El magacín diario de noticias llevaba meses en fase de planificación. Al principio se creía que era sólo un rumor, el sueño imposible de la directiva de la emisora, algo en su lista de deseos para un futuro inconcreto.
Pero por fin parecía que acabaría haciéndose realidad. El programa de media hora saldría al aire entre Jeopardy! y la primera edición de las noticias de la noche. Los directores artísticos empezaban a presentar diseños a revisión. Se habían celebrado reuniones para discutir el concepto del programa, su profundidad y su enfoque. El departamento de promociones estaba trabajando en un logotipo exclusivo y fácilmente identificable. Se había cerrado el presupuesto para llevar a cabo una campaña publicitaria a gran escala. Nine Live sería pronto una realidad.
Tiel quería que fuese su realidad, su futuro.
Aquel reportaje beneficiaba sus oportunidades de conseguir el puesto. Aquella situación se convertiría al día siguiente en una gran noticia y seguramente continuaría siéndolo durante unos días. Los reportajes de seguimiento sobre los implicados aparecerían indefinidamente y las posibilidades serían interminables: cómo iba Katherine; el juicio y la sentencia de Ronnie; el punto muerto entre Davison y Dendy: una retrospectiva un año después.
Podría entrevistar al agente especial Calloway, a los Dendy, al padre de Ronnie y al sheriff Montez. Y al esquivo doctor Bradley Stanwick.
Por supuesto, quedaba por ver si Doc accedería a una entrevista, pero todo era posible y Tiel era optimista por naturaleza.
Durante los días y las semanas siguientes, sería el foco de atención de los medios de comunicación. Sin duda alguna, recibiría también mucha cobertura en las revistas y los periódicos. La emisora de televisión se beneficiaría de su exposición a nivel nacional. Los índices de audiencia subirían como la espuma. Sería la niña mimada de la sala de prensa y su popularidad se extendería hasta los despachos alfombrados de las plantas superiores.
Te corroerá la envidia, Linda Harper.
Ronnie interrumpió sus ensoñaciones.
– ¿Señorita McCoy? ¿Es él?
El responsable de filmar el vídeo se materializó entre las sombras que había más allá de los surtidores de gasolina. El peso de la cámara le forzaba el brazo derecho, pero era también como una extensión del mismo. Rara vez se le veía sin ella.
– Sí, es Kip.
Ensayó mentalmente lo que iba a decir como introducción. «Les habla Tiel McCoy desde el interior de un supermercado en Rojo Flats, Texas, donde desde hace varias horas se está desarrollando un drama en el que están implicados dos adolescentes de Fort Worth. Tal y como se ha informado ya, a primera hora de hoy, Ronnie Davison y Sabra Dendy…»
¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Un remordimiento de conciencia? Lo ignoró. Era su trabajo. Se dedicaba a aquello. Igual que el doctor Stanwick había aplicado sus habilidades al parto de urgencias, ella iba a aplicar ahora a la situación sus habilidades particulares. ¿Qué había de malo en ello? No era explotación.
¡No lo era!
Si Sam Donaldson se encontrara en el interior de un avión secuestrado y tuviese la oportunidad de brindar un reportaje a su canal, ¿rechazaría la oferta sólo porque las vidas de otras personas corrían peligro? Por supuesto que no. ¿Le diría al jefazo de su canal que no quería realizar el reportaje porque suponía el riesgo de invadir la intimidad de los demás rehenes? No me hagas reír.
Era la gente quien hacía las noticias. Los reportajes más atractivos eran sobre personas cuya vida estaba en peligro. Cuanto más inmediato fuera el peligro, más apasionante era el reportaje. Ella no había creado aquella situación para mejorar su carrera. Simplemente informaba sobre ella. Era evidente que su carrera saldría beneficiada, pero aun así, se limitaba simplemente a hacer su trabajo.
