– Ya veo -murmuré-. Quizá pueda encontrarme algo en uno de sus barcos si el trabajo de detective me falla.
Se me quedó mirando durante un momento.
– Oh, Warshawski. Claro. No me enseñe los dientes; no merece la pena. El puerto está lleno de polacos fuertes como bueyes pero sin cerebro.
Pensé en los primos de Boom Boom y no quise discutir.
– En fin, para hacer corta una historia larga, Martin se estaba desenvolviendo en un medio que podía comprender intelectualmente pero no socialmente. Nunca tuvo una educación formal y no había aprendido el sentido de la ética ni de la moralidad. Manejaba mucho dinero y se quedó con una parte. Perdí una discusión con mi padre para que no lo denunciase. Yo le había descubierto, le había empujado… no tenía más que treinta años por aquella época. Quería darle una segunda oportunidad. Papá se negó y Martin pasó dos años en la prisión de Cantonville. Mi padre murió un mes después de que lo soltaran y le contraté de nuevo inmediatamente. Nunca volvió a hacer nada delictivo que yo supiera. Pero si hay problemas entre la Pole Star y la Eudora, o dentro de la Eudora, que estén relacionados con dinero, debe usted conocer los antecedentes de Martin. Cuento con su discreción. No quiero que Argus ni Clayton sepan nada de eso si resulta que no pasa nada.
Me acabé el jerez.
– Así que a eso se refería usted el otro día en la comida. Bledsoe se educó en la cárcel y usted le insinuaba que podía contárselo a la gente si quería.
– No creí que usted lo entendiera.
– Incluso un polaco cabeza hueca es capaz de entenderlo… La semana pasada estaba usted amenazándole; y hoy le protege… o algo así. ¿Qué es todo esto?
Un asomo de ira cruzó el rostro de Grafalk y desapareció rápidamente.
– Martin y yo tenemos… un acuerdo tácito. No se mete con mi flota y yo no le hablo a la gente de su turbio pasado. Se estaba burlando de la Grafalk Line. Yo le devolvía la burla.
– ¿Qué cree usted que está pasando en la Eudora?
– ¿Qué quiere decir?
– Ha sacado usted un par de conclusiones basadas en mis investigaciones por el puerto. Cree usted que debe de haber allí algún problema financiero. Está lo bastante preocupado como para revelar una verdad bien escondida acerca de Bledsoe. Ni siquiera los oficiales de sus barcos la conocen, y si la conocen son lo bastante leales como para no traicionarle. Debe usted pensar que pasa algo grave de verdad.
Grafalk sacudió la cabeza y sonrió de manera condescendiente.
– Ahora es usted la que saca conclusiones, señorita Warshawski. Todo el mundo sabe que ha estado investigando la muerte de su primo. Y saben que Phillips y usted han tenido unas palabras. No se pueden guardar secretos en una comunidad cerrada como ésa. Si pasa algo en la Eudora, tiene que tener algo que ver con el dinero. Ninguna otra cosa importante puede estar sucediendo allí -revolvió la aceituna en su vaso-. No es asunto mío; pero periódicamente me pregunto de dónde saca Clayton Phillips el dinero.
Le miré con fijeza.
– Argus le paga bien. Lo heredó. Lo heredó su mujer. ¿Hay alguna razón para que ninguna de estas posibilidades sea la correcta?
Se encogió de hombros.
– Soy un hombre muy rico, señorita Warshawski. Crecí con un montón de dinero y estoy acostumbrado a vivir con él. Hay mucha gente sin dinero que se encuentra perfectamente a gusto con él y alrededor de él. Martin es uno de ellos, y el almirante Jergensen otro. Pero Clayton y Jeannine no. Si lo heredaron, fue un suceso inesperado que les llegó tarde.
– Sigue siendo una posibilidad. No tienen por qué ser de su clase para permitirse la casa y todo lo demás. Quizá una abuela gruñona lo fue acumulando para poder privar a los demás del mayor placer posible. Esto ocurre al menos tan a menudo como la malversación.
– ¿Malversación?
– Eso es lo que sugiere usted, ¿verdad?
– Yo no estoy sugiriendo nada. Sólo pregunto.
