– No estás muy dilatada.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que el parto es disfuncional.
– ¿Disfuncional?
– Es una palabra complicada, pero es el término médico que se aplica a tu situación. Por lo fuertes y frecuentes que son los dolores, deberías tener el cuello de la matriz más dilatado de lo que lo está. El bebé empuja para salir, pero tú no tienes todas las partes de tu cuerpo preparadas aún para el nacimiento.
– ¿Qué puede hacer?
– Yo no puedo hacer nada, Ronnie, pero tú sí. Puedes detener toda esta locura y llevar a Sabra a un lugar donde reciba los cuidados médicos que necesita.
– Ya se lo he dicho, no.
– No -repitió Sabra.
El teléfono sonó antes de que la discusión siguiera adelante.
Capítulo 4
El inesperado y estridente sonido sorprendió a todo el mundo.
Donna era la que estaba más cerca del teléfono.
– ¿Qué hago? -preguntó.
– Nada.
– Ronnie, tal vez deberías dejar que respondiera -sugirió Tiel.
– ¿Por qué? Seguramente no tiene nada que ver conmigo.
– Podría ser. ¿Pero y si resulta que sí tiene que ver contigo? ¿No preferirías saber a qué te enfrentas?
Lo reflexionó unos segundos, y luego le dio su permiso a Donna para que respondiera.
– ¿Diga? -escuchó un momento, y dijo a continuación-: Hola, sheriff. No, no estaba borracho. Tal y como le ha dicho, este chico nos tiene retenidos a punta de pistola.
De pronto, la parte delantera del edificio se vio bañada por una fuerte luz. Todo el mundo dentro había estado tan concentrado en la situación de Sabra que nadie había oído la llegada de los tres coches patrulla que acababan de encender los faros delanteros. Tiel dedujo que el sheriff llamaba desde una de las unidades, aparcadas un poco más allá de los surtidores de gasolina.
Ronnie se ocultó detrás de un expositor de aperitivos y gritó:
– Dígales que apaguen estas condenadas luces o disparo a alguien.
Donna transmitió el mensaje. Hizo una pausa para escuchar, y dijo a continuación:
– Unos dieciocho, supongo. Se llama Ronnie.
– ¡Cállese!
Ronnie le apuntó con la pistola. Ella se estremeció y soltó el auricular.
Se apagaron entonces las luces de los coches, dos pares casi simultáneamente, el tercero unos segundos después.
Sabra gimoteó.
– Escúchame, Ronnie -dijo Doc.
– No. Cállese y déjeme pensar.
El joven estaba aturdido, pero Doc insistió, hablando en voz baja y con impaciencia:
– Si es eso lo que quieres, quédate aquí y arregla esto como te plazca. Pero lo más valiente sería dejar salir a Sabra. Las autoridades la llevarán al hospital, que es donde debería estar.
– No iré -dijo la chica-. No sin Ronnie.
Tiel intentó convencerla.
– Piensa en tu bebé, Sabra.
– Estoy pensando en nuestro bebé -respondió entre sollozos-. Si mi padre le pone las manos encima, nunca volveré a verlo. Y tampoco pienso abandonar a Ronnie.
Viendo que su paciente estaba al borde de una crisis de histeria, Doc retrocedió en su actitud.
– Está bien, está bien. Si no accedes a marcharte, ¿qué te parece esto? ¿Y si pidiésemos que entrase un médico?
– Usted es médico -dijo Ronnie.
– No el tipo de médico que Sabra necesita. No tengo instrumental. No tengo nada que darle para aliviar el dolor. Va a ser un parto difícil, Ronnie. Podrían producirse todo tipo de complicaciones graves y no estoy cualificado para tratarlas. ¿Estás dispuesto a poner en peligro la vida de Sabra y la del niño? Porque esto es lo que estás haciendo si permites que la situación siga tal y como está. Podrías perder a uno de ellos o a los dos. Y entonces, independientemente de cómo acabara esto, no habría valido para nada.
Tiel estaba impresionada. Ni ella podría haberlo dicho con mejores palabras.
