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– ¿Quién es esta señorita McCoy? -había querido saber Davison.

Calloway se lo había explicado, y luego había observado a Davison con atención.

– ¿Cuándo fue la última vez que habló con Ronnie?

– Anoche. Él y Sabra estaban a punto de ir a casa de los Dendy para explicarles lo del bebé.

– ¿Cuánto tiempo hace que conocía el embarazo?

– Unas cuantas semanas.

Dendy estaba rojo como un tomate.

– ¿Y no consideró usted adecuado decírmelo?

– No, señor. Mi hijo confió en mí. No podía traicionar su confianza, aunque le animé a que se lo explicara. -Luego le había vuelto la espalda a Dendy y había dirigido a Calloway el resto de sus comentarios.

– Hoy he tenido que ir corriendo a Midkiff porque se había estropeado una freidora. No he vuelto a casa hasta última hora de la tarde. He encontrado una nota de Ronnie en la mesa de la cocina. Decía que habían venido con la esperanza de verme. Decía que habían huido juntos y que se dirigían a México. Decía que cuando supiesen dónde iban a parar, me lo harían saber.

– Me sorprende que decidieran visitarle. ¿No tenían miedo de que intentara convencerlos de que regresaran a casa?

– La verdad, señor Calloway, es que le dije a Ronnie que siempre que necesitaran mi ayuda, se la ofrecería gustoso.

Dendy había atacado tan rápidamente que nadie lo vio venir, y menos Davison. Dendy cayó con todo su peso sobre la espalda de Davison. Éste se habría derrumbado hacia delante de no ser porque Calloway le cogió para evitar la caída. Ambos hombres chocaron entonces contra la pared de la camioneta, que estaba cubierta de ordenadores, monitores de televisión, videocámaras y equipos de vigilancia. El sheriff Montez agarró a Dendy por el cuello de la camisa y le obligó a retroceder, aplastándolo contra la otra pared.

Calloway había ordenado a uno de sus subordinados que de una vez por todas se llevara a Dendy de allí.

– ¡No! -Dendy se había quedado sin aire y luchaba por respirar. Aun así, consiguió decir-: Quiero oír lo que tenga que decir. Por favor.

Algo más apaciguado, Calloway había accedido.

– Se ha terminado esta mierda, Dendy. ¿Me ha entendido?

Dendy estaba sofocado y furioso, pero asintió.

– Sí. Ya me ocuparé más tarde de este hijo de puta. Pero ahora quiero saber qué sucede.

Restaurado el orden, Calloway le había preguntado a Davison si se encontraba bien. Davison había recogido del suelo su sombrero de vaquero y lo había sacudido contra la pernera del pantalón para limpiarlo.

– No se preocupe por mí. Lo que importa son esos chicos. Y también el bebé.

– ¿Cree que Ronnie venía a verlo por cuestión de dinero?

– Podría ser. Independientemente de lo que opine el señor Dendy, no les ofrecí mi ayuda para huir. De hecho, justo lo contrario. Les aconsejé que se enfrentaran a él. -Los dos padres intercambiaron miradas cargadas de intención-. De todos modos -continuó Davison-, calculo que podrían tener ahorrado algo de dinero. Ronnie trabaja, al salir del instituto, en prácticas en un campo de golf y gana para sus gastos, pero su sueldo no alcanzaría para financiar un traslado a México. Hoy no lo he visto, pero imagino qué es lo que tenía decidido.

Hizo un ademán en dirección al establecimiento, con una expresión llena de remordimiento.

– Mi chico no es un ladrón. Su madre y su padrastro han hecho un buen trabajo con él. Es un buen chaval. Supongo que estaba desesperado y quería ocuparse de Sabra y del bebé.

– Ya se ha ocupado bien de ella, sí. Le ha arruinado la vida.

Sin prestar atención a Dendy, Davison le había preguntado a Calloway:

– ¿Cuál es el plan? ¿Tiene algún plan?

