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La pareja de ancianos se acercó al agente inconsciente. Cada uno de ellos lo cogió por un tobillo. Para ellos suponía un esfuerzo, pero fueron capaces de arrastrarlo lejos de la vista de Sabra, para que Tiel y Doc tuvieran más espacio para actuar.

– Me encerrarán para siempre -continuó Ronnie-. Pero quiero que Sabra esté a salvo. Quiero que su viejo prometa que le permitirá quedarse con nuestro hijo.

– Entonces, acabemos con esto aquí y ahora.

– No puedo, Doc. No sin antes tener esa garantía por parte del señor Dendy.

Doc hizo un ademán en dirección a Sabra, que jadeaba con un nuevo dolor.

– Mientras tanto…

– Nos quedamos aquí -insistió el chico.

– Pero Sabra necesita un…

– ¿Doc? -dijo Tiel, interrumpiendo.

– … hospital. Y pronto. Si de verdad te preocupa el bienestar de Sabra…

– ¿Doc?

Irritado por la segunda interrupción de su fervoroso discurso, se volvió abruptamente y le dijo impaciente:

– ¿Qué?

– Sabra no puede ir a ninguna parte. Veo el bebé.

Doc se arrodilló entre las rodillas levantadas de Sabra.

– Gracias a Dios -dijo, con una carcajada de alivio-. El bebé se ha dado la vuelta, Sabra. Veo la cabeza. Estás coronando. En unos minutos tendrás a tu bebé.

La chica rió, una risa demasiado juvenil para encontrarse en el lío en que estaba metida.

– ¿Irá bien?

– Creo que sí. -Doc miró a Tiel-. ¿Me ayudará?

– Dígame qué tengo que hacer.

– Traiga más pañales de éstos y repártalos a su alrededor. Tenga una de las toallas a mano para envolver al bebé. -Se había arremangado la camisa por encima de los codos y estaba lavándose a fondo las manos y los brazos con el producto limpiador de Tiel. Luego los bañó en vinagre. Pasó las botellas a Tiel-. Utilícelo con generosidad. Pero rápido.

– No quiero que Ronnie mire -dijo Sabra.

– ¿Por qué no, Sabra?.

– Lo digo en serio, Ronnie. Vete.

Doc le habló al chico por encima del hombro.

– Tal vez sea lo mejor, Ronnie.

El chico se apartó a regañadientes.

Doc encontró un par de guantes en el maletín de médico de Cain y se los puso… con mucha destreza, observó Tiel.

– Al menos ha hecho algo bien -murmuró-. Hay una caja entera. Póngase un par.

Acababa de conseguir ponerse los guantes cuando Sabra tuvo otra contracción.

– No empujes si puedes evitarlo -le instruyó Doc-. No quiero que te rasgues. -Colocó la mano derecha en el perineo para aguantar y evitar la ruptura de tejidos, mientras su mano izquierda descansaba con delicadeza en la cabeza del bebé-. Vamos, Sabra. Ahora jadea. Muy bien. Póngase detrás de ella -le dijo a Tiel-. Incorpórela un poco. Apóyele la espalda.

Ayudó a Sabra a superar el dolor y, cuando hubo acabado, la chica se relajó apoyándose en Tiel.

– Ya está casi, Sabra -le dijo Doc con mucha amabilidad. Estás haciéndolo muy bien. Estupendamente, en realidad.

Y Tiel habría dicho lo mismo de él. Era de admirar la forma tranquila y competente con que estaba manejando la situación con una chica tan asustada como Sabra.

– ¿Está bien?

Tiel había estado observándolo con franca admiración, pero no se dio cuenta de que se dirigía a ella hasta que él levantó la vista.

– ¿Yo? Sí, estoy bien.

– Espero que no se desmaye o algo por el estilo.

– No lo creo. -Entonces, gracias a que su compostura resultaba contagiosa, dijo-: No, no me desmayaré.

Sabra gritó, se sacudió hasta quedar medio sentada y refunfuñó por el esfuerzo de expulsar al bebé. Tiel le acarició la zona lumbar de la espalda, deseosa de poder hacer más para aliviar el sufrimiento de la chica.

– ¿Está bien? -El ansioso padre estaba completamente ignorado.

