– Déjame pensarlo… Yo sé con quién tengo que hablar y tú quizá no puedas llegar a ellos.
Se marchó entre una nube de antiséptico. Volví a mirar el calendario de mi primo. El veintitrés había visto a Margolis. La mayoría debía haber estado en el silo. El veinticuatro, un sábado, estuvo con Paige. No anotó ninguna otra de sus citas. El lunes habló con MacKelvy, el expedidor de la Grafalk, y con dos personas más cuyos nombres no reconocí. Le enseñaría la foto de Mattingly a Margolis. Puede que mandase a Pierre a hacerlo.
Miré el reloj, abrochado tontamente a mi muñeca derecha. Las cuatro y media. Paige debía estar en el teatro. La llamé, me contestó el contestador y le dejé un mensaje.
Lotty llegó alrededor de las cinco, observando el desorden de papeles y sábanas con sus espesas cejas negras alzadas.
– Eres una paciente terrible, cariño. Me dicen que rechazas toda la medicación… No me importa que no te quieras tomar las píldoras para el dolor; eso es cosa tuya. Pero tienes que tomarte los antibióticos. No quiero infecciones secundarias en el brazo.
Ordenó el lío que había alrededor de la cama con unos cuantos movimientos eficientes. Me encanta contemplar a Lotty; ¡es tan concisa y aseada! Una enfermera que traía la bandeja de la cena frunció los labios con desaprobación. No se sienta uno en las camas, pero los médicos son sacrosantos.
Lotty miró la comida.
– Todo está hervido… Bien, no tendrás problemas digestivos -sonrió perversa.
– Pizza -gruñí-. Pasta. Vino.
Se rió.
– Todo está saliendo muy bien. Si puedes aguantar un día más te llevaré a casa el lunes. Puede que pases unos días conmigo mientras te recuperas, ¿de acuerdo?
La miré con los ojos semicerrados.
– Tengo cosas que hacer, Lotty. No voy a quedarme en la cama durante dos semanas esperando que se me cure el hombro.
– No me amenaces, Vic no soy una de esas enfermeras tontas. ¿Cuándo he tratado de impedir que hicieras tu trabajo, incluso cuando te portas como un perro de pelea?
– ¿Un perro de pelea, Lotty? ¡Un perro de pelea! ¿Qué demonios quieres decir?
– Un perro que tiene que tirarse al ring y pelear con todo el mundo, incluso con sus malditos amigos.
Me volví a acostar.
– Tienes razón, Lotty. Perdona. Es muy amable por tu parte invitarme a tu casa. Me encantará.
Me dio un ligero beso en la mejilla y desapareció durante un rato, volviendo con una pizza de cebollas y anchoas. Mi favorita.
– Nada de vino mientras estés tomando antibióticos.
Nos comimos la pizza y jugamos al gin rummy. Ganó Lotty. Se había pasado mucho tiempo durante la Segunda Guerra Mundial en los refugios antiaéreos de Londres jugando al gin rummy con la familia que la había acogido. Casi siempre me gana.
El domingo por la mañana intenté localizar a Paige pero seguía sin estar en casa. De todos modos, alrededor de las doce, apareció en persona, muy guapa, con una blusa verde fruncida y una falda guatemalteca negra y verde. Entró muy boyante en la habitación, oliendo ligeramente a primavera, y me besó en la frente.
– ¡Paige! Me alegro de verte. Muchas gracias por las flores; animan muchísimo el lugar, como ves.
– Vic, sentí mucho lo del accidente. Pero me alegro de que no estés gravemente herida. Oí en el contestador que querías ponerte en contacto conmigo. Pensé que era mejor venir en persona para ver qué tal ibas.
Le pregunté qué tal la Pavana para un camello y ella rió y me habló de la representación. Charlamos unos minutos y luego le expliqué que estaba tratando de averiguar los movimientos de mi primo los últimos días antes de morir.
Sus cejas arqueadas se unieron en un gesto de irritación momentánea.
– ¿Sigues con eso? ¿No crees que ya es tiempo de dejar descansar a los muertos?
Sonreí con toda la calma que pude, sintiéndome en desventaja, con el pelo sucio y vestida con la bata del hospital.
– Le estoy haciendo un favor a un viejo amigo de Boom Boom: Pierre Bouchard.
