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– ¿Estás loca? -dijo el señor Wolesky-. Estoy viendo La tribu de los Brady. Me has llamado en mitad de La tribu de los Brady.

Y colgó.

Seguía oyendo los ruidos detrás de la puerta, así que saqué la pistola del bote de las galletas, encontré una bala en el fondo del bolso y abrí la puerta. Del picaporte colgaba una bolsa de lona verde oscura. La bolsa estaba cerrada en la parte superior con un lazo corredizo y algo se movía dentro de ella. Lo primero que pensé fue que se trataba de un garito abandonado. Descolgué la bolsa del picaporte, solté el cordón y miré en su interior.

Serpientes. La bolsa estaba llena de serpientes grandes y negras.

Solté un chillido, dejé caer la bolsa al suelo y las serpientes salieron reptando. Entré en el apartamento de un brinco y cerré la puerta. Pegué el ojo a la mirilla. Las serpientes se dispersaban. Mierda. Abrí la puerta y le disparé a una. Ya me había quedado sin balas. Mierda otra vez.

El señor Wolesky abrió la puerta.

– ¿Qué demo…? -dijo, y cerró la puerta de golpe.

Corrí a la cocina en busca de más balas y una serpiente entró detrás de mí. Con otro chillido me encaramé a la encimera de la cocina.

Cuando llegó la policía, todavía seguía subida allí. Eran Cari Costanza y su compañero, Big Dog. Yo había ido al colegio con Cari y éramos amigos de una manera peculiar y algo distante.

– Hemos recibido una llamada muy extraña de un vecino hablando de serpientes -dijo Cari-. Puesto que hay una reducida a papilla de un tiro en tu puerta y tú estás subida en la encimera, me imagino que no se trata de una broma.

– Me quedé sin balas.

– A ojo de buen cubero, ¿cuántas serpientes calculas que había?

– Estoy completamente segura de que había cuatro en la bolsa. Yo me he cargado una. He visto a otra corriendo por el pasillo. Otra se ha metido en mi dormitorio. Y la otra estará Dios sabe dónde.

Cari y Big Dog me sonreían.

– ¿La gran cazarrecompensas tiene miedo a las serpientes?

– Encontradlas, ¿vale? - jodeeeeer.

Cari se ajustó la cartuchera y salió contoneándose, con Big Dog siguiéndole a un paso de distancia.

– Eh, serpientita, serpientita, serpientita -canturreó Cari.

– Creo que deberíamos mirar en el cajón de las braguitas -dijo Big Dog-. Si yo fuera serpiente me escondería allí.

– ¡Pervertido! -grité.

– Aquí no se ve ninguna serpiente -dijo Cari.

– Se meten debajo de las cosas y se esconden en los rincones -dije-. ¿Habéis mirado debajo del sofá? ¿Habéis mirado dentro del armario? ¿Y debajo de la cama?

– Yo no voy a mirar debajo de tu cama -dijo Cari-. Me da miedo encontrarme un maníaco asesino escondido.

Esta observación obtuvo una risotada de Big Dog. A mí no me pareció divertido, dado que es uno de mis temores habituales.

– Oye, Steph -gritó Cari desde el dormitorio-, hemos buscado por todas partes, pero no vemos ninguna serpiente. ¿Estás segura de que ha entrado una aquí?

– ¡Sí!

– ¿Y el armario? -dijo Big Dog-. ¿Ya has mirado dentro del armario?

– Está cerrado. Ahí no podría entrar una serpiente.

Oí cómo uno de ellos abría la puerta del armario y ambos empezaron a gritar.

– ¡Cristo bendito!

– ¡Hostia puta!

– Dispárale. ¡Dispárale!-gritaba Cari-. ¡Mata a esa hija de puta!

Se oyeron varios tiros y más gritos.

– No le hemos dado. Está saliendo -dijo Cari-. Joder, hay dos.

Oí que cerraban de un portazo mi dormitorio.

– Quédate aquí y vigila la puerta -dijo Cari a Big Dog-. Encárgate de que no salgan.

Cari entró en la cocina como una tromba y se puso a rebuscar en los armarios. Encontró una botella de ginebra medio vacía y bebió dos dedos a morro.