El joven reflexionó un momento sobre las palabras de Doc y luego le hizo un ademán a Tiel en dirección al mostrador y al auricular que colgaba del mismo. Después de que Donna lo hubiese soltado, se había oído la voz de un hombre durante un rato, preguntando qué sucedía. Pero ahora permanecía en silencio.
– Usted es buena largando -le dijo Ronnie a Tiel-. Hable usted.
Tiel se puso en pie y se abrió paso entre Sabra y Doc. Pasó junto al expositor de aperitivos y caminó hasta el mostrador. Cuando marcó el número de la policía no perdió el tiempo. Tan pronto como respondió la telefonista, dijo:
– Necesito que me llame el sheriff. No haga preguntas. Está al corriente de esta situación de emergencia. Dígale que llame otra vez al supermercado.
Colgó antes de que la telefonista llevara a cabo el interrogatorio rutinario, lo que supondría una preciosa pérdida de tiempo.
Esperaron todos en tenso silencio. Nadie decía palabra. Gladys y Vern estaban sentados y abrazados el uno al otro. Cuando Tiel miró en su dirección, Vern llamó sutilmente su atención hacia la bolsa que tenía en su regazo. De un modo u otro, la había conseguido sin que Ronnie se percatase de ello. Un mañoso Casanova. Sólo esto constituía ya un buen reportaje, pensó Tiel. Excepto que tenía uno mejor aún, en el que no era sólo la periodista, sino también una de las participantes. Gully se pondría eufórico. Si con este reportaje no conseguía garantizarse un puesto en Nine Live…
Pese a que esperaba que sonara el teléfono, dio un respingo en cuanto lo hizo. Respondió de inmediato.
– ¿Quién es?
Evitó la respuesta directa al decir:
– ¿Sheriff?
– Marty Montez.
– Sheriff Montez, he sido designada portavoz. Soy uno de los rehenes.
– ¿Corre algún tipo de peligro inmediato?
– No -respondió, creyendo en su respuesta.
– ¿Está siendo coaccionada?
– No.
– Hágame un resumen.
Empezó con un breve y conciso relato del atraco, a partir del disparo de Ronnie a la cámara de seguridad.
– Fue interrumpido cuando su cómplice se puso de parto.
– ¿De parto? ¿Quiere decir parto, tener un bebé?
– Eso es exactamente, sí.
Después de una prolongada pausa durante la cual se escuchaba perfectamente la trabajosa respiración de un hombre con sobrepeso, dijo:
– Respóndame si puede hacerlo sin correr peligro, señorita. ¿Son por casualidad estos atracadores un par de chicos de instituto?
– Sí.
– ¿Qué pregunta? -exigió saber Ronnie.
Tiel tapó el auricular con la mano.
– Ha preguntado si Sabra tenía dolores y le he respondido.
– ¡Dios! -exclamó el sheriff. Comunicó en voz baja a sus lugartenientes, o al menos eso fue lo que Tiel se imaginó, que los que habían tomado rehenes eran los chicos «de Fort Worth». Y entonces le preguntó a ella-: ¿Hay alguien herido?
– No. Estamos todos ilesos.
– ¿Quiénes son todos, además de usted? ¿Cuántos rehenes hay?
– Cuatro hombres y dos mujeres, además de mí.
– Habla usted muy bien. ¿No será por casualidad una tal señorita McCoy?
Intentó que Ronnie, que la escuchaba atentamente y controlaba muy de cerca sus expresiones faciales, no se diese cuenta de su sorpresa.
– Correcto. Nadie ha resultado herido.
– Usted es la señorita McCoy pero no quiere que sepan que es reportera de televisión. Comprendo. Su jefe, un tipo llamado Gully, ha llamado dos veces a la oficina diciendo que usted había desaparecido. Dijo que había salido de Rojo Flats y tenía que llamarle…
– ¿Qué está diciendo? -preguntó Ronnie.
Tiel interrumpió al sheriff.
– Por el interés de todos, estaría muy bien si pudiese proporcionarnos un médico. Un ginecólogo, a ser posible.
– Dígale que traiga consigo todo lo necesario para un parto difícil.
Tiel transmitió el mensaje de Doc.
– Asegúrese de que está al corriente de que el bebé viene de nalgas -añadió Doc.