Sí, conocía a Pierre. Un encanto. ¿Que quería saber?
– Si has visto últimamente a Howard Mattingly.
Una expresión indefinible cruzó por su rostro.
– No sé quién es.
– Es uno de los jugadores suplentes. A Boom Boom no le gustaba, así que puede que nunca te lo presentase… ¿A dónde fuisteis el sábado pasado? ¿A algún lugar donde él hubiera podido ver a este tipo?
Se encogió de hombros y me echó una mirada desdeñosa, destinada a hacerme sentir como una profanadora de tumbas. Yo esperé.
– Te estás poniendo de lo más vulgar, Vic. Ese fue mi último día a solas con Boom Boom. Me gustaría guardarlo para mí.
– ¿No le viste el lunes por la noche?
Se puso roja.
– ¡Vic! Ya sé que eres detective, pero esto es demasiado. Tienes un interés morboso en tu primo que es muy poco sano. ¡Creo que no puedes soportar el hecho de que estuviese próximo a otra mujer que no fueras tú!
– Paige, no quiero que me cuentes qué clase de amante era Boom Boom ni que me describas ningún episodio íntimo de vuestras vidas. Sólo quiero saber lo que hicisteis el sábado y si le viste el lunes… Mira, no quiero convertir esto en un torneo. Me caes bien. No querrás que empiece a llamar a Ann Bidermyer y a tu madre y a todo el mundo que conozcas para que no te pierdan de vista. Te lo pregunto a ti.
Los ojos color miel se llenaron de lágrimas.
– Tu también me gustabas, Vic. Me recordabas a Boom Boom. Pero él nunca era agresivo, aunque fuese jugador de hockey. Fuimos a navegar el sábado. Volvimos a las cuatro para que yo pudiera ensayar. Puede que se quedase en Lake Bluff con el barco. No lo sé. El lunes por la noche fuimos a cenar a Gypsy. No volví a verle. ¿Estás satisfecha? ¿Te aclara eso algo? ¿O sigues queriendo llamar a mi madre y a todo el mundo que yo conozca?
Se dio la vuelta y se marchó. Me dolía otra vez la cabeza.
13
El lunes por la mañana Lotty me quitó la escayola, dijo que había bajado la inflamación y que la curación iba bien, y me liberó del vendaje. Salimos en dirección norte hacia su pulcro apartamento.
Lotty conduce su Datsun verde de manera muy imprudente, segura de que los demás coches se apartarán de su camino. Una abolladura en la aleta derecha y un largo arañazo en la puerta testimonian el éxito de sus planteamientos. Abrí los ojos en Addison: un error, pues tuve tiempo de verla dar un viraje frente a un autobús CTA para girar a la derecha hacia Sheffield.
– Lotty, si vas a conducir así, consíguete un camión. El tipo responsable de que yo lleve el brazo en cabestrillo anda por ahí sin un arañazo.
Lotty paró el motor y saltó del coche.
– La firmeza es necesaria, Vic. Firmeza, o los demás te echarán de la calle.
Era inútil; me encogí de hombros de forma asimétrica.
Habíamos parado en mi apartamento para recoger algo de ropa y una botella de Black Label. Lotty no tiene whisky en casa. También cogí mi Smith & Wesson de una caja fuerte que está dentro del armario del dormitorio. Alguien había intentado hacerme trocitos en la Dan Ryan. No me apetecía andar por la calle desprotegida.
Lotty se fue a la clínica cercana en la que trabaja. Yo me instalé en la sala con el teléfono. Iba a hablar con todo el mundo que pudiera haber tenido la oportunidad de hacerme una faena. La rabia había ido desapareciendo a medida que la herida de la cabeza se me curaba, pero mi determinación había crecido.
La amable joven administradora de la oficina de la Pole Star se puso al tercer timbrazo. Las noticias que me dio no eran alentadoras. El Lucelia Wieser había, descargado en Buffalo y se dirigía a Erie a recoger carbón para Detroit. Después estaba contratado en los lagos del norte durante cierto tiempo. No esperaban que volviese a Chicago hasta mediados de junio. Podían ayudarme a conseguir una conversación por radio si era urgente. No me veía haciendo las preguntas que tenía que hacer por radio. Tenía que hablar con el personal de la Pole Star frente a frente.