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De modo que evitó darle a Calloway una respuesta directa.

– Doc ha hecho un trabajo increíble bajo circunstancias muy arduas. Sabra le responde favorablemente. Confía en él.

– Tengo entendido que resultó herido durante el tiroteo.

– Un rasguño, nada más. Todos estamos bien, señor Calloway -dijo, impaciente-. Estamos agotados pero, por lo demás, ilesos, y no me cansaré de subrayarlo.

– ¿No está siendo forzada a decir esto?

– Por supuesto que no. Lo último que quiere Ronnie es que alguien resulte herido.

– Eso es verdad -dijo el chico-. Sólo quiero poder salir de aquí con Sabra y mi hija, libres para seguir nuestro camino.

Tiel transmitió su deseo a Calloway, quien dijo:

– Señorita McCoy, ya sabe que no puedo permitir que eso suceda.

– Siempre se pueden hacer excepciones.

– No tengo autoridad para…

– Señor Calloway, ¿está usted en posición de hablar libremente?

Después de una pausa momentánea, dijo:

– Adelante.

– Si ha tenido usted algún tipo de interacción con Russell Dendy comprenderá perfectamente por qué estos dos jóvenes están desesperados hasta el punto de haber hecho lo que han hecho.

– No puedo hacer comentarios sobre lo que acaba de decir, pero entiendo por dónde va.

Al parecer, Dendy podía oírle.

– Ese hombre es un tirano, sin lugar a dudas -continuó Tiel-. No sé si está al corriente de esto, pero ha dado su palabra de separar a la fuerza a la pareja y de entregar al bebé en adopción. Lo único que quieren Ronnie y Sabra es libertad para decidir su futuro y el de su hija. Se trata de una crisis familiar, señor Calloway, y como tal debería gestionarse. A lo mejor el señor Dendy consentiría la actuación de un mediador que les ayudara a solucionar sus diferencias y alcanzar un acuerdo.

– Ronnie Davison tiene aún muchas cosas por las que responder, señorita McCoy. Atraco a mano armada, para empezar.

– Estoy segura de que Ronnie está dispuesto a aceptar la responsabilidad de sus acciones.

– Déjeme hablar con él. -Ronnie le cogió el auricular-. Escuche, señor Calloway, no soy un delincuente. No lo he sido hasta hoy, quiero decir. Ni siquiera me han puesto nunca una multa por exceso de velocidad. Pero no pienso permitir que el señor Dendy dicte el futuro de mi hija. En la situación en la que me encuentro, no veo otra manera de alejarme de él.

– Cuéntale lo que hemos decidido, Ronnie -gritó Sabra.

La miró, allí tendida con la recién nacida entre sus brazos, y su rostro adquirió una expresión de dolor.

– Hable con el padre de Sabra, señor Calloway. Convénzale de que nos deje tranquilos. Entonces soltaré a todo el mundo.

Se quedó a la escucha por un momento y dijo:

– Sé que las dos necesitan un hospital. Cuanto antes mejor. De modo que tiene una hora para darme la respuesta. -Otra pausa-. ¿O qué? -dijo, evidentemente repitiendo la pregunta de Calloway. Ronnie volvió a mirar a Sabra. Ella apretó el bebé con más fuerza contra su pecho y movió afirmativamente la cabeza-. Se lo diré en una hora. -Colgó en seco.

Entonces, dirigiéndose a los rehenes, dijo:

– Muy bien, ya lo han oído. No quiero hacer daño a nadie. Quiero que todos salgamos de aquí. De modo que pido a todo el mundo que se relaje. -Miró el reloj colgado en la pared-. Sesenta minutos y todo podría haber terminado.

– ¿Y si el viejo no accede a dejaros tranquilos? -preguntó Donna-. ¿Qué piensas hacer con nosotros?

– ¿Por qué no se sienta y se calla? -le dijo Vern, en tono quejumbroso.

– ¿Por qué no se va a la mierda, viejo? -le replicó. Usted no es mi jefe. Quiero saberlo. ¿Viviré o moriré? ¿Empezará a dispararnos de aquí a una hora?

Un incómodo silencio se apoderó del grupo. Todas las miradas se volvieron hacia Ronnie que, terco, se negaba a reconocer la pregunta muda de aquellos ojos.

