– No se preocupe; llámele Boom Boom -dije-. A él le gustaba el nombre y todo el mundo le llamaba así… Bobby, no pude conseguir ninguna información del tipo de la compañía de grano cuando llamé. ¿Cómo murió Boom Boom?
Me miró severo.
– ¿De verdad necesitas saberlo, Vicki? Sé que piensas que eres muy fuerte, pero creo que preferirías recordar a Boom Boom sobre el hielo.
Apreté los labios; no iba a perder los nervios en el funeral de Boom Boom.
– No me estoy dejando llevar por el gusto por la sangre, Bobby. Quiero saber lo que le ocurrió a mi primo. Era un atleta; me cuesta imaginármelo resbalando y cayéndose así.
La expresión de Bobby se suavizó un poco.
– No creerás que se ahogase adrede, ¿verdad?
Moví las manos indecisa.
– Me dejó un mensaje urgente en el contestador. He estado fuera de la ciudad, ya sabes. Me pregunto si se sentiría desesperado.
Bobby sacudió la cabeza.
– Tu primo no era la clase de persona que se tira debajo de un barco. Deberías saberlo tan bien como yo.
No quería oír un sermón acerca de la cobardía del suicidio.
– ¿Es eso lo que ocurrió?
– Si la compañía de grano no te lo ha dicho, es que tendrán alguna razón. Pero no puedes aceptarlo, ¿verdad? -suspiró-. Seguramente te meterás allí de cabeza si no te lo digo. Había un barco amarrado en el malecón y Boom Boom cayó bajo la hélice cuando éste se alejaba. Le hizo papilla.
– Ya veo. -Volví la cabeza para mirar la autopista Eisenhower y las casas sin pintar que la bordeaban.
– Era un día húmedo, Vicki. Es un muelle de madera vieja… Se ponen muy escurridizos cuando llueve. Leí yo mismo el informe del forense. Creo que resbaló y se cayó. No creo que se tirase.
Asentí y le palmeé la mano. El hockey lo había sido todo en la vida de Boom Boom y no se había tomado nada bien el tener que retirarse a la fuerza. Admití con Bobby que mi primo no había sido una persona que escurriese el bulto, pero durante el último año estuvo muy apático. ¿Lo bastante apático como para caerse debajo de la hélice de un barco?
Intenté quitarme la idea de la cabeza mientras nos deteníamos frente a la esmerada casa tipo rancho de ladrillo donde vivía la tía de Boom Boom, Helen. Ella había seguido a una serie de polacos del sur de Chicago hasta Elmwood Park. Creo que debía tener un marido por alguna parte, un trabajador del acero ya retirado, pero como todos los hombres de la familia Wojcik se mantenía en segundo plano.
Cuthbert nos dejó delante de la casa y se marchó a aparcar la limusina tras una larga fila de cadillac. Bobby me acompañó hasta la puerta, pero en seguida le perdí de vista entre la multitud.
Las dos horas siguientes casi acaban con mi paciencia. Diversos parientes dijeron que era una pena que Bernard insistiera en jugar al hockey sabiendo lo mucho que lo detestaba la pobre Marie. Otros dijeron que era una pena que yo me hubiera divorciado de Dick y que no tuviese una familia que me mantuviera ocupada; no había más que ver los niños de Cheryl, de Martha y de Betty. La casa era un hervidero de niños: todos los Wojcik eran de lo más prolífico.
Era una lástima que la boda de Boom Boom no hubiese durado más que tres semanas; pero entonces, no habría jugado al hockey. ¿Por qué estaba trabajando en la Compañía Eudora, sin embargo? Tragar polvo de grano durante toda su vida era lo que había matado a su padre. De todos modos, los Warshawski nunca habían tenido mucha energía.
La pequeña casa estaba llena de humo de cigarrillos, de olor a fuerte comida polaca, de gritos de niños. Pasé de largo junto a una tía que dijo que esperaba que yo ayudase a lavar los platos, ya que no había aportado nada a los preparativos. Me había jurado a mí misma no decir nada durante la comida que no fuera «Sí», «No» y «No sé», pero se me estaba haciendo cada vez más difícil.
