esto no va a funcionar.

Como cortesía -y también como una inteligente maniobra diplomática-, el agente Calloway había invitado al sheriff del condado a unirse a aquella conferencia de alto nivel.

– Doc no es tonto -prosiguió Montez-. Enviando a ese novato no está haciendo otra cosa que buscarse problemas.

– Gracias, sheriff Montez -dijo secamente Calloway.

Entonces, como si la declaración de Montez hubiese sido profética, se oyeron disparos. Dos se produjeron prácticamente a la vez, y otro varios segundos más tarde. Los primeros dos los paralizaron a todos. El tercero los puso en acción. Todo el mundo se puso en movimiento y empezó a hablar a la vez.

– ¡Jesús! -vociferó Dendy.

La cámara no les mostraba nada. Calloway cogió unos auriculares para poder escuchar las comunicaciones que se producían entre los hombres apostados delante del establecimiento.

– ¿Han sido disparos? -preguntó Dendy-. ¿Qué sucede, Calloway? ¡Ha dicho que mi hija no correría ningún peligro!

Calloway gritó por encima del hombro:

– Siéntese y estese quieto, señor Dendy, o tendré que pedir que se lo lleven físicamente fuera de la camioneta.

– ¡Si la caga, seré yo quien me lo llevaré físicamente de este planeta).

A Calloway se le puso la cara blanca de rabia.

– Cuidado, señor. Acaba de amenazar la vida de un oficial federal.

Dicho esto, ordenó a uno de sus subordinados que se llevara a Dendy. Necesitaba saber de inmediato quién había disparado a quién y si alguien había resultado herido o muerto. Mientras intentaba descubrirlo, lo que menos necesitaba era a Dendy profiriéndole amenazas.

Dendy explotó:

– ¡No me voy de aquí ni loco!

Calloway dejó al alterado padre en manos de sus subordinados y regresó a la consola para pedir información a los agentes apostados en el exterior.

Tiel había visto con incredulidad cómo el doctor Scott Cain extraía rápidamente una pistola de una pistolera que llevaba en el tobillo y apuntaba con ella a Ronnie.

– ¡FBI! ¡Suelta el arma!

Sabra había gritado.

Doc había seguido maldiciendo a Cain.

– ¡Llevamos todo este tiempo esperando un médico! -gritó-. ¡Y nos traen esto! ¿Qué tipo de trampa estúpida es ésta?

Tiel se había puesto en pie rápidamente y suplicaba:

– No, por favor. No dispare. -Había temido ver caer a Ronnie Davison ante sus propios ojos.

– ¿No es médico? -había chillado el desesperado joven-. Nos prometieron un médico. Sabra necesita un médico.

– ¡Suelta el arma, Davison! ¡Ahora mismo!

– Maldita sea, qué pérdida de tiempo. -Doc tenía las venas del cuello hinchadas de rabia. De no tener una pistola en las manos, Tiel se imaginaba que Doc le habría saltado al agente al cuello-. Esta chica tiene problemas. Un problema que pone en peligro su vida. ¿Es qué no lo han entendido, federales hijos de puta?

– Ronnie, haz lo que te dice -le había implorado Tiel-. Ríndete. Por favor.

– ¡No, Ronnie, no lo hagas! -había sollozado Sabra-. Papá está ahí fuera.

– ¿Por qué no dejan los dos las pistolas? -Aunque el pecho de Doc seguía subiendo y bajando por la agitación, había recuperado parte de su compostura-. Nadie tiene por qué resultar herido. Podemos ser razonables, ¿no?

– No. -Ronnie, convencido, había agarrado la pistola con más fuerza si cabe-. El señor Dendy me hará arrestar. Nunca volveré a ver a Sabra.

– Tiene razón -había dicho la chica.

– Tal vez no -había observado Doc-. Tal vez…

– ¡Contaré hasta tres para que sueltes el arma! -había gritado Cain. También él parecía resquebrajarse por la presión.