El agente Cain o bien había vuelto a quedar inconsciente, o bien no levantaba la cabeza avergonzado por su fracaso al no haber dado por concluida aquella situación. En cualquier caso, tenía todavía la barbilla pegada al pecho.

Donna seguía rascándose los codos.

Vern y Gladys mostraban signos de fatiga. Ahora que la emoción del nacimiento había acabado, su vivacidad se había desvanecido. Gladys tenía la cabeza apoyada en el hombro de Vern.

Tiel se puso en cuclillas junto a Doc, que se ocupaba de nuevo de Sabra. La chica tenía los ojos cerrados. La pequeña Katherine dormía en brazos de su madre.

– ¿Cómo está?

– Esta condenada hemorragia…, y la tensión arterial está cayendo.

– ¿Qué puede hacer?

– Lo he intentado con masajes en la zona del útero, pero en lugar de detener la hemorragia la ha aumentado. -Tenía la frente arrugada de pura consternación-. Hay algo más.

– ¿Qué?

– La lactancia.

– ¿Podría la niña empezar a mamar tan pronto?

– No. ¿Ha oído hablar alguna vez de la oxitocina?

– Supongo que es algo de mujeres.

– Es una hormona que ayuda a producir leche materna. Y sirve también para que el útero se contraiga, lo que a su vez reduce la hemorragia. La succión estimula la liberación de la hormona.

– ¡Oh! Entonces, ¿por qué no ha…?

– Porque pensé que a estas alturas estaría ya de camino al hospital. Además, la chica ya tenía bastantes cosas a las que enfrentarse.

Permanecieron un momento en silencio, ambos mirando a Sabra y su preocupante palidez.

– Temo también una infección -dijo él-. Maldita sea, las dos necesitan hospitalización. ¿Qué tal es ese Calloway? ¿El típico tipo duro de pelar?

– Sólo piensa en su trabajo, eso está claro. Pero parece razonable. Dendy, por otro lado, es un maniaco delirante. Lo he oído de fondo profiriendo amenazas y ultimátums. -Miró de reojo a Ronnie, que dividía su atención entre el aparcamiento y el dúo de mexicanos, que cada vez parecían más nerviosos-. No nos ejecutará, ¿verdad?

Sin prisas por responder a su pregunta, Doc acabó de cambiar los pañales que Sabra tenía debajo de su cuerpo, se acomodó de nuevo junto al cajón frigorífico y levantó una rodilla. Apoyó en ella un codo y se pasó la mano por el pelo. En la ciudad necesitaría un buen corte. Pero en aquel entorno, ese aspecto descuidado encajaba estupendamente.

– No sé qué hará, señorita McCoy. El misterio de lo que el ser humano es capaz de infligir a sus semejantes es algo que siempre me ha fascinado y me ha repelido a la vez. No creo que el chico tenga en la cabeza ponernos en fila y empezar a matarnos, pero no hay nada que garantice que no lo haga. En cualquier caso, hablar sobre ello no influirá en el resultado.

– Una perspectiva bastante fatalista.

– La que ha preguntado ha sido usted. -Se encogió de hombros con indiferencia-. No tenemos por qué hablar de ello.

– ¿Entonces de qué quiere que hablemos?

– De nada.

– Y una mierda -dijo ella, con la esperanza de sorprenderle y consiguiéndolo-. Usted quiere saber cómo lo he reconocido.

Apenas la miró, y no dijo nada. Se había construido una armadura, pero parte del trabajo de ella consistía en atravesar armaduras invisibles.

– Cuando lo vi pensé que me resultaba familiar, pero no lo ubiqué. Entonces, durante el parto, justo antes del nacimiento, caí en quién era. Creo que la pista definitiva fue su forma de tratar a Sabra.

– Tiene una memoria excelente, señorita McCoy.

– Tiel. Y tal vez mi memoria sea mejor que la del ciudadano medio. ¿Sabe? Fui yo quien llevó su noticia. -Recitó la identificación del canal de televisión para el que trabajaba.

Murmuró él una palabrota.

– ¿De modo que estuvo entre las hordas de periodistas que convirtieron mi vida en un infierno?

– Soy buena en mi trabajo.

Soltó él una carcajada de desprecio.

– Estoy seguro de que lo es. -Colocó mejor sus largas piernas sin dejar de mirarla ni un instante-. ¿Le gusta lo que hace?