– Jesús -dijo, tapando la botella y volviendo a ponerla en la balda del armario.

– Creía que no se podía beber estando de servicio.

– Sí, salvo si encuentras serpientes en un armario. Voy a llamar a Control de Animales.

Yo seguía subida en la encimera cuando llegaron los dos chavales de Control de Animales. Cari y Big Dog estaban en el salón con las pistolas en la mano y los ojos clavados en la puerta de mi dormitorio.

– Están en el dormitorio -dijo Cari a los chicos de Control de Animales-. Y son dos.

Joe Morelli apareció un par de minutos más tarde. Morelli lleva el pelo corto, pero siempre necesita ir a la peluquería. Aquel día no era una excepción. El pelo oscuro le caía en rizos sobre las orejas y el cuello de la camisa, y le tapaba la frente. Sus ojos tenían el color del chocolate derretido. Llevaba pantalones vaqueros y zapatillas de deporte y un forro polar gris verdoso. Bajo la camisa, su cuerpo era duro y perfecto. Afortunadamente, en aquel momento, bajo los pantalones era sólo perfecto. Yo ya había visto aquella parte dura y era realmente fantástica. Debajo del forro polar también llevaba su placa y su pistola.

Morelli sonrió al verme subida en la encimera.

– ¿Qué pasa aquí?

– Alguien ha dejado una bolsa con serpientes en el picaporte de mi puerta.

– ¿Y tú las has soltado?

– Me pillaron por sorpresa.

Miró a la que yo me había cargado, que seguía en el suelo del pasillo.

– ¿Ésta es la que has matado tú?

– Me quedé sin balas.

– ¿Cuántas balas tenías?

– Una.

Su sonrisa se ensanchó.

Los chicos de Control de Animales salieron del dormitorio con las serpientes en un saco.

– Culebras -dijeron-. Inofensivas.

Uno de ellos le dio con el pie a la del pasillo.

– ¿Quiere que nos llevemos también ésta?

– ¡Sí! -dije-. Y hay otra por ahí perdida.

Se oyó un grito al fondo del pasillo.

– Bueno, ahora ya sabemos dónde buscar la serpiente número cuatro.

Los chicos de Control de Animales se fueron con las serpientes y Cari y Big Dog pasaron del salón al recibidor.

– Creo que ya hemos terminado aquí -dijo Cari-. Sería conveniente que revisaras el armario. Me parece que Big Dog ha matado un par de zapatos.

Joe cerró la puerta cuando salieron.

– Ya puedes bajarte de la encimera.

– Ha sido aterrador.

– Bizcochito, tu vida entera es aterradora.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Tu trabajo es una mierda.

– No más que el tuyo.

– A mí no me dejan serpientes en el picaporte.

– Los de Control han dicho que eran inofensivas.

Levantó las manos por el aire.

– Eres un caso perdido.

– Pero bueno, y ¿tú que haces aquí? No sé nada de ti desde hace semanas.

– He oído la llamada por la radio y he sentido una incontrolable necesidad de saber cómo te encontrabas. No has sabido nada de mí porque rompimos, ¿recuerdas?

– Sí, pero hay muchas maneras de romper.

– ¿Ah, sí? ¿Y ésta, de qué manera es? Primero decides que no quieres casarte conmigo…

– Eso fue de mutuo acuerdo.

– Luego sales con Ranger…

– Asuntos de trabajo.

Tenía las manos en las caderas.

– Volvamos a las serpientes, ¿vale? ¿Tienes alguna idea de quién ha podido dejarlas?

– Creo que podría hacer una lista.

– Jesús -dijo-, tienes una lista. No una o dos personas. Toda una lista. Tienes una lista entera de personas que podrían dejarte serpientes en la puerta.

– Los últimos dos días han sido muy intensos.

– ¿Es pizza eso del pelo?

– Me tropecé accidentalmente con el almuerzo de Andy Bender. Él es uno de los de la lista. Un tío llamado Martin Paulson tampoco está muy contento conmigo. Y luego está mi ex marido. Y tuve un desafortunado enfrentamiento con Eddie Abruzzi.

Aquello llamó la atención de Morelli.

– ¿Eddie Abruzzi?