Выбрать главу

– Muy bien, Ronnie. -Tiel le cogió el micrófono y le indicó a Kip que la siguiese hasta donde estaba acostada Sabra. Rápidamente se colocó para obtener el mejor ángulo de cámara posible.

– Asegúrese de sacar también al bebé -le dijo Sabra.

– Sí, señora. Estoy rodando.

Ronnie había adoptado el enfoque típicamente masculino: agresivo, beligerante, desafiante. La declaración de Sabra fue quizá más elocuente, pero igual y escalofriantemente resolutiva. Los ojos se le inundaron de lágrimas, pero no vaciló al concluir con:

– Es imposible que comprendas cómo nos sentimos, papá, porque tú no sabes lo que es querer a nadie. Dices que sólo quieres lo mejor para mí, pero eso no es cierto. Lo que quieres es lo mejor para ti. Estás dispuesto a sacrificarme, estás dispuesto a entregar a tu nieta en adopción, simplemente para salirte con la tuya. Es muy triste. No te odio. Me das pena.

Acabó en cuanto Kip dijo:

– Se ha acabado el tiempo. -Apagó la cámara y la bajó del hombro-. No quiero superar el límite de tiempo y ser la causa de que todo se vaya al traste.

Mientras él y Tiel se encaminaban hacia la puerta, dijo:

– Un tipo llamado Joe Marcus ha llamado varias veces a la sala de redacción.

– ¿Quién?

– Joe Mar…

– ¡Oh!,Joseph.

– Se puso tan pesado que al final me lo pasaron aquí.

– ¿Cómo se ha enterado de esto?

– Igual que todo el mundo, supongo -respondió Kip-. Lo habrá oído en las noticias. Quería saber si estabas bien. Dijo que estaba tremendamente preocupado por ti.

En las horas que habían transcurrido desde la conversación telefónica que había mantenido con él, prácticamente se había olvidado de la mentirosa rata infiel con quien tenía planeado disfrutar de una escapada romántica. Le parecía que había pasado mucho tiempo desde que Joseph Marcus la había conquistado. Apenas recordaba su aspecto.

– Si vuelve a llamar, le cuelgas el teléfono.

El imperturbable fotógrafo se encogió de hombros lacónicamente.

– Lo que tú quieras.

– Y Kip, asegúrate de decirle a Calloway y compañía que el agente Cain y todos nosotros estamos bien.

– Eso lo dirá por usted -dijo Cain-. Dile a Calloway que he dicho…

– ¡Cállese! -le gritó Ronnie-. O dejaré que el mexicano vuelva a taparle la boca.

– Vete al infierno.

Kip parecía reacio a abandonar a Tiel en un entorno tan hostil como aquél, pero los focos delanteros de un coche le hicieron ráfagas un par de veces.

– Es mi señal -explicó-. Tengo que irme. Cuídate, Tiel.

Cruzó la puerta y Ronnie indicó a Donna que volviera a cerrarla.

Cain se echó a reír.

– Eres un tonto, Davison. ¿Crees que ese vídeo es coser y cantar? Lo único que ha visto Calloway con esto ha sido una manera de prolongarlo un poco más, de reunir más hombres aquí.

Los ojos de Ronnie pasaron del agente del FBI a Tiel, quien negó con la cabeza.

– No lo creo, Ronnie. Ya has hablado con Calloway. Parece sinceramente preocupado por todo el mundo. No creo que fuera a engañarte.

– Entonces usted no es más lista que él. -Cain rió con disimulo-. Calloway tiene un psicólogo ahí fuera que le apoya en la gestión de los sucesos. Saben cómo suavizar las cosas. Saben qué teclas deben pulsar. Calloway lleva veinte años en la agencia. Esta situación es como migajas para él. Podría manejarla incluso dormido.

– ¿Por qué no se calla? -dijo Ronnie, rabioso.

– ¿Por qué no te vas a la mierda?

Vern, que se había despertado para aparecer en televisión, dijo:

– Oiga, controle su lenguaje en presencia de mi esposa.

– No importa, Vern -dijo Gladys-. Es un cabrón.

– Tengo que ir al lavabo -gimoteó Donna.

– ¡Que todo el mundo pare quieto y se calle! -gritó Ronnie.

Estaba demacrado. Había conseguido mantener la compostura delante de la cámara, pero sus nervios volvían a quebrarse. El cansancio, el nerviosismo y la pistola cargada creaban una combinación mortal.

