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Paša tomaba apuntes en su libreta con una estilográfica que tenía dentro la figura de una mujer. La mujer se quedaba desnuda cuando le dabas la vuelta a la pluma y su ropa reaparecía si le dabas otra vuelta. Paša pensaba que era un invento alemán tan estupendo que les envió plumas iguales a sus amigos en Moscú. Pero, más tarde, una de las chicas consiguió robársela y se la intentó clavar en un ojo, con lo que acabó rompiéndose. Después, la chica, que tal vez fuese ucraniana, desapareció, y multaron a todas las demás porque habían roto la pluma de Paša.

Paša no volvió a disfrutar de otro juguete favorito hasta que un cliente finlandés le regaló un bolígrafo de la Lotto, la Lotería de Finlandia. El hombre hablaba cuatro palabras de estonio, y Kadri, que era de Estonia, tuvo que traducirle a Paša lo que el cliente intentaba explicar acerca de lo que la lotería significaba en su país.

– La cosa es más o menos así: para nosotros, la lotería es como el futuro. La esperanza y el futuro. Todos los hombres son iguales en la lotería. Todos son iguales y eso es algo finlandés y maravilloso. ¡Es la muestra más representativa de la democracia finlandesa!

El hombre rió y le dio a Paša un empujoncito en el hombro y éste rió también y le ordenó a Kadri que le dijese al sommi que aquél sería su boli favorito.

– Pregúntale cuánto se puede ganar.

– Kui palju siin vöib vöita?

– ¡Un millón de marcos! ¡O muchos millones! Puedes llegar a ser millonario.

Zara estuvo a punto de decir que también en Rusia se jugaba a la lotería, que había muchísimos sorteos, pero comprendió que para Paša no era lo mismo. Aunque pudiese jugar en los casinos y ganar mucho dinero con las chicas, mucho más que con una insignificante lotería común, todo aquello suponía trabajo y él se quejaba todo el rato de lo mucho que tenía que trabajar. En Finlandia cualquiera podía hacerse millonario sin trabajar, sin una herencia, sin nada. En las loterías rusas no se podían ganar millones de marcos y tampoco hacerse uno millonario. Sin amistades ni dinero, ni siquiera podías entrar en un casino. ¡Y a ver quién se atrevía a entrar sin tener eso! En Finlandia bastaba con estar sentado cómodamente en el sofá de tu casa, viendo la televisión los sábados por la tarde, y esperar a que en la pantalla apareciesen los números correctos y a que los millones cayeran del cielo.

– ¡Piénsalo!, ¡allí, incluso alguien con una pinta como la tuya puede ganar millones! -le explicó Paša a Zara, y rió.

La idea era tan graciosa que ella también se echó a reír. Los dos se partieron de risa.

1991, Berlín

Zara mira por la ventanilla y siente la llamada de la carretera

El cliente llevaba un anillo lleno de púas alrededor de la polla y algo más, aunque Zara no recordaba qué. Tan sólo se acordaba de que primero les habían atado un consolador a cada una y luego ella tuvo que follar con Katia y Katia follar con ella. Después Katia tuvo que mantener a Zara bien abierta para que el hombre le metiese el puño. Luego, Zara ya no podía recordar nada.

Por la mañana era incapaz de sentarse y de andar, sólo podía quedarse acostada fumando cigarrillos Prince. No se veía a Katia por ninguna parte, pero no podía preguntar por ella, ya que Paša seguro que se enfadaba. Tras la puerta se oía a Lavrenti diciéndole a Paša que ese día Zara sólo podría hacer mamadas. Él no estaba de acuerdo. Cuando abrieron la puerta y Paša entró en la habitación, le ordenó que se quitase la falda y se abriese de piernas.

– ¿Te parece que ese coño está en condiciones?

– Vaya negocio de mierda. Manda venir a Nina y dile que le dé unos puntos.

