Los dos nos quedamos mirando la humeante montaña de vomitona del perro.
– Bueno, creo que ya es hora de que me vaya -dijo Morelli lanzando un vistazo a la puerta-. Sólo quería cerciorarme de que estabas bien.
– Espera un momento. ¿Quién va a limpiar esto?
– Me encantaría ayudarte, pero…, tía, qué mal huele -se puso la mano sobre la nariz y la boca-. Tengo que irme -dijo-. Es tarde. Tengo cosas que hacer -ya estaba en el descansillo-. Quizá fuera mejor que te marcharas, que alquilaras otro apartamento.
Otra oportunidad para utilizar la mirada asesina.
No dormí bien… algo que seguramente es normal después de ser atacada por gansos asesinos y arañas mutantes. A las seis de la mañana me levanté de la cama, me di una ducha y me vestí. Decidí que me merecía un homenaje después de una noche tan horrorosa, así que me metí en el coche y conduje hasta Barry's Coffees. Siempre había cola en Barry's, pero merecía la pena porque tenía cuarenta y dos clases diferentes de cafés, más toda clase de bebidas calientes exóticas.
Pedí un mochacccino con doble ración de caramelo y me lo llevé a la barra de la ventana. Me coloqué junto a una señora de pelo corto y de punta, teñido de rojo fuego. Era bajita y rechoncha, con mejillas como manzanas y cuerpo de manzana. Llevaba enormes pendientes de plata y turquesas, aparatosos anillos en todos sus dedos retorcidos, un chándal de poliéster blanco y zapatillas de plataforma. Tenía los ojos embadurnados de rímel. El rojo oscuro de su lápiz de labios había pasado a la taza del capuchino.
– Oye, querida -dijo con una voz de dos paquetes diarios-. ¿Eso es un mochaccino con caramelo? Yo solía tomar de ésos, pero me daban temblores. Demasiado azúcar. Si sigues tomándolos acabarás con diabetes. Mi hermano tiene diabetes y le tuvieron que cortar un pie. Fue algo terrible. Primero los dedos se le pusieron negros; luego todo el pie, y más tarde la piel se le empezó a caer a grandes trozos. Era como si le hubiera atrapado un tiburón y le arrancara bocados de carne.
Miré alrededor en busca de otro sitio para tomarme el café, pero aquello estaba hasta los topes.
– Ahora está en una residencia, pues ya no puede manejarse muy bien solo -dijo-. Le voy a visitar siempre que puedo, pero tengo cosas que hacer. Cuando llegas a mi edad lo último que quieres es quedarte sentada perdiendo el tiempo. Cualquier mañana podría despertarme muerta. Claro que yo me mantengo en muy buena forma. ¿Qué edad crees que tengo?
– ¿Ochenta años?
– Setenta y cuatro. Unos días estoy mejor que otros -dijo-. ¿Cómo te llamas, querida?
– Stephanie.
– Yo me llamo Laura. Laura Minello.
– ¿Laura Minello? Ese nombre me suena. ¿Es usted del Burg?
– No. He vivido toda mi vida en North Trenton. En la calle Cherry. Trabajaba en la oficina de la Seguridad Social. Trabajé allí veintitrés años, pero no me puedes recordar de eso. Eres demasiado joven.
Laura Minello. La conocía de algo, pero no podía recordar de qué.
Laura Minello señaló a un Corvette rojo aparcado enfrente de Barry's.
– ¿Ves ese coche rojo de lujo? Es mío. Bonito, ¿eh?
Miré al coche. Luego miré a Laura Minello. Luego volví a mirar al coche. Oh, cielos. Rebusqué en mi bolso los expedientes que me había dado Connie.
– ¿Hace mucho que tiene ese coche? -pregunté a Laura.
– Un par de días.
Saqué los papeles del bolso y revisé la primera página. Laura Minello, acusada de robo de vehículos, edad: setenta y cuatro años. Residente en la calle Cherry.
Los caminos del Señor son inescrutables.
– Ha robado ese Corvette, ¿verdad?
– Lo tomé prestado. Los viejos tienen derecho a hacer estas cosas, y disfrutar un poco antes de hincar el pico.