Tiel habría estrangulado a Cain por incitarlo. Desde su punto de vista, el FBI estaría mejor sin el agente Cain.

– Ronnie, ¿qué tal si nos permites ir al baño? -sugirió. Son muchas horas para todos. Podría ayudar a relajarnos un poco mientras esperamos noticias de Calloway. ¿Qué dices?

Se lo pensó.

– Las señoras. De una en una. Los hombres no. Si tienen que ir, pueden hacerlo aquí.

Donna fue la primera en ir. Luego Gladys. Tiel fue la última. Una vez en el baño, rebobinó la cinta de la grabadora que llevaba en el bolsillo y le hizo un chequeo rápido. Se oía la voz de Sabra, apagada pero lo bastante clara, diciendo sobre su padre: «Así es mi padre. Odia que le lleven la contraria». La pasó hacia delante, volvió a pararla, pulsó la tecla «Play» y escuchó la potente voz de barítono de Doc: «… con todo el mundo. Con todo. Con el maldito cáncer. Con mi incompetencia».

¡Sí! Tenía miedo de que la cinta se hubiese terminado antes de aquella conversación confidencial. Sería un invitado fantástico para Nine Live. Si es que podía convencerle de que lo fuera. Tendría que conseguirlo, eso era todo. Empezaría el programa con imágenes de archivo sobre sus dificultades después de la muerte de su esposa, luego pediría una opinión actualizada sobre aquellos infelices acontecimientos que le habían cambiado la vida. Podían seguir con una discusión sobre los sueños destrozados. Podría unirse a ellos un psicólogo, también un sacerdote, para profundizar en el tema: ¿Qué le sucede al alma cuando el mundo se derrumba a tu alrededor?

Excitada ante aquella perspectiva, guardó la grabadora en el bolsillo, fue al baño y se lavó la cara y las manos.

Cuando salió, Vern se dirigía hacia el baño de caballeros para vaciar el cubo que habían utilizado los hombres. Cuando Vern pasó junto a Cain, le preguntó a Ronnie:

– ¿Y él?

– No. A menos que usted se preste voluntario para bajarle la cremallera y hacer los honores.

Vern rió y continuó su camino.

– Parece que tendrá que hacérselo encima, agente.

Los mexicanos, captando el tono del intercambio, rieron ante el ridículo.

Tiel se reunió de nuevo con Doc, que tenía los ojos clavados en los dos hombres sentados junto a la nevera con la puerta de cristal hecha añicos. Tiel siguió la dirección de su pensativa mirada.

– Me pregunto sobre eso -murmuró él.

– ¿El qué?

– Esos dos.

– ¿Juan y Dos?

– ¿Qué?

– Al más bajo lo he bautizado como Juan. Al más alto…

– Dos. Entendido.

Se volvió para seguir controlando a Sabra. Tiel lo miró perpleja al sentarse a su lado.

– ¿Qué le preocupa de ellos?

Doc se encogió de hombros.

– Hay algo que no cuadra.

– ¿Cómo qué?

– No lo sé exactamente. Los he visto en cuanto entraron en la tienda. Actuaban de forma extraña incluso entonces.

– ¿En qué sentido?

– Estaban calentando alguna cosa en el microondas, pero tuve la impresión de que en realidad no estaban aquí para picar algo. Era como si estuviesen matando el tiempo. Esperando algo. O a alguien.

– Mmmm.

– No sé…, he tenido malas vibraciones. -Se rió de sí mismo-. Me han puesto receloso, pero ni en un millón de años habría mirado dos veces a Ronnie Davison. Esto viene a demostrar lo equivocadas que pueden ser las primeras impresiones.

– ¡Oh!, no estoy tan segura al respecto. Me fijé en ti cuando entraste en la tienda.

Levantó una ceja, inquisitivo.

La franqueza de su mirada resultaba tan excitante como turbadora. Sintió un cosquilleo en el estómago.

– Tiene una silueta imponente, Doc, sobre todo con el sombrero.

– ¡Oh! Sí. Siempre he sido muy alto para mi edad.

El comentario tenía la intención de ser chistoso, y funcionó al menos para que Tiel recuperara su respiración.

Entonces dijo éclass="underline"

– Gracias por acceder a mi solicitud de no aparecer en la grabación.