Nina llegó, le dio los puntos, unas pastillas y se marchó llevándose consigo su sonrisa pintarrajeada con lápiz de labios rosa pastel. Lavrenti y Paša estaban sentados al otro lado de la puerta, en su sitio de siempre. Lavrenti hablaba de las rosas que le había mandado a su mujer, Verotska. Pronto sería su vigésimo aniversario de bodas y se irían de viaje a Helsinki.

– Después dile a Verotska que se venga también a Tallin. Nosotros de todas maneras estaremos allí -dijo Paša.

¿Tallin? Zara pegó bien la oreja a la ranura de la puerta. ¿Paša estaba diciendo que iban a ir a Tallin? ¿Cuándo? ¿Sería un engaño de su mente? ¿Lo habría entendido mal? No, una cosa así no podía entenderse mal. Los hombres comentaban que pronto estarían en Tallin, lo que tenía que ser inminente, ya que se referían al aniversario de Lavrenti y al regalo de Verotska, para lo que no faltaba mucho.

El letrero luminoso del edificio de enfrente tenía forma de trébol de cuatro hojas, la punta de su cigarrillo brilló como una linterna; todo estaba muy claro. Zara palpó la fotografía de su bolsillo secreto dentro del sujetador.

La siguiente vez que Lavrenti estuvo sentado solo junto a la puerta, Zara aprovechó para llamarlo. Él abrió y la miró desde el umbral, con las piernas separadas, el cuchillo en una mano y una madera a medio tallar en la otra.

– ¿Qué pasa?

– Lavruusa… -Zara utilizó su diminutivo cariñoso para mostrarse amable-. Lavruusa, querido, ¿tenéis planes de ir a Tallin?

– ¿Y a ti qué te importa?

– Hablo estonio bastante bien.

Lavrenti no dijo nada.

– El estonio se parece un poco al finés, y allí hay muchos clientes finlandeses. Y puesto que ambas lenguas son bastante semejantes, podría trabajarme a los clientes estonios como a los rusos y alemanes, igual que aquí, y además también a los finlandeses.

Lavrenti siguió callado.

– Lavruusa, las chicas me contaron que allí van muchísimos finlandeses. Y aquí estuvo un finlandés y dijo que en Tallin las chicas son mejores y que él mismo prefiere ir allí. Hablé estonio con él y me entendió bien.

En realidad, el tío había hablado en una mezcla de finés, alemán e inglés, pero Lavrenti no podía saberlo. El finlandés, muy orgulloso de pie al lado de la ventana, con los calcetines puestos pero sin pantalón, le había dicho: «Girls in Tallinna are very hot. Natasha, girls in Tallinna. Girls in Russia are also very hot. But girls in Tallinna, Natashas in Tallinna. You should be in Tallinna. You are hot, too. Finnish men like hot Natashas in Tallinna. Come to Tallinna, Natasha.»

Lavrenti se fue sin decir nada.

Al cabo de unos días, la puerta se abrió de golpe y Paša le propinó una patada en el costado.

– Venga. Nos vamos.

Zara se hizo un ovillo en una esquina de la cama. Paša la agarró de una pierna y la tiró al suelo.

– Vístete.

Ella se levantó y empezó a vestirse rápido, tenía que apresurarse ahora que se lo habían ordenado. Paša salió de la habitación y gritó, una de las chicas chillaba, Zara no reconoció la voz. Por el ruido parecía que Paša estuviese pegándole. La chica chilló más fuerte todavía, Paša volvió a golpearla y la chica calló. Zara se puso otra camiseta más, comprobó que la fotografía estuviese dentro del sujetador, metió un pañuelo y una falda en el bolsillo de la chaqueta y se llenó el bolsillo interior de tabaco, popper y analgésicos, ya que no siempre se los daban aunque los necesitase. En otro bolsillo metió maquillaje y en otro más azucarillos, porque no siempre se acordaban de darle de comer. Y también la insignia de pionero. Se la había llevado de Vladivostok porque se sentía orgullosa de haberla recibido, y seguía llevándola encima aunque los clientes cambiaban y las noches pasaban. Era su talismán contra todo mal. Una vez, Paša se la había arrebatado, se había reído y se la había devuelto tirándosela con desdén.