Abrí la puerta del 22 C y atravesé el recibidor hasta llegar al salón. Mis pies no hacían el menor ruido sobre las espesas alfombras que llegaban hasta las paredes. Las cortinas de dibujos azules estaban descorridas a los lados del muro de cristal que formaba el lado este de la habitación. La vista panorámica me atrajo: el lago y el cielo componían una gigantesca bola verde grisácea. Dejé que el espacio me absorbiera hasta que me sentí completamente en paz. Llevaba así un buen rato cuando me di cuenta de que no estaba sola en el apartamento. No estaba segura de lo que me alertó; me concentré unos minutos y oí un ligero ruido rasposo. Rozamiento de papeles.
Volví al recibidor. Éste conducía a un pasillo a la derecha al que se abrían los tres dormitorios y el baño principal. Al comedor y a la cocina se pasaba por otro pasillo más pequeño que estaba a la izquierda. El roce provenía de la derecha, del lado de los dormitorios.
Yo me había puesto un traje y tacones para ir a ver a Simonds, ropa totalmente inadecuada para enfrentarse a un intruso. Abrí con mucho cuidado la puerta principal para prepararme una vía de escape, me quité los zapatos y dejé el bolso junto a un revistero que estaba en el vestíbulo.
Volví al salón, escuché atentamente y busqué algo que pudiera servirme de arma. Un trofeo de bronce sobre la repisa de la chimenea, un tributo a Boom Boom como el mejor jugador de la Copa Stanley. Lo cogí en silencio y me dirigí cautelosa hacia el pasillo que conducía a los dormitorios.
Todas las puertas estaban abiertas. Me acerqué de puntillas a la habitación más próxima, que Boom Boom utilizaba como estudio. Apretándome contra la pared, sujetando el pesado trofeo con el brazo izquierdo, metí la cabeza lentamente por el hueco de la puerta.
De espaldas a mí, Paige Carrington estaba sentada ante el escritorio de Boom Boom, revisando unos papeles. Me sentí ridícula y furiosa a la vez. Volví al vestíbulo, dejé el trofeo sobre el revistero y me puse los zapatos. Me dirigí de nuevo al estudio.
– Has llegado pronto. ¿Cómo entraste?
Ella saltó en su silla y dejó caer los papeles que sujetaba. El color púrpura le subió al rostro desde el cuello abierto de la camisa hasta las raíces de su oscuro pelo.
– ¡Oh! No te esperaba hasta las dos.
– Yo a ti tampoco. Creí que habías dicho que no tenías llave.
– Por favor, no te enfades, Vic. Nos han puesto un ensayo de más a las dos y tenía mucho interés en encontrar las cartas. Así que convencí a Hinckley, el portero; le convencí de que subiera y me dejara entrar. -Durante un minuto me pareció ver lágrimas en sus ojos color miel, pero se pasó el dorso de la mano por ellos y sonrió con aire culpable-. Esperaba haberme marchado antes de que aparecieses. Estas cartas son de lo más personal y no resistiría que nadie, ni siquiera tú, las vieses.
Fruncí las cejas.
– ¿Has encontrado algo?
Se encogió de hombros.
– Puede que no las guardase.
Se inclinó para recoger los papeles que había dejado caer al entrar yo. Me arrodillé para ayudarla. Parecían un montón de cartas de negocios. Vi el nombre de Myron Fackley un par de veces. Había sido el agente de Boom Boom.
– No he mirado más que dos cajones y hay otros seis con papeles dentro. Lo guardaba todo, creo… Uno de los cajones está lleno de cartas de admiradores.
Miré la habitación con ojos amargos. Ocho cajones llenos de papeles. En ordenar y limpiar siempre he sacado las puntuaciones más bajas en las pruebas de aptitud.
Me senté en el escritorio y palmeé el hombro de Paige.
– Mira. Revisar todo esto va a ser aburridísimo. Voy a tener que examinar incluso lo que tú has mirado, porque necesito ver todo lo que pueda tener relación con los bienes. Así que, ¿por qué no me lo dejas a mí? Te prometo que si encuentro cartas personales a Boom Boom no las leeré. Te las meteré en un sobre.