– Bueno, les apadrinó usted para que entrasen en el Club Náutico. Eso es algo imposible para los nuevos ricos, por lo que he leído. No es bastante ganar un cuarto de millón al año para entrar en ese lugar. Tiene que tener uno antepasados entre los Palmer y los McCormick. Pero usted consiguió que entrasen. Tiene que saber usted algo de ellos.
– Eso fue cosa de mi mujer. A veces se mete en extrañas caridades. Jeannine fue una que más tarde lamentó.
Sonó un teléfono en un algún lugar de la casa, seguido de cerca por un zumbido en un aparato que no había advertido antes, colocado en una alacena junto al bar. Grafalk contestó.
– ¿Sí? Sí, cogeré la llamada… ¿Me perdona un momento, señorita Warshawski?
Me levanté educadamente y me fui hacia el vestíbulo, yendo en dirección opuesta al lugar por donde entramos. Caminé hasta llegar a un comedor en el que una gruesa dama de mediana edad con blusa blanca y falda azul estaba poniendo una mesa para diez. Colocaba cuatro tenedores y tres cucharas en cada lugar. Yo estaba impresionada. Imagínate, tener setenta tenedores y cucharas a juego. También había un par de cuchillos por persona.
– Apuesto a que aún tienen más.
– ¿Me habla a mí, señorita?
– No, estaba hablando sola. ¿Recuerda a qué hora llegó el señor Grafalk a casa el jueves por la noche?
Levantó la mirada al oír esto.
– Si no se siente bien, señorita, hay un tocador en el vestíbulo, a su izquierda.
Me pregunté si sería el jerez. Puede que Grafalk hubiese echado algo dentro, o quizá era demasiado fino para mi paladar embrutecido por el scotch.
– Me siento muy bien, gracias. Sólo quería saber si el jueves el señor Grafalk llegó tarde a casa.
– Me temo que no puedo decírselo. -Volvió a ocuparse de la plata. Me estaba preguntando si podría obligarla a hablar pegándole con el brazo sano, pero me pareció que no iba a merecer la pena. Grafalk llegó por detrás.
– Oh, aquí está. ¿Todo va bien, Karen?
– Sí, señor. La señora Grafalk dejó dicho que volvería hacia las siete.
– Me temo que voy a tener que pedirle que se marche ahora, señorita Warshawski. Esperamos a unos invitados y tengo que hacer un par de cosas antes de que lleguen.
Me condujo hasta la puerta y se quedó mirando hasta que salí por entre las columnas de ladrillo y entré en el Chevette. Eran las seis. No es que estuviese borracha, ni siquiera ligeramente ebria. Sólo lo bastante animada como para olvidarme de mi hombro dolorido, no como para perder mi consumado dominio del manejo de aquel rígido volante.
14
Mientras me dirigía hacia Edens y la pobreza, me sentí como si alguien me estuviera dando vueltas en una silla giratoria. El jerez de Grafalk y la historia de Grafalk me habían sido suministrados claramente con un propósito. ¿Pero cuál? Cuando llegué a casa de Lotty, se me había pasado el efecto del jerez y me dolía el hombro.
La calle de Lotty está incluso más decrépita que el rincón de Halsted donde yo vivo. Las botellas se mezclaban con vasos arrugados de papel en la alcantarilla. Un Impala del 72 caía hacia delante; alguien le había quitado la rueda delantera. Una mujer obesa deambulaba con cinco niños pequeños, todos cargados con una pesada bolsa de la compra. Les gritó en un español chillón. Yo no lo hablo, pero se parece lo bastante al italiano como para darme cuenta de que les hablaba de buen talante, no regañándoles.
Alguien había dejado una lata de cerveza en las escaleras de Lotty. La recogí y me la llevé. Lotty crea una pequeña isla saludable y limpia en la calle y yo quería ayudar a mantenerla.
Olía a pot-au-feu cuando abrí la puerta. Me sentí de pronto muy a gusto allí, a punto de comer un guiso casero en lugar de una comida de siete platos en Lake Bluff. Lotty estaba sentada en la impecable cocina, leyendo. Puso un marcador en el libro, se quitó las gafas de montura negra y colocó ambas cosas en una esquina de la tabla de picar.