– ¿Y ahora, qué? -dijo-. ¿Qué hacemos ahora?
Necesitaba pensármelo. Normalmente, el problema solía ser encontrar al fugitivo. Y encontrar a Bender no me había costado nada. Lo que me costaba era conservarlo.
Abrí el frigorífico y miré el interior. Mi lema siempre ha sido: «Cuando todo lo demás falla, come algo».
– Vamos a preparar la cena -propuse.
– Madre mía, una auténtica comida casera. Eso sí que es una maravilla. No he comido desde hace horas. Bueno, me he comido una chocolatina justo antes de que llegaras, pero eso no cuenta, ¿verdad? Quiero decir que no es comida de verdad. Y todavía tengo hambre. No es una comida como debe ser, ¿verdad?
– Verdad.
– ¿Qué vamos a hacer? ¿Pasta? ¿Tienes pescado? Podríamos comer un poco de pescado. O un buen filete. Yo todavía sigo comiendo carne. Mucha gente ya no come carne, pero yo sí. Yo como de todo.
– ¿Comes mantequilla de cacahuete?
– Por supuesto. Me encanta la mantequilla de cacahuete. La mantequilla de cacahuete es un alimento básico, ¿verdad?
– Verdad.
Yo como cantidad de mantequilla de cacahuete. No hay que cocinar. Sólo se mancha un cuchillo en la preparación. Y puedes confiar en ella. Siempre es igual. Lo contrario que elegir un pescado que, según mi experiencia, puede resultar algo arriesgado.
Preparé para los dos unos sandwiches de mantequilla de cacahuete y de mantequilla con pepinillos. Y como tenía visita, les añadí una capa de patatas fritas.
– Son muy creativos -dijo Kloughn-. Así se logran muchas texturas. Y no te manchas los dedos de aceite de coger las patatas por separado. Tengo que recordarlo. Siempre estoy abierto a nuevas recetas.
Bueno, pues ya estaba dispuesta a hacer otro intento de atrapar a Bender. Me iba a meter en su casa una vez más. Tan pronto como localizara otro par de esposas.
Marqué el número de Lula.
– Bueno -le dije cuando contestó-, ¿cómo se presenta la noche?
– Estoy intentando decidir qué me pongo, ya que es sábado por la noche. Y no soy una de esas perdedoras que no tienen citas. Ya debería haber salido, pero no acabo de decidirme entre dos vestidos.
– ¿Tienes esposas?
– Claro que tengo esposas. Una nunca sabe cuándo las va a necesitar.
– ¿Me las podrías dejar? Sólo un par de horas. Tengo que entregar a Bender.
– ¿Vas a capturar a Bender esta noche? ¿Necesitas ayuda? Puedo anular la cita. Así no tendría que elegir el vestido. De todas maneras tienes que venir hasta aquí para recoger las esposas, así que me podrías llevar contigo.
– No tienes ninguna cita, ¿verdad?
– La tendría si quisiera.
– Paso a buscarte dentro de media hora.
Lula estaba sentada delante y Kloughn en el asiento de atrás. Habíamos aparcado enfrente del apartamento de Bender e intentábamos dilucidar la mejor manera de atacar.
– Tú vigila la puerta de atrás -dije a Lula-. Y Albert y yo entraremos por la principal.
– No me gusta ese plan -dijo Lula-. Yo quiero entrar por delante. Y quiero ser yo quien le ponga las esposas.
– Yo creo que las esposas debería llevarlas Stephanie -dijo Kloughn-. Ella es la cazarrecompensas.
– Ya -dijo Luía-. Y yo qué soy, ¿hígado picado? Además, son mis esposas. Debería ser yo quien las lleve. O las llevo yo o no hay esposas.
– ¡Vale! -dije-. Tú entras por la puerta principal y tú llevas las esposas. Pero asegúrate de que se las pones a Bender.
– ¿Y yo qué? -quiso saber Kloughn-. ¿Yo dónde voy? ¿Me encargo de la puerta de atrás? ¿Y qué hago? ¿Reviento la puerta?
– ¡No! Nada de reventar la puerta. Te quedas allí y esperas. Tu cometido es encargarte de que Bender no se escape por detrás. O sea, que si se abre la puerta de atrás y ves salir a Bender, tienes que detenerle.
– Puedes confiar en mí. No se me escapará. Ya sé que parezco bastante duro, pero soy aún más duro de lo que aparento. Soy muy, muy duro.