Calloway había puesto al corriente al padre de Ronnie Davison. Y mirando el reloj, había añadido:

– Hace cuarenta y cinco minutos nos concedió una hora para convencer al señor Dendy de que los dejara tranquilos. Quieren su palabra de que no interferirá en sus vidas, que no entregará el bebé. Que…

– ¿Entregar el bebé? -Davison había mirado a Dendy con evidente repugnancia-. ¿Les ha amenazado con quitarles el bebé? -Su expresión de desdén hablaba por sí sola. Movió la cabeza con tristeza y se volvió hacia Calloway-: ¿Qué puedo hacer yo?

– Comprenda, señor Davison, que Ronnie tendrá que enfrentarse a cargos criminales.

– Supongo que él ya lo sabe.

– Pero cuanto antes libere a los rehenes y se rinda, mejor para él. Nadie ha resultado herido hasta el momento. Nada grave. Me gustaría que todo siguiera así, por el bien de Ronnie, así como por el de los demás.

– ¿Sufrirá algún daño?

– Tiene mi palabra de que no.

– Dígame qué quiere que haga.

Aquella conversación había acabado con Cole Davison realizando una llamada al establecimiento en el momento en que expiraba el plazo.

– ¡Papá! -exclamó Ronnie-. ¿Desde dónde llamas?

Tiel y Doc se habían avanzado para escuchar con detalle lo que Ronnie hablaba por teléfono. A juzgar por la reacción del chico, no esperaba que la llamada fuera de su padre.

Por lo que Gully le había contado anteriormente, Tiel sabía que estaban muy unidos. Se imaginó que Ronnie sentiría una mezcla de vergüenza y azoramiento, como experimenta cualquier niño sorprendido por un padre a quien respeta haciendo alguna cosa mal. A lo mejor el señor Davison conseguía convencer a su hijo de que entendiera el problema en el que se había metido y le influyera para dar por terminada aquella situación.

– No, papá, Sabra está bien. Ya sabes lo que siento por ella. No haría nada que le hiciese daño. Sí, ya sé que debería estar en un hospital, pero…

– Dile que no pienso abandonarte -le gritó Sabra.

– No soy sólo yo, papá. Sabra dice que no irá. -Mientras escuchaba, tenía la mirada clavada en ella y el bebé-. Parece que también está bien. La señorita McCoy y Doc se han encargado de ellas. Sí, ya sé que es muy serio.

El joven tenía las facciones tensas de tanta concentración. Tiel miró a los demás rehenes. Todos, incluyendo los mexicanos, que ni siquiera entendían el idioma, permanecían inmóviles, en silencio y alerta.

Doc sintió su mirada cuando cayó sobre él. Se encogió levemente de hombros y luego volvió de nuevo su atención a Ronnie, que sujetaba el auricular con tanta fuerza que los nudillos de la mano se le habían quedado blancos. Tenía la frente empapada de sudor. Sus dedos apretaban nerviosos la empuñadura de la pistola.

– A mí también me parece que el señor Calloway es un hombre decente, papá. Pero lo que diga o garantice carece de importancia. No huimos de las autoridades. Huimos del señor Dendy. No pensamos donar a la niña para que la adopten unos desconocidos. ¡Sí que lo haría! -subrayó el chico, con la voz rota por la emoción. Lo haría.

– No lo conocen -dijo Sabra, con una voz tan rota como la de Ronnie.

– Te quiero, papá -le dijo Ronnie al auricular-. Y siento haber hecho que te avergüences de mí. Pero no puedo ceder. No hasta que el señor Dendy prometa que dejará que Sabra se quede con el bebé.

Fuera lo que fuese lo que escuchara Ronnie, le hizo mover la cabeza y sonreír con tristeza a Sabra.

– Hay una cosa más que tú, el señor Dendy, el FBI y todos los demás deberíais saber, papá. Nosotros, Sabra y yo, hicimos un pacto antes de dejar Fort Worth.

Tiel sintió una presión en el pecho.

– ¡Oh!, no.

– No queremos vivir separados. Creo que sabes lo que quiero decir, papá. Si el señor Dendy no deja de controlar nuestra vida, nuestro futuro, no queremos ningún futuro.

– ¡Oh!, Dios. -Doc se pasó la mano por la cara.

– Sí, papá -insistió el chico. Miraba a Sabra, quien asintió solemnemente-. No viviremos el uno sin el otro. Díselo al señor Dendy y al señor Calloway. Si no nos dejan marchar y seguir nuestro propio camino, nadie saldrá vivo de aquí.