– Me siento fatal -dijo Mabel-. No sé qué hacer. He pensado que, a lo mejor, podrías buscar a Evelyn y hablar con ella… comprobar que Annie y ella se encuentran bien. Podría soportar perder la casa, pero no quiero perder a Evelyn y a Annie. Tengo algún dinero ahorrado. No sé lo que cobras por este tipo de trabajo.
– No cobro nada. No soy investigador privado. No me ocupo de casos particulares como éste – ¡Joder, si ni siquiera soy una cazarrecompensas especialmente buena!
Mabel se agarró al delantal; las lágrimas le caían por las mejillas.
– No sé a quién más recurrir.
Ay, madre, no me lo puedo creer. ¡Mabel Markowitz llorando! Era una situación tan cómoda como hacerse un examen ginecológico en medio de la calle Mayor a pleno día.
– Vale -dije-. Veré que puedo hacer… como vecina.
Mabel asintió con la cabeza y se secó los ojos.
– Te lo agradecería -tomó un sobre de encima del aparador-. Tengo una foto de Annie y Evelyn para ti. Es del año pasado, cuando Annie cumplió siete años. Y también te he escrito la dirección de Evelyn en un papel. Y los números de su carné y de la matrícula de su coche.
– ¿Tienes la llave de su casa?
– No -dijo Mabel-. No me la dio nunca.
– ¿Tienes alguna idea de adonde puede haber ido Evelyn? ¿Cualquier idea?
Mabel negó con la cabeza.
– No me imagino adonde puede haber ido. Se crió aquí, en el Burg. Nunca ha vivido en ningún otro sitio. No fue a la universidad fuera. La mayoría de nuestros parientes están aquí.
– ¿La fianza la presentó Vinnie?
– No. Es otra compañía. Lo apunté -rebuscó en el bolsillo del delantal y sacó un trozo de papel plegado-. Es la True Blue Bonds y el hombre se llama Les Sebring.
Mi primo Vinnie es dueño de la Oficina de Fianzas Vincent Plum y lleva su negocio desde un despacho de la avenida Hamilton. Hace tiempo, cuando necesitaba un empleo desesperadamente, chantajeé a Vinnie para que me contratara. Desde entonces, la economía de Trenton ha mejorado y no estoy muy segura de por qué sigo trabajando con Vinnie; quizá sea porque la oficina está enfrente de una pastelería.
Sebring tiene sus oficinas en el centro y el dinero que mueve hace que el de Vinnie parezca calderilla. No he tenido la oportunidad de conocer a Sebring, pero he oído hablar de él. Se dice que es extremadamente profesional. Y se rumorea que tiene unas piernas sólo superadas por las de Tina Turner.
Le di a Mabel un torpe abrazo, le dije que me enteraría de lo que pudiera y me fui.
Mi madre y mi abuela estaban esperándome a la entrada de la casa de mis padres, con la puerta entreabierta y las narices pegadas al cristal.
– Chist… -dijo mi abuela-. Entra deprisa. Estamos que nos morimos de curiosidad.
– No os lo puedo contar -contesté.
Las dos mujeres resollaron. Aquello era contrario a las leyes del Burg. En el Burg, la sangre siempre manda. La ética profesional no servía para nada cuando se trataba de un jugoso cotilleo entre miembros de la familia.
– Muy bien -dije, entrando-. Da lo mismo que os lo cuente. Os vais a enterar de todas maneras -en el Burg también somos muy reflexivos-. Cuando Evelyn se divorció le impusieron una cosa llamada «fianza de custodia infantil». Mabel puso su casa como garantía. Ahora Evelyn y Annie han desaparecido y a Mabel la está agobiando la compañía de fianzas.
– Oh, Dios mío -dijo mi madre-. No sabía nada.
– Mabel está preocupada por Evelyn y Annie. Evelyn le mandó una nota diciéndole que se iba a ir con Annie durante algún tiempo, pero no ha sabido nada más de ellas desde entonces.
– Si yo fuera Mabel estaría preocupada por mi casa -dijo la abuela-. A mí me parece que puede acabar viviendo en una caja de cartón debajo del puente.
– Le he dicho que la ayudaría, pero la verdad es que esto no es lo mío. No soy investigador privado.