Ay, madre. Tenía que haber mirado el contrato de la fianza antes de aceptar el caso. Nunca te metas con los viejos. Siempre es un desastre. Los viejos manipulan las cosas. Y te hacen quedar como un capullo cuando vas a detenerlos.
– Qué extraña coincidencia -dije-. Yo trabajo para Vincent Plum, su avalista. No se presentó al juicio y tienen que darle fecha nueva.
– Muy bien. Pero hoy no puede ser. Me voy a Atlantic City. Búsqueme un hueco la semana que viene.
– La cosa no funciona así.
Un coche patrulla pasó por delante de Barry's. Se detuvo justo detrás del Corvette y los dos polis se apearon.
– Huy, huy, huy… -dijo Laura-. Esto tiene mala pinta.
Uno de los polis era Eddie Gazarra, que estaba casado con mi prima Shirley la Llorona. Gazarra comprobó la matrícula del Corvette y rodeó el coche. Volvió al coche patrulla e hizo una llamada.
– Malditos polis -dijo Laura-. No tienen nada mejor que hacer que andar por ahí fastidiando a los ancianos. Debería haber una ley contra eso.
Golpeé en la ventana de la cafetería y atraje la atención de Gazarra. Señalé a Laura y sonreí. «Aquí está», dije sin palabras.
Era cerca de mediodía y estaba aparcada enfrente de la oficina de Vinnie, intentando reunir valor para entrar. Había seguido a Gazarra y a Laura Minello hasta la comisaría y me habían dado el recibo de entrega por su captura. El recibo me supondría el quince por ciento de la fianza de Minello. Y ese quince por ciento se convertiría en una aportación esencial al alquiler de este mes. Normalmente, la entrega de un recibo de captura es un motivo de celebración. Hoy se veía enturbiado por el hecho de haber perdido cuatro pares de esposas en el curso de la persecución de Bender. Eso sin mencionar que las cuatro veces había quedado como una completa idiota. Y Vinnie estaba en la oficina, agazapado en su guarida, deseando recordarme todo aquello.
Apreté los dientes, agarré el bolso y me dirigí a la puerta.
Lula dejó de limarse las uñas cuando entré.
– Hola, bombón -dijo-. ¿Qué hay de nuevo?
Connie levantó la mirada del ordenador.
– Vinnie está en su despacho. Saca los ajos y las cruces.
– ¿De qué humor está?
– ¿Has venido a decirme que has capturado a Bender? -gritó Vinnie desde el otro lado de la puerta cerrada.
– No.
– Entonces, estoy de mal humor.
– ¿Cómo puede oír con la puerta cerrada? -pregunté a Connie.
Ella levantó la mano con el dedo medio estirado.
– Te he visto -gritó Vinnie.
– Ha hecho instalar micros y cámaras para no perderse nada -dijo Connie.
– Sí, de segunda mano -añadió Lula-. Los ha sacado de la tienda de películas porno que cerró. Yo no los tocaría ni con guantes de goma.
La puerta de Vinnie se abrió y éste asomó la cabeza.
– Andy Bender es un borracho, por Dios Santo. Se levanta por las mañanas, se cae dentro de una lata de cerveza y no sale en todo el día. Tendría que haber sido un chollo para ti. Sin embargo, te está haciendo quedar como una cretina.
– Es uno de esos borrachos habilidosos -dijo Lula-. Hasta puede correr estando borracho. Y la última vez disparó contra nosotras. Vas a tener que pagarme más si me arriesgo a que me disparen.
– Sois patéticas las dos -dijo Vinnie-. Yo podría detener a ese tío con una mano atada a la espalda. Podría detenerle con los ojos cerrados.
– Ya -dijo Lula.
Vinnie se inclinó hacia ella.
– ¿No me crees? ¿Crees que no sería capaz de entregar a ese sujeto?
– Existen los milagros -respondió Lula.
– ¿Ah, sí? ¿Crees que haría falta un milagro? Bueno, pues te voy a enseñar un milagro. Vosotras dos, fracasadas, venid aquí esta noche a las nueve y atraparemos al fulano ese.
Vinnie metió la cabeza en el despacho y cerró de un portazo.
– Espero que tenga esposas -dijo Lula.
Le di a Connie el recibo de entrega de Laura Minello y esperé a que rellenara mi cheque. La puerta de entrada se abrió y todas nos giramos hacia ella.