Aquel grito obsesionaría los sueños de Tiel durante muchas noches. Los hombros del bebé aparecieron rasgando más tejido. Una pequeña incisión con anestesia local le habría evitado aquella agonía, pero no había remedio.
La única bendición de todo aquello fue el bebé, que se abría paso y acabó deslizándose en las manos de Doc.
– Es una niña, Sabra. Una belleza. Ronnie, tienes una hija.
Donna, Vern y Gladys lanzaron vítores y aplaudieron. Tiel se tragó las lágrimas mientras veía a Doc poniendo bocabajo a la recién nacida para limpiarle las vías respiratorias, ya que carecían de aspirador. Afortunadamente, la niña lloró de inmediato. Una amplia sonrisa de alivio inundó sus graves facciones.
Tiel no pudo quedarse maravillada durante mucho tiempo, pues Doc le pasó enseguida a la recién nacida. Era tan resbaladiza que temía que se le cayera de las manos. Pero consiguió acunarla y envolverla en una toalla.
– Colóquela sobre el vientre de su madre. -Tiel siguió las órdenes de Doc.
Sabra se quedó mirando asombrada a su llorona recién nacida y preguntó, con un amedrentado susurro:
– ¿Está bien?
– Los pulmones lo están, desde luego -dijo Tiel, riendo. Hizo un inventario rápido-: Tiene todos los dedos en pies y manos. Parece que tendrá el pelo claro, como el tuyo.
– Ronnie, ¿quieres verla? -Sabra le llamó.
– Sí. -El chico dividía su mirada entre ella y los mexicanos, que parecían totalmente desencantados ante la maravilla del nacimiento-. Es preciosa. Bueno, quiero decir que lo será en cuanto esté limpia. ¿Cómo estás tú?
– Muy bien -respondió Sabra.
Pero no era así. La sangre había saturado rápidamente los pañales. Doc intentaba cortar la hemorragia con compresas.
– Pídale a Gladys que me traiga más. Me temo que vamos a necesitarlo.
Tiel llamó a Gladys y le dio el recado. En medio minuto estaba de vuelta con una nueva bolsa de pañales.
– ¿Han conseguido atar a ese hombre? -preguntó Tiel.
– Vern sigue en ello, pero no irá a ninguna parte.
Mientras Doc continuaba trabajando en Sabra, Tiel intentó distraerla.
– ¿Qué nombre le pondrás a tu hija?
Sabra examinaba a la recién nacida con evidente adoración y con un amor incondicional.
– Katherine. Me gustan los nombres clásicos.
– También a mí. Y creo que Katherine le quedará muy bien.
De pronto, el rostro de Sabra se contorsionó de dolor.
– ¿Qué sucede?
– Es la placenta -explicó Doc-. El lugar donde ha estado viviendo Katherine durante estos nueve meses. Tu útero se contrae para expulsarla igual que hizo con Katherine. Dolerá un poco, pero nada que ver con tener el bebé. Una vez fuera, te limpiaremos y te dejaremos descansar. ¿Qué te parece?
Y dirigiéndose a Tiel, dijo:
– Prepare, por favor, una de esas bolsas de basura. Tendré que guardar esto. La examinarán más adelante.
Hizo lo que se le pedía y volvió a distraer a Sabra hablándole del bebé. En un breve espacio de tiempo, Doc había envuelto la placenta para retirarla lejos de la vista, aunque seguía unida al bebé por el cordón. Tiel quería preguntar por qué no lo había cortado todavía, pero él seguía ocupado.
Cinco minutos después, Doc se quitó los ensangrentados guantes, cogió el manguito de la tensión arterial y se lo colocó a Sabra en el bíceps.
– ¿Cómo vas?
– Bien -respondió, aunque tenía los ojos hundidos y ojerosos. Y una débil sonrisa-. ¿Qué tal lo lleva Ronnie?
– Deberías hablar con él para terminar con esto, Sabra -le dijo Tiel con delicadeza.
– No puedo. Ahora que tengo a Katherine, no puedo correr el riesgo de que mi padre la entregue en adopción.
– No puede hacerlo sin tu consentimiento.
– Mi padre puede hacer cualquier cosa.
– ¿Y tu madre? ¿De parte de quién está?
– De mi padre, naturalmente.