– Cierto -dijimos Lula y yo al unísono.
Kloughn rodeó la casa y Lula y yo nos dirigimos a la puerta principal. Llamé con los nudillos y nos pusimos una a cada lado de la puerta. Se oyó el inconfundible sonido de una escopeta amartillándose, Lula y yo nos echamos una mirada de «oh, mierda» y Bender abrió de un tiro un agujero de cincuenta centímetros en su puerta principal.
Lula y yo echamos a correr. Nos metimos en el coche de cabeza, oímos otro disparo de escopeta, me puse como pude al volante y arrancamos quemando llantas. Giré en la esquina del edificio, me salté el bordillo y frené en seco a unos centímetros de Kloughn. Lula agarró a Kloughn por la pechera de la camisa, lo arrastró al interior del coche y salimos disparados.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Kloughn-. ¿Por qué nos vamos? ¿No estaba en casa?
– Hemos cambiado de opinión respecto a capturarle hoy -le dijo Lula-. Habríamos podido apresarle si hubiéramos querido, pero nos lo hemos pensado mejor.
– Nos lo hemos pensado mejor porque nos ha disparado -expliqué a Kloughn.
– Estoy bastante seguro de que eso es ilegal -dijo él-. ¿Habéis respondido a sus disparos?
– Lo he pensado -contestó Lula-, pero cuando te cargas a alguien hay que hacer un montón de papeleo. No quería perder toda la noche.
– Al menos has conseguido llevar las esposas -dijo Kloughn.
Lula se miró las manos.
– Ah-ah -dijo-. Se me deben de haber caído con la emoción del momento. No es que me asustara, ¿sabes? Sencillamente me emocioné.
Por el camino me detuve en el bar de Soder.
– Sólo será un minuto -dije-. Tengo que hablar con Steven Soder.
– Por mí no hay inconveniente -dijo Lula-. Me vendría bien una copa -miró a Kloughn-. ¿Tú que dices, muñecote?
– Claro que sí, a mí también me vendría bien una copa. Es sábado por la noche, ¿verdad? Los sábados por la noche hay que salir a tomar una copa.
– Yo podía haber quedado con alguien -dijo Lula.
– Yo también -replicó Kloughn-. Hay montones de mujeres que quieren salir conmigo. Pero no me apetecía. De vez en cuando conviene alejarse de todo ese barullo.
– La última vez que estuve en este bar me tuvieron que echar de malas maneras -dijo Lula-. ¿Tú crees que se acordarán de mí?
Soder me vio en cuanto entramos.
– Hombre, si es la pequeña Miss Fracasada -dijo-. Y sus dos amigos fracasados.
– Di lo que quieras -contesté.
– ¿Ya has encontrado a mi cría? -era una broma, no una pregunta.
Me encogí de hombros. Un gesto que significaba «puede que sí, pero también puede que no».
– Fracasaaaaada -canturreó Soder.
– Deberías aprender un poco de urbanidad -dije-. Tendrías que ser más civilizado conmigo. Y tendrías que haber sido más agradable con Dotty esta mañana.
Aquello le puso en tensión.
– ¿Cómo sabes lo de Dotty?
Otro gesto de hombros.
– No vuelvas a encogerte de hombros -dijo-. Ese cerebro de chorlito de mi ex mujer es una secuestradora. Y será mejor que me cuentes lo que sepas.
Le dejé sin conocer la amplitud de mis conocimientos. Probablemente no fuera una postura muy inteligente, pero era definitivamente muy satisfactoria.
– He cambiado de opinión respecto a la copa -dije a Lula y a Kloughn.
– Por mí, de acuerdo -respondió Lula-. La verdad es que no me gusta el ambiente de este bar.
Soder miró otra vez a Kloughn.
– Oye, a ti te recuerdo. Eres el retrasado mental de abogado que representó a Evelyn.
Kloughn resplandeció.
– ¿Te acuerdas de mí? No creí que nadie se acordara de mí. Madre mía, quién lo iba a decir.
– Evelyn se quedó con la cría por tu culpa -dijo Soder-. Armaste mucho escándalo a cuenta de este bar. Y le diste la cría a una cretina drogadicta, gilipollas incompetente.
– A mí no me parecía drogadicta -dijo Kloughn-. Si acaso un poco… despistada.