Me miró y sonrió, pero la sonrisa tembló.
– Puede que esté siendo presuntuosa, pero si guardó todas estas cartas de chicos a los que no conocía, creo que debió guardar las que le escribí yo -miró hacia otro lado.
Le cogí el hombro un instante.
– No te preocupes, Paige. Estoy segura de que aparecerán.
Dio un suspirito elegante.
– Creo que me estoy obsesionando con ellas porque así no pienso: «Sí, se ha ido… de verdad.»
– Sí. Por eso le estoy maldiciendo yo por haber acumulado semejante cantidad de cosas. Y ni siquiera puedo devolvérselo haciendo que él sea mi albacea.
Se rió un poco.
– Me he traído una maleta. Puedo llevarme la ropa y las cosas de arreglarme que había dejado aquí y marcharme.
Se fue al dormitorio principal a recoger sus cosas. Yo me puse a rondar por allí sin ganas, tratando de sacar algo en claro de mi tarea. Paige tenía razón: Boom Boom lo guardaba todo. Cada pulgada de pared estaba cubierta de fotografías de hockey, empezando por el minúsculo equipo al que mi primo perteneció cuando estaba en segundo grado. Había fotos de grupo con los Halcones Negros, fotos de vestuario llenas de champán tras los triunfos en la Copa Stanley, fotos de Boom Boom solo realizando jugadas difíciles, fotos dedicadas de Esposito, Howe, Hull… incluso una de Boom-Boom Geoffrion con la leyenda «Al pequeño cañón».
En medio de la colección, incongruente, había una foto mía vestida con la toga recibiendo mi título de graduada en leyes de la Universidad de Chicago. El sol brillaba tras de mí y yo sonreía a la cámara. Mi primo nunca había ido a la universidad y tenía un respeto desmesurado por mi educación. Fruncí las cejas ante aquella joven y feliz V. I. Warshawski y me dirigí al dormitorio principal por si Paige necesitaba ayuda.
La maleta yacía abierta sobre la cama, con la ropa doblada cuidadosamente. Cuando entré estaba revolviendo un cajón del que sacó un jersey rojo brillante.
– ¿Vas a mirar toda esta ropa y todo lo demás? Creo que yo ya he sacado todas mis cosas, pero dime si encuentras algo más. Las tallas seis serán mías seguramente, no suyas. -Entró en el baño y la oí abrir los armarios.
El dormitorio era masculino pero acogedor. Una cama muy grande dominaba el centro de la habitación, cubierta con un edredón blanco y negro. Las cortinas hasta el suelo, de una pesada tela cruda, estaban corridas mostrando el lago. El palo de hockey de Boom Boom colgaba sobre el severo escritorio de nogal. Un cuadro morado y rojo suministraba la nota de color, y un par de alfombras repetían el mismo rojo. Había evitado los espejos que tantos solteros creen que completan los dormitorios de las personas solas.
En una mesilla de noche había unas cuantas revistas. Me senté en la cama para ver lo que leía mi primo antes de irse a dormir: Deportes Ilustrados, El Mundo del Hockey, y un periódico densamente ilustrado llamado Noticias del Cereal. Lo miré con interés. Publicado en Kansas City, estaba lleno de información acerca de cereales, el tamaño de las diversas cosechas, los precios de diferentes opciones de la lonja, las tarifas de transportes por tren y barco, los contratos adjudicados a los diferentes transportistas. Era de lo más interesante si te importaban algo los cereales.
– ¿Es algo de particular?
Estaba tan absorta que no me di cuenta de que Paige había salido del cuarto de baño para acabar de recoger sus cosas. Dudé y luego le dije:
– He estado pensando si Boom Boom no caería debajo de la hélice… deliberadamente. Esto -agité el periódico ante ella- informa de todo lo que puedas querer saber acerca de los cereales y su transporte. Parece ser que sale dos veces al mes, semanalmente durante la cosecha. Si Boom Boom estaba lo bastante unido a la Compañía de Grano Eudora como para leerse algo como esto, me siento más tranquila.