Doc leyó el medidor y soltó el manguito.
– Trata de descansar un poco. Estoy haciendo todo lo posible para minimizar la hemorragia. Más adelante te pediré un favor, de modo que ahora me gustaría que echases un sueñecito si puedes.
– Me duele. Aquí abajo.
– Lo sé. Lo siento.
– No es culpa suya -dijo débilmente. Se le empezaron a cerrar los ojos-. Lo ha hecho superbién, Doc.
Tiel y Doc vieron que su ritmo de respiración se regularizaba y que los músculos empezaban a relajarse. Tiel separó a Katherine del pecho de su madre. Sabra murmuró unas palabras de protesta, pero estaba demasiado agotada como para oponer resistencia.
– Sólo voy a limpiarla un poco. Cuando te despiertes, podrás volver a tenerla contigo. ¿De acuerdo?
Tiel aceptó el silencio de la chica como su permiso para llevarse al bebé.
– ¿Y el cordón? -le preguntó a Doc.
– He estado esperando por seguridad.
El cordón había dejado de latir y ya no tenía un aspecto fibroso, sino más fino y más plano. Lo ató por dos puntos con los cordones de zapatos, dejando un par de centímetros entre ellos. Tiel volvió la cabeza cuando lo cortó.
Con la placenta ya totalmente separada del bebé, Doc pudo cerrar herméticamente la bolsa de basura y, confiando de nuevo en la ayuda de Gladys, le pidió que guardase la bolsa en la nevera antes de seguir con los cuidados de la madre.
Tiel abrió la caja de toallitas húmedas.
– ¿Cree que son seguras para el bebé?
– Me imagino. Para eso son -respondió Doc.
Pese a que Katherine hizo algún que otro puchero de protesta, Tiel la limpió con las toallitas, que olían agradablemente a polvos de talco. Sin experiencia previa con recién nacidos, la tarea la puso nerviosa. Entre tanto, siguió controlando el suave ritmo de la respiración de Sabra.
– Aplaudo su coraje -observó-. No puedo evitar sentir compasión por ella. Por lo que sé de Russell Dendy, yo también habría huido de él.
– ¿Lo conoce?
– Sólo a través de los medios de comunicación. Me pregunto si habrá contribuido a que nos mandaran a Cain.
– ¿Por qué le ha dado ese golpe en la cabeza?
– ¿Se refiere a mi ataque contra el agente federal? -preguntó, haciendo de ello una triste broma-. Intentaba evitar un desastre.
– Elogio su rápida intervención y me gustaría haber pensado antes en ello.
– Tenía la ventaja de estar a sus espaldas. -Envolvió a Katherine en una toalla limpia y la presionó contra su pecho para darle calor-. Me imagino que el agente Cain cumplía simplemente con su deber. Y meterse en una situación como ésta exige cierto grado de valentía. Pero no quería que disparase a Ronnie. Y, con la misma intensidad, no quería tampoco que Ronnie le disparara. Actué por impulso.
– ¿Y no estaba un poco cabreada al descubrir que Cain no era médico?
Tiel le miró y le lanzó una sonrisa conspiradora.
– ¿Eso le pareció?
– Se lo prometo.
– ¿Cómo sabía que no era médico? ¿Qué fue lo que le delató?
– Las constantes vitales de Sabra no le preocuparon de entrada. Por ejemplo, no le tomó la tensión arterial. No parecía comprender la gravedad de su estado, de modo que empecé a sospechar de él y puse a prueba sus conocimientos. Cuando el cuello de la matriz está dilatado entre ocho y diez centímetros, significa que todo está a punto. Cateó el examen.
– Es posible que a los dos nos sentencien a años de trabajos forzados en la prisión federal.
– Mejor que dejarle que disparara a Ronnie.
– Desde luego. -Miró de nuevo a la niña, dormida ahora-. ¿Y el bebé? ¿Está bien?
– Echémosle un vistazo.
Tiel puso a Katherine en su regazo. Doc desplegó la toalla y exploró a la diminuta recién nacida, cuya altura no alcanzaba ni la medida de su antebrazo. Sus manos se veían grandes y masculinas en contraste con el color rosado del bebé, pero su forma de tocarla estaba llena de ternura, sobre todo cuando palpó el cordón que colgaba de su barriguita.