Luego, la abuela Wojcik, de ochenta y dos años, gorda, vestida de negro brillante, me agarró el brazo con mano policial. Me miró con legañosos ojos azules. Apestando a cebolla, me dijo:
– Las chicas están hablando de Bernard.
Las chicas eran las tías, claro.
– Dicen que tenía problemas en el silo. Dicen que se tiró al barco para que no lo arrestaran.
– ¿Quién le ha contado eso? -pregunté.
– Helen y Sarah Cheryl dice que Pete dice que saltó al agua cuando nadie miraba. Ningún Wojcik se había suicidado antes. Pero los Warshawski… esos judíos. Se lo advertí a Marie una y otra vez.
Arranqué sus dedos de mi brazo. El humo, el ruido y el olor a repollo me llenaban el cerebro. Bajé la cabeza para mirarle a los ojos, empecé a decirle algo desagradable y luego me lo pensé mejor. Me abrí paso a través del humo, tropezando con varios niños, y encontré a los hombres reunidos alrededor de una mesa llena de salchichas y sauerkraut que había en una esquina. Si sus mentes estuvieran tan repletas como sus estómagos, podrían haber salvado a América.
– ¿Quién sois vosotros para decir que Boom Boom saltó del muelle? Y en cualquier caso, ¿cómo demonios lo sabéis?
Pete, el marido de Cheryl, me miró con sus estúpidos ojos azules.
– Eh, no pierdas los papeles, Vic. Lo oí en el embarcadero.
– ¿Qué problemas tenía en el silo? La abuela Wojcik dice que le estáis contando a todo el mundo que tenía problemas allí.
Pete se cambió el vaso de cerveza de una mano a la otra.
– No son más que cosas que se dicen, Vic. No se llevaba bien con su jefe. Alguien dijo que había robado unos papeles. Yo no lo creo. Boom Boom no necesitaba robar.
Se me nublaron los ojos y sentí que me zumbaba la cabeza.
– ¡No es verdad, maldita sea! Boom Boom no hizo nada rastrero en su vida, ni cuando era pobre.
Los demás me miraron incómodos.
– Tranquilízate, Vic -dijo uno de ellos-. A todos nos caía bien Boom Boom. Pete ha dicho que él no lo creía. No te pongas así.
Tenía razón. ¿Pero qué estaba haciendo yo, montando una escena en el funeral? Sacudí la cabeza, como un perro saliendo del agua, y volví a abrirme paso hasta la sala. Pasé junto a un Sagrado Corazón de María que adornaba exquisitamente la puerta principal y salí al aire helado de la primavera.
Me desabroché la chaqueta para que el aire frío soplase a través mío y me limpiase. Quería volver a casa, pero tenía el coche en mi apartamento, en la parte norte de Chicago. Miré por la calle: como me temía, Cuthbert y Mallory ya hacía rato que habían desaparecido. Mientras miraba dudosa a mi alrededor, preguntándome si podría encontrar un taxi o caminar hasta una estación de metro con los tacones, una joven se unió a mí. Era bajita y aseada, con cabello oscuro recto justo hasta debajo de las orejas y ojos color miel. Llevaba un traje de shantung de seda gris pálido de falda y bolero con grandes botones de nácar. Su aspecto me resultó elegante, perfecto y ligeramente familiar
– Esté donde esté Boom Boom, estoy segura de que será un lugar mejor que éste -movió la cabeza, hacia la casa y me echó una sonrisa rápida y sardónica.
– Yo también.
– Eres su prima, ¿verdad? Yo soy Paige Carrington.
– Me parecía haberte reconocido. Te he visto unas cuantas veces, pero sólo en escena. -Carrington era una bailarina que había creado un espectáculo cómico para una sola actriz con el Windy City Ballet works.
Me echó la sonrisa triangular que encantaba a su público.
– Vi mucho a tu primo durante los últimos meses. Lo mantuvimos en secreto porque no queríamos que ni Herguth ni Greta lo sacasen en las columnas de cotilleos. Tu primo era noticia incluso cuando dejó de patinar.
Tenía razón. Yo no hacía más que ver el nombre de mi primo en letras de imprenta. Es gracioso conocer de cerca a alguien famoso. Lees muchas cosas acerca de él, pero la persona que sale en los papeles nunca es la que tú conoces en realidad.