– Para los que estamos aquí sí que lo estoy. No tenía otra elección que la de verme implicado. Pero no le debo absolutamente nada a nadie de ahí fuera, y menos aún diversión a costa de mi privacidad. ¿De acuerdo?
– Veré qué puedo hacer. -La grabadora secreta pesaba cada vez más en el bolsillo del pantalón-. No puedo hablar por boca del cámara.
Le lanzó una mirada que le suplicaba que no se burlase de su inteligencia.
– Por supuesto que puede. Usted es quien manda. Manténgame lejos de la cámara. -Subrayó sus palabras, para que no hubiera malos entendidos en cuanto a su significado.
Se levantó para ir a ver cómo seguía Sabra. Cuando se alejó de ella, Tiel se preguntó si sus cumplidos y aquella manera de tomarle la mano habrían sido calculados con la intención de romper sus defensas, el estilo de un hombre guapo de camelarla. ¿Habría mostrado a propósito su lado más suave en lugar de adoptar una postura beligerante? ¿La estrategia agridulce, por decirlo de algún modo?
Se preguntó también qué haría cuando se enterara de que la cinta que estaba a punto de grabarse no sería el único vídeo que tuviera disponible cuando preparase su reportaje. Lo había grabado ya en vídeo y él no lo sabía.
Pero ya se preocuparía por esto más adelante. En aquel momento sonaba el teléfono.
Calloway se puso rápidamente en pie en cuanto se abrió la puerta de la camioneta. Entró primero el sheriff Montez, a quien Calloway había llegado a respetar como un hombre de ley listo, con experiencia e intuitivo. Invitó a pasar a un hombre de piernas arqueadas, barrigudo y calvo que olía igual que el paquete de Camel que asomaba por el bolsillo de su camisa.
– Me llamo Gully.
– Agente especial Calloway. -Y mientras se daban la mano, añadió-: A lo mejor tendríamos que hablar fuera. Aquí empieza a estar muy lleno.
En el interior de la camioneta había ya tres agentes del FBI además de Calloway, el psicólogo del FBI, Russell Dendy, Cole Davison, el sheriff Montez y el recién llegado, que dijo:
– Entonces eche a alguien, porque yo me quedo hasta que Tiel esté sana y salva.
– Usted es el jefe de redacción de informativos, ¿es eso correcto?
– Va por el medio siglo. Y esta noche he dejado mi despacho en manos de un novato inexperto con cabello decolorado y tres aretes en la ceja, un sabelotodo recién salido de la universidad con una licenciatura en televisión. -Resopló con mofa ante la presunción de que el periodismo televisivo era algo que podía aprenderse en las aulas-. Rara vez abandono mi puesto, señor Calloway. Y nunca lo dejo en manos de incompetentes. Que lo haya hecho esta noche le da una pista de la alta estima en la que tengo a Tiel McCoy. Así que no, señor Calloway, mi culo estará permanentemente sentado en esta camioneta hasta que el asunto esté acabado. Usted es Dendy, ¿verdad? -Se volvió de pronto hacia el millonario de Fort Worth.
Dendy no se dignó ni a responder a un saludo tan brusco como aquél.
– Sólo quiero que sepa -le explicó Gully- que si algo le sucede a Tiel, le arrancaré sus malditas entrañas. Para mí, usted es la causa de todo esto. -Dejando a Dendy echando humo, Gully se dirigió de nuevo a Calloway-. Y bien, ¿qué pretende hacer Tiel? Cuando se empeña en algo, siempre lo consigue.
– He accedido a su solicitud de enviarles un cámara.
– Está fuera, equipado y dispuesto a pasar.
– Primero, necesito establecer unas cuantas reglas de juego para la grabación.
Gully entrecerró los ojos con desconfianza.
– ¿Como cuáles?
– Esta cinta debe servir también para nuestros propósitos.
Cole Davison dio un paso al frente.
– ¿Qué propósitos?
– Quiero tener una visión de todo el interior del establecimiento.
– ¿Para qué?
– Estamos en punto muerto, señor Davison. Hay rehenes retenidos a punta de pistola. Necesito saber qué sucede ahí para responder en consecuencia.
– Me ha prometido que mi hijo no sufriría ningún daño.
– Y así será. Igual que los demás. Siempre que pueda evitarlo.