«A primera hora de hoy, Ronnie Davison y Sabra Dendy huyeron de su instituto desafiando la autoridad paterna… y acabaron desafiando la ley. Estos dos jóvenes están metidos ahora en un callejón sin salida con el FBI y otros cuerpos de seguridad. Soy uno de sus rehenes.»
Kip estaba en la puerta.
– ¿Cómo sé que no lleva un arma? -preguntó nervioso Ronnie.
– Es un genio de la videocámara, pero dudo que sepa por qué extremo de una pistola se dispara. -Era cierto. Kip parecía tan amenazador como un bombón. A través de un visor, era capaz de captar la iluminación y los ángulos que le proporcionarían las imágenes más bellas. Pero era tremendamente miope en lo que a mirarse en el espejo se refería. O así parecía. Siempre iba vestido de cualquier manera y despeinado.
Ronnie le indicó a Donna que activara la cerradura electrónica. Kip empujó la puerta. La puerta volvió a cerrarse a sus espaldas.
El chico dio un salto de nerviosismo al oír el sonido metálico.
– Hola, Kip.
– Tiel. ¿Estás bien? No puedes imaginarte lo tenso que está Gully.
– Ya ves que estoy bien. No perdamos tiempo. Te presento a Ronnie Davison.
Era evidente que Kip esperaba encontrarse con un tipo duro, no con el pulcro y típico chico americano que Ronnie personificaba.
– Hola.
– Hola.
– ¿Dónde está la chica? -preguntó Kip.
– Está allí acostada.
Miró en dirección a Sabra y levantó la barbilla a modo de saludo.
– Hola.
Katherine dormía en brazos de su madre. Tiel vio que Doc seguía sentado en el suelo con la espalda apoyada en el congelador, desde donde podía controlar fácilmente a Sabra y a la vez permanecer oculto gracias a un expositor giratorio de aperitivos.
– Mejor que empecemos -dijo Kip-. Ese Calloway no ha dejado de remarcar que esto no podía llevar más de cinco minutos.
– Tengo algunos comentarios que hacer a modo de introducción y luego filmas la declaración de Ronnie. Reservaremos a Sabra y el bebé para el final.
Kip entregó a Tiel el micrófono sin cables, se subió la cámara al hombro y se ajustó el visor al ojo. Se encendió entonces la luz instalada en la parte superior de la cámara. Tiel se colocó en el lugar que había pensado, desde donde, a sus espaldas, podía verse la práctica totalidad del establecimiento.
– ¿Está bien así?
– Por mí, bien. Volumen ok. Estoy grabando.
– Les habla Tiel McCoy. -Realizó los breves comentarios de apertura que había ensayado. Su enunciado de los hechos fue apasionado pero no sensiblero, con la mezcla justa de empatia y despego profesional. Se resistió a la tentación de embellecerlos, creyendo que los comentarios de Ronnie y Sabra serían más conmovedores que cualquier cosa que ella pudiera decir.
Cuando terminó, le indicó a Ronnie que avanzara. Parecía reacio a ponerse bajo la luz del foco.
– ¿Cómo sé que no van a dispararme?
– ¿Mientras estás frente a la cámara y sin suponer una amenaza inminente? El FBI tiene ya suficientes problemas de relaciones públicas sin las protestas que eso acarrearía.
Comprendió la lógica de la argumentación de Tiel. Se colocó en el lugar indicado y tosió para aclararse la garganta.
– Dígame cuándo estoy en pantalla.
– Ya lo estás -dijo Kip-. Adelante.
– No he secuestrado a Sabra Dendy -espetó-. Huimos juntos. Tan simple como eso. He hecho mal atracando este establecimiento. Lo admito. -Continuó explicando que el motivo de su huida había sido la amenaza del señor Dendy de separarlos para siempre, a ellos y a su bebé-. Sabra y yo queremos casarnos y vivir con Katherine como una familia. Eso es todo. Señor Dendy, si no nos permite vivir nuestra propia vida, acabaremos con ella aquí mismo. Esta noche.
– Dos minutos -musitó Kip, recordándole el límite de tiempo.