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– Si puedo traérsela…

– ¡Eh! -gritó Ronnie-. ¿De qué cuchichean ahora?

– Teme por su esposo. Estaba tranquilizándola.

– Ahí está -dijo Gladys, señalando hacia la puerta.

Donna quitó el pestillo automático y entró Vern, tambaleándose todo él excepto sus piernas de palillo, y oculto detrás de un montón de ropa de cama. Ronnie le ordenó dejar en el suelo la montaña de cojines y mantas, pero el anciano se negó.

– Está todo limpio. Si lo dejo caer, se ensuciará. La señora necesita un lugar confortable y he pensado que estas toallas también podrían ser útiles.

– De hecho, es muy buena idea, Ronnie -dijo Tiel-. Puedes examinar el material cuando lo haya dejado en el lugar adecuado.

Además de los pañales que había ido a buscar a la furgoneta, Vern había cogido dos cojines, dos mantas, dos sábanas limpias y varias toallas de baño. Ronnie no encontró nada escondido entre todo aquello y le dio su aprobación a Tiel para que preparara una camilla improvisada, lo que hizo enseguida mientras Sabra se apoyaba con fuerza contra Doc.

Tiel utilizó una de las sábanas y reservó la otra para después, por si surgía la necesidad. Cuando hubo acabado, Doc acostó a la chica en la improvisada cama. Se instaló en ella agradecida. Tiel le colocó uno de los pañales desechables bajo las caderas.

– No son para lo que piensan -declaró Vern.

Tiel y Doc miraron a la vez al anciano, sorprendidos al ver que se inclinaba para hacerles una confidencia.

– No sufrimos incontinencia.

Tiel apenas pudo reprimir una sonrisa.

– No le hemos preguntado al respecto.

– Estamos de luna de miel -explicó Vern en tono confidencial-. Todas las noches nos ponemos a ello. Y de día también, si nos apura la necesidad. Ya saben lo ardientes que son los novios en luna de miel. Estos pañales no son precisamente lo más cómodo del mundo, pero a ninguno de los dos nos gusta la humedad y así no tenemos que cambiar las sábanas después de cada vez.

El anciano guiñó un ojo, dio media vuelta y obedeció las instrucciones de Ronnie de reunirse con los demás. Se sentó junto a su esposa, quien le abrazó y le estampó un sonoro beso en la mejilla, alabándolo por su valentía.

Tiel, percatándose de que estaba boquiabierta, cerró la boca chocando los dientes. Su mirada se deslizó hacia Doc, empeñado en cronometrar los dolores de parto de Sabra, aunque con una sonrisa dibujada en los labios.

Miró a Tiel levantando las cejas y la sorprendió mirándolo. Emitió un sonido sordo que pasó por una risa.

– ¿Los guantes?

– ¿Qué?

– ¿Ha preguntado por los guantes?

– ¡Oh!, sí, hay dos pares de Rubbermaid.

Movió la cabeza.

– Igual de bien que unos guantes de cuero de trabajo. ¿Y qué hay del vinagre?

– Viene de camino.

Y gasas.

Tiel pidió permiso a Ronnie para mirar por los pasillos, donde encontró varias botellas de plástico de vinagre, una caja de gasas esterilizadas y un paquete de pañales infantiles desechables. Lo cogió todo. Cuando ya volvía hacia donde estaba Sabra, hubo algo más que captó su mirada. En un arranque de inspiración, añadió al conjunto dos cajas de tinte para el cabello.

Cuando llegó junto a la chica, Sabra estaba escuchando con atención lo que Doc le explicaba.

– No va a ser agradable, pero intentaré no hacerte daño, ¿de acuerdo?

– La chica asintió y miró a Tiel con aprensión.

– ¿Te han realizado alguna vez una exploración ginecológica, Sabra? -le preguntó en voz baja.

– Una vez. Cuando fui a que me recetaran pildoras anticonceptivas. -Tiel levantó la cabeza desconcertada, y Sabra bajó la vista, sintiéndose claramente incómoda-. Dejé de tomarlas porque engordaba.

– Ya veo. Bien, entonces, si has pasado ya por una exploración, sabrás lo que puedes esperar. Seguramente no será peor que esa primera exploración. ¿No, Doc?