– Intenta no empujar -le recordó Doc a la chica-. Todo saldrá bien sin necesidad de aplicar ningún tipo de presión adicional. Libera ese dolor. Bien, bien. La cabeza ya está casi fuera.

La contracción había dejado abatida a Sabra, cuyo cuerpo se derrumbó de agotamiento. Estaba llorando.

– Duele.

– Lo sé. -Doc hablaba con voz tranquilizadora pero, sin que lo viese Sabra, su rostro registraba una profunda preocupación. Sabra sangraba profusamente porque el tejido se había rasgado-. Vas muy bien, Sabra -dijo mintiendo-. Pronto tendrás a tu bebé.

Muy pronto, resultó ser. Después de toda la preocupación que había provocado el lento progreso del bebé, los segundos finales de la llegada al mundo fueron de pura impaciencia.

Durante la siguiente contracción, casi antes de que Tiel fuese capaz de asimilar el milagro del que estaba siendo testigo, vio emerger la cabeza del bebé bocabajo. La mano de Doc la guió sólo un momento antes de que, instintivamente, se puso de lado. Cuando Tiel vio la cara del recién nacido, sus ojos abiertos de par en par, murmuró:

– ¡Oh!, Dios mío -y lo dijo literalmente, como una plegaria, porque era un fenómeno de visión sobrecogedora, casi espiritual.

Pero allí se detuvo el milagro, porque los hombros del bebé seguían sin poder salir al exterior.

– ¿Qué sucede? -preguntó Ronnie al oír a Sabra gritar.

Sonó el teléfono. Donna era la que más cerca estaba y fue quien respondió.

– ¿Diga?

– Sé que duele, Sabra -dijo Doc-. Con dos o tres contracciones más deberíamos estar, ¿de acuerdo?

– No puedo -sollozó ella-. No puedo.

– Ese tipo que se llama Calloway quiere saber quién ha recibido los tiros -les informó Donna. Nadie le prestó atención.

– Lo estás haciendo estupendamente -decía Doc-. Prepárate. Jadea. -Miró a Tiel de reojo y le dijo-: Ayúdela.

Tiel se puso a jadear con Sabra mientras veía las manos de Doc manipulando el cuello de la criatura. Al darse cuenta de lo alarmada que estaba, dijo Doc en voz baja:

– Sólo compruebo que el cordón no esté enrollado.

– ¿Está bien? -preguntó Sabra, apretando los dientes.

– Hasta el momento es un nacimiento de libro.

Tiel oyó que Donna le decía a Calloway:

– No, no ha muerto, pero merecería estarlo, igual que el condenado loco que lo ha mandado aquí. -Y colgó el auricular de golpe.

– Ya estamos, ya estamos. Tu bebé está aquí, Sabra. -A Doc le caía el sudor desde el nacimiento del pelo hasta las cejas, pero parecía no darse cuenta de ello-. Eso es. Sigue así.

Aquel grito obsesionaría los sueños de Tiel durante muchas noches. Los hombros del bebé aparecieron rasgando más tejido. Una pequeña incisión con anestesia local le habría evitado aquella agonía, pero no había remedio.

La única bendición de todo aquello fue el bebé, que se abría paso y acabó deslizándose en las manos de Doc.

– Es una niña, Sabra. Una belleza. Ronnie, tienes una hija.

Donna, Vern y Gladys lanzaron vítores y aplaudieron. Tiel se tragó las lágrimas mientras veía a Doc poniendo bocabajo a la recién nacida para limpiarle las vías respiratorias, ya que carecían de aspirador. Afortunadamente, la niña lloró de inmediato. Una amplia sonrisa de alivio inundó sus graves facciones.

Tiel no pudo quedarse maravillada durante mucho tiempo, pues Doc le pasó enseguida a la recién nacida. Era tan resbaladiza que temía que se le cayera de las manos. Pero consiguió acunarla y envolverla en una toalla.

– Colóquela sobre el vientre de su madre. -Tiel siguió las órdenes de Doc.

Sabra se quedó mirando asombrada a su llorona recién nacida y preguntó, con un amedrentado susurro:

– ¿Está bien?

– Los pulmones lo están, desde luego -dijo Tiel, riendo. Hizo un inventario rápido-: Tiene todos los dedos en pies y manos. Parece que tendrá el pelo claro, como el tuyo.