– ¿Por qué ha tenido que hacer esto? -le había gritado Ronnie.

– Uno.

– ¿Por qué nos ha engañado? Mi novia está sufriendo. Necesita un médico. ¿Por qué nos ha hecho esto?

A Tiel no le había gustado nada la forma con que el dedo índice de Ronnie se tensaba alrededor del gatillo.

– Dos.

– ¡He dicho que no! No pienso entregarla al señor Dendy.

Y justo en el momento en que Cain había gritado «Tres» y disparado su arma, Tiel había cogido una lata de chiles de la estantería más cercana y le había aporreado con ella la cabeza.

Había caído como un saco de cemento. El disparo había fallado el blanco, que era el pecho de Ronnie, pero había pasado rozando a Doc antes de estamparse contra el mostrador.

De manera refleja, Ronnie había disparado su pistola. El único daño que la bala había provocado era en una plancha de yeso de la pared opuesta.

Donna había gritado, se había dejado caer al suelo y se había cubierto la cabeza con las manos, para seguir gritando a continuación. Con la confusión resultante, los mexicanos se habían puesto en pie y casi habían derribado a Vern y Gladys con sus prisas.

Tiel, percatándose de que pretendían hacerse con la pistola del agente, la había mandado debajo de un cajón congelador de un puntapié, para que no pudieran alcanzarla.

– ¡Atrás! ¡Atrás! -les había gritado Ronnie. Había vuelto a disparar para subrayar sus palabras, pero apuntando muy por encima de sus cabezas. Pese a que la bala había rebotado en el aparato de aire acondicionado, había conseguido impedir su avance.

Todos se encontraban ahora como en una escena congelada, esperando a ver qué sucedía a continuación, quién sería el primero en moverse, en hablar.

Resultó ser Doc.

– Haced lo que os dice -ordenó a los dos mexicanos. Levantó la mano izquierda, con la palma vuelta hacia el exterior, indicándoles con ello que retrocedieran. Tenía la mano derecha protegiendo el hombro derecho. Y apareció sangre entre sus dedos.

– ¡Está herido! -exclamó Tiel.

Sin hacerle caso, razonó con los dos mexicanos, que evidentemente se negaban a obedecer.

– Si salís corriendo por esa puerta, seréis responsables de acabar con el estómago lleno de balas.

No comprendían ni el idioma ni la lógica, sólo la insistencia de Doc de que siguieran donde estaban. Le increparon con un trepidante español. Tiel captó varias veces la palabra «madre». Y se imaginaba el resto. Sin embargo, ambos hicieron lo que Doc les pedía y se escondieron de nuevo en su puesto original, murmurando entre sí y lanzando hostiles miradas a su alrededor. Ronnie seguía apuntándoles con la pistola.

Donna alborotaba más que Sabra, que apretaba los dientes para no gritar mientras un nuevo dolor de parto se apoderaba de ella. Doc ordenó a la cajera que dejara de hacer aquel ruido tan terrible.

– No viviré para ver amanecer mañana -gemía.

– Tal como va la suerte, es probable que sí -le espetó Gladys-. Ahora, cállese.

Como si le hubiesen puesto un tapón en la boca, los lloros de Donna cesaron al instante.

– Cógete aquí, cariño. -Tiel había regresado a su puesto junto a Sabra y le daba la mano mientras pasaba la contracción.

– Sabía… -Sabra se interrumpió para jadear varias veces-. Sabía que papá no lo dejaría correr. Sabía que nos seguiría la pista.

– No pienses en él ahora.

– ¿Cómo está? -preguntó Doc, uniéndose a ellas.

Tiel le miró el hombro.

– ¿Está herido?

Él negó con la cabeza.

– La bala sólo me ha rozado. Escuece, eso es todo.

Limpió la herida con una gasa a través del desgarrón de la manga, luego la cubrió con otra gasa y le pidió a Tiel que cortará un trozo de esparadrapo. Mientras él sujetaba la gasa en su lugar, ella la aseguró con el esparadrapo.