– Tal vez el chico se asuste si piensa que está usted concentrándose en el estado de las cosas en lugar de en su mensaje -apuntó Gully.
– Quiero saber quién es quién allí dentro. -Calloway habló con autoridad, cerrando con eso cualquier discusión sobre el tema. No le importaba si había alguien a quien no le gustaba su idea; era una condición no negociable.
– ¿Es eso todo? -preguntó con impaciencia Gully.
– Eso es todo. Ahora voy a llamar a la señorita McCoy.
Gully empujó a Calloway hacia el teléfono.
– Vamos. Si estaba esperándome, ya han llegado los refuerzos.
En otras circunstancias, Calloway se habría reído ante la insolencia de aquel hombre. Pero cuando empezó a hablar con Ronnie, su voz era totalmente formal.
– Soy el agente Calloway. Déjame hablar con la señorita McCoy.
– ¿Nos va a permitir rodar el vídeo?
– De eso quiero hablar con ella. Que se ponga, por favor.
En un segundo, la reportera estaba al teléfono.
– Señorita McCoy, su cámara…
– Kip -apuntó Gully.
– Kip está esperando.
– Gracias, señor Calloway.
– No estamos filmando un documental. Voy a limitar la grabación a cinco minutos. El reloj empezará a contar tan pronto el cámara cruce la puerta de la tienda. Estas serán sus instrucciones.
– Creo que serán aceptables. Ronnie y Sabra pueden transmitir su mensaje en ese tiempo.
– Voy a decirle a Kip que…
– No, no -le interrumpió ella rápidamente-. La pequeña está bien. Ya me ocuparé de que Kip le tome unos primeros planos.
– ¿Insinúa que no grabe el interior de la tienda?
– Eso es. Es preciosa. Ahora está durmiendo.
– Yo… ya… -Calloway no estaba muy seguro de lo que Tiel intentaba comunicarle. Después de la debacle de Cain, no podía permitirse más errores.
– ¿Qué dice? -quiso saber Gully.
– No quiere que filmemos el interior del establecimiento. -Y luego-: Señorita McCoy, voy a conectar el altavoz. -Pulsó la tecla.
– Tiel, soy Gully. ¿Cómo estás, niña?
– ¡Gully! ¿Estás aquí?
– ¿Puedes creerlo? Yo, que nunca me alejo más de quince kilómetros de la emisora, perdido en este país de liebres. Me he trasladado en helicóptero. El armatoste más condenadamente ruidoso en el que he tenido la desgracia de volar en mi vida. No me dejaron fumar durante el vuelo. Un día de lo más jodido. ¿Y tú cómo estás?
– Estoy bien.
– En cuanto salgas de aquí, te invito a unas margaritas.
– Te tomo la palabra.
– Calloway está confuso. ¿No quieres que Kip filme el interior de la tienda?
– Eso es.
– ¿Porque espantaría a la gente?
– Posiblemente.
– Está bien. ¿Y qué tal una toma general?
– Eso es muy importante, sí.
– Entendido. Una toma general, pero que nadie se dé cuenta de ello. Simulando que son primeros planos. ¿Es eso lo que quieres decir?
– Siempre puedo contar contigo, Gully. Estaremos esperando a Kip. -Colgó.
– Ya la ha oído -dijo Gully, dirigiéndose a la puerta de la camioneta para dar órdenes al fotógrafo que aguardaba en el exterior-. Tendrá su toma del interior, señor Calloway, pero por la razón que sea, Tiel no quiere que los demás sepan que se los está filmando.
Capítulo 11
Tiel se miró en el espejito que llevaba en el bolso, pero lo cerró sin retocarse.
Pensó que cuanto más desarreglada estuviera, mayor impacto tendría el vídeo. La única concesión que haría sería la de cambiar la blusa manchada por la camiseta. Si los telespectadores la veían como siempre -bien peinada, bien vestida y maquillada-, el vídeo perdería parte de su vigor.
Quería que fuese un gran golpe. No sólo para los telespectadores en sus casas, sino también para los poderes fácticos del canal de televisión. Se le había presentado aquella oportunidad y quería capitalizarla. Pese a que ya tenía un trabajo maravilloso y era muy respetada por su instinto periodístico y sus conocimientos, su carrera daría un giro drástico si conseguía el codiciado puesto de presentadora de Nine Live.