– Podrías pedirle ayuda a tu amigo Ranger -dijo la abuela-. En cualquier caso estaría bien; con lo bueno que está, no me importaría verle pasearse por el vecindario.
Ranger es más un socio que un amigo, aunque también supongo que hay un cierto componente de amistad. Además de una tremenda atracción sexual. Hace unos meses hicimos un trato que me ha tenido obsesionada. Otra de esas cosas mías como lo de saltar desde el tejado del garaje a ver si volaba, sólo que en esta ocasión afectaba a mi dormitorio. Ranger es un cubano-norteamericano con la piel de color café con leche, más bien largo de café, y un cuerpo que sólo puede describirse como «ñam-ñam». Tiene una amplia cartera de clientes, un interminable y misterioso surtido de coches negros de lujo, y unas habilidades que dejan a Rambo a la altura de un aficionado. Estoy bastante segura de que sólo dispara contra los malos y creo que sería capaz de volar como Superman, aunque esta última parte nunca se ha confirmado. Ranger se dedica a la recuperación de fianzas, entre otras cosas. Y Ranger siempre consigue detener a sus fugitivos.
Mi Honda CR-V negro estaba aparcado junto a la acera. La abuela me acompañó hasta el coche.
– Si hay algo que pueda hacer no dejes de decírmelo -se ofreció-. Siempre he pensado que sería una buena detective, dado lo chismosa que soy.
– A lo mejor podrías indagar por el barrio.
– Por supuesto. Y mañana podría ir donde Stiva. Es el velatorio de Charlie Shleckner. He oído que Stiva ha hecho un gran trabajo con él.
Nueva York tiene el Lincoln Center. Florida tiene Disney World. El Burg tiene la Funeraria de Stiva. La Funeraria de Stiva no sólo es el centro de entretenimiento más importante del Burg, también es el centro neurálgico de la red informativa. Si no consigues enterarte de algún chismorreo en la Funeraria de Stiva, es que no hay ningún chismorreo.
Todavía era temprano cuando salí de casa de Mabel, así que pasé con el coche por delante de la casa de Evelyn en la calle Key. Era un pareado muy parecido al de mis padres. Un pequeño porche en la fachada, un pequeño patio detrás y una casa pequeña de dos pisos. En la parte de Evelyn no se veían señales de vida. Ningún coche aparcado delante. Ni luces encendidas detrás de las cortinas corridas. Según la abuela Mazur, Evelyn había vivido en aquella casa mientras estuvo casada con Steven Soder, y se había quedado en ella con Annie cuando él se fue. La propiedad es de Eddie Abruzzi, que alquila los dos domicilios. Abruzzi tiene varias casas en el Burg y un par de edificios de oficinas en el centro de Trenton. No le conozco personalmente, pero tengo entendido que no es precisamente el tío más encantador del universo.
Aparqué y me acerqué andando al porche de la casa de Evelyn. Golpeé ligeramente en la puerta. No hubo respuesta. Intenté espiar por la ventana del salón, pero las cortinas estaban bien cerradas. Me dirigí a un lado de la casa, poniéndome de puntillas para curiosear. No tuve suerte con las ventanas laterales del salón ni con las del comedor, pero mi insistencia fue recompensada en la cocina. Allí las cortinas no estaban corridas. En la encimera, junto al fregadero, había dos boles de cereales y dos vasos. Todo lo demás parecía recogido. Ni rastro de Evelyn ni de Annie. Regresé a la fachada principal y llamé a la casa de los vecinos.
La puerta se abrió y Carol Nadich me miró desde el interior.
– ¡Stephanie! -dijo-. ¿Qué tal estás?
Carol y yo fuimos al instituto juntas. Cuando nos graduamos, consiguió un trabajo en la fábrica de botones y dos meses más tarde se casaba con Lenny Nadich. De vez en cuando nos encontramos en la carnicería de Giovichinni, pero, aparte de eso, hemos perdido el contacto.
– No sabía que vivías aquí -dije-. Venía a preguntar por Evelyn.
Carol levantó los ojos al cielo.
– Todo el mundo está buscando a Evelyn. Y, para serte sincera, espero que nadie la encuentre. Salvo tú, claro. No le desearía a nadie que le encontraran los otros capullos.