– Procuraré que sea lo más leve posible.

Tiel le apretó la mano a la chica.

– Estaré aquí mismo por si…

– No, quédese aquí conmigo. Por favor. -Le indicó a Tiel que se agachara a su lado para consultarle en privado alguna cosa-. Es un hombre muy agradable -dijo, hablándole a Tiel en voz baja directamente al oído-. Actúa como un médico y habla como un médico, pero no lo parece… ¿Sabe a lo que me refiero?

– Sí, sé a lo que te refieres.

– De modo que me siento un poco extraña con él…, ¿sabe? ¿Podría, por favor, ayudarme a quitarme las bragas?

Tiel se enderezó y miró a Doc.

– ¿Nos concede un momento, por favor?

– Por supuesto.

– ¿Qué sucede? -quiso saber Ronnie en cuanto Doc se levantó.

– La señora necesita un poco de intimidad. Por mi parte. Y también por la tuya.

– Pero yo soy su novio.

– Razón por la cual eres la última persona del mundo que quiere a su lado observándola.

– Tiene razón, Ronnie -dijo Sabra-. Por favor.

El chico se alejó con Doc. Tiel le subió la falda a Sabra y la ayudó mientras ella levantaba las caderas con dificultad y se bajaba la ropa interior.

– Ya estamos -dijo Tiel con delicadeza, cogiendo de las manos de Sabra la empapada prenda que la chica había convertido en un bulto del tamaño de una pelota de ping pong.

– Siento que esté tan pegajosa.

– Sabra, a partir de ahora mismo vas a dejar de pedir perdón por todo. Nunca he pasado por un parto, pero estoy segura de que no lo abordaría ni con la mitad de la dignidad que tú estás mostrando. ¿Estás más cómoda ahora? -Era evidente que no. Por la mueca de Sabra era fácil adivinar que estaba sufriendo una nueva contracción-. ¿Doc?

Apareció en un instante y presionó las manos sobre el abdomen de Sabra.

– Esperemos que se dé la vuelta él solo.

– Me gustaría que fuera niña -le dijo Sabra, entre respiración y respiración.

Doc sonrió.

– ¿De verdad?

– A Ronnie también le gustaría una niña.

– Las hijas son estupendas, tiene razón.

Tiel lo miró de reojo. ¿Tendría hijas?, se preguntó. Lo había tomado por un soltero, un solitario. A lo mejor porque su aspecto recordaba al hombre de Marlboro. Nadie se imagina al hombre de Marlboro con una mujer y una familia a cuestas.

¿A lo mejor…? Tiel no podía quitarse de encima la sensación de que había visto antes a Doc. Pero lo que le resultaba vagamente familiar debía de ser su parecido con los duros modelos de los anuncios de tabaco.

Superado el dolor, Doc puso las manos en las rodillas elevadas de la chica.

– Intenta relajarte todo lo posible. Y avísame si te hago daño, ¿de acuerdo?

– ¡Oh!, espere. -Tiel cogió una de las cajas de tinte para el cabello y la abrió. Al ver la expresión de curiosidad de Doc, le dijo-: Viene con un par de guantes desechables. No serán estupendos; seguramente ni siquiera serán de su talla -añadió, mirando sus varoniles manos, pero son mejores que nada.

– Buena idea.

Doc separó los guantes de plástico del papel encerado al que estaban pegados y consiguió introducir las manos en ellos. Eran pequeños y no encajaban bien, pero le dio las gracias a Tiel y volvió a asegurarle a Sabra que intentaría hacer todo lo posible para que la exploración no resultase desagradable.

– Esto te ayudará.

Por cuestión de pudor, Tiel extendió la segunda sábana por encima de las rodillas de la chica.

Doc la miró dándole su aprobación.

– Ahora relájate, Sabra. Terminaré antes de que te hayas dado cuenta.

La chica respiró hondo y cerró los ojos con fuerza.

– Primero voy a lavar la zona con una toallita de éstas. Luego aplicaré un poco de vinagre. A lo mejor está frío.

Le preguntó qué tal iba mientras vertía el vinagre y lo secaba con unas gasas.

– Bien -respondió ella, tímidamente.