Выбрать главу

Vinnie y yo habíamos logrado llegar al centro de la sala, pero no se veía ni rastro de Bender. Demasiados hombres en demasiado poco espacio y todos intentando salir de la casa. A nadie le importaba que Vinnie llevara la pistola desenfundada. No estoy segura de que se hubieran dado cuenta en medio de aquella confusión.

Vinnie disparó al aire, arrancando un trozo de techo. En ese momento se hizo el silencio porque no quedaba nadie en el salón, salvo Vinnie, Lula, Kloughn y yo.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Lula-. ¿Qué es lo que acaba de pasar aquí?

– No he visto a Bender-dijo Vinnie-. ¿'Es ésta su casa?

– ¿Vinnie? -clamó una voz femenina desde el dormitorio-. Vinnie, ¿eres tú?

Vinnie abrió unos ojos como platos.

– ¿Candy?

Una mujer desnuda, de una edad indefinida, entre los veinte y los cincuenta años, salió de la habitación. Tenía unas tetas enormes y el vello púbico recortado en forma de rayo. Alargó los brazos hacia Vinnie.

– Cuánto tiempo sin verte -dijo ella-. ¿Qué hay de nuevo?

Una segunda mujer salió del dormitorio.

– ¿En serio que es Vinnie? -preguntó-. ¿Qué hace aquí?

Me colé en el dormitorio por detrás de las mujeres en busca de Bender. En la habitación había focos y una cámara, ahora abandonada. No estaban viendo una película porno… la estaban haciendo.

– Bender no está ni en el dormitorio ni en el cuarto de baño -dije a Vinnie-. Y no hay más casa.

– ¿Estás buscando a Andy? -preguntó Candy-. Se ha ido hace un rato. Dijo que tenía cosas que hacer. Por eso le pedimos prestada su casa. Deliciosamente privada. Al menos hasta que apareciste tú.

– Creíamos que era una redada -dijo la otra mujer-. Creíamos que erais polis.

Kloughn le dio a cada una de las mujeres su tarjeta.

– Albert Kloughn, abogado -dijo-. Por si necesitan un abogado alguna vez.

Una hora después entraba en mi aparcamiento con Kloughn chachareando a mi lado. Había puesto a los Godsmack en el reproductor de CD, pero el volumen no era suficiente para neutralizar del todo a Kloughn.

– Madre mía, ha sido increíble -decía Kloughn-. Nunca había visto a una estrella de cine tan de cerca. Y sobre todo desnuda. No la he mirado, demasiado, ¿verdad? Quiero decir, que no se puede evitar mirar, ¿verdad? Hasta tú la has mirado, ¿verdad?

Verdad. Pero no me he puesto de rodillas para examinar el vello púbico en forma de rayo.

Aparqué y acompañé a Kloughn a su coche, para cerciorarme de que abandonaba el aparcamiento sano y salvo. Me giré para entrar en el edificio y solté un grito al chocar con Ranger.

Estaba pegado a mí y sonreía.

– ¿Una buena cita?

– Ha sido un día muy raro.

– ¿Cómo de raro?

Le conté lo de Vinnie y la película porno.

Ranger echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Algo que no se veía muy a menudo.

– ¿Esto es una visita social? -pregunté.

– Todo lo social que puede ser, tratándose de mí. Vuelvo a casa del trabajo.

– A la Baticueva -nadie sabía dónde vivía Ranger. La dirección que figuraba en su carné de conducir era un solar vacío.

– Sí. A la Baticueva.

– Me encantaría conocerla alguna vez.

Nos miramos a los ojos.

– Tal vez algún día -dijo-. A tu coche no le vendría mal una pasadita por el taller.

Le conté lo de las arañas y que Abruzzi me había amenazado con que en un momento u otro me arrancaría el corazón.

– A ver si lo he entendido -dijo Ranger-. Ibas en el coche después de ser atacada por una bandada de gansos cuando una araña se te echó encima e hizo que te estrellaras contra un coche aparcado.

– Deja de sonreír -pedí-. No tiene gracia. Odio las arañas.

Me echó un brazo por encima de los hombros.

– Ya lo sé, cariño. Y tienes miedo de que Abruzzi cumpla su amenaza.

– Sí.

– Hay demasiados hombres peligrosos en tu vida.

Le miré de soslayo.

– ¿Se te ocurre alguna forma de reducir la lista?

– Podrías matar a Abruzzi.

Levanté las cejas.

– No le importaría a nadie -dijo Ranger-. No es un tipo muy querido.

– ¿Y los otros tíos peligrosos de mi vida?

– No son una amenaza mortal. Puede que te rompan el corazón, pero no te lo arrancarán del cuerpo.

Madre mía, ¿y aquello se suponía que debía tranquilizarme?

– Aparte de tu sugerencia de matarle, no sé qué hacer para frenar a Abruzzi -dije a Ranger-. Soder puede que quiera recuperar a su hija, pero Abruzzi va detrás de algo más. Y sea lo que sea, cree que yo también voy tras ello -levanté la mirada a mi ventana. No me volvía loca la idea de entrar en el apartamento sola. La amenaza de arrancarme el corazón todavía me ponía los pelos de punta. Y de vez en cuando sentía arañas inexistentes arrastrándose por mi piel-. Bueno -dije-, y ya que estás aquí, ¿no te apetece subir y tomar una copa de vino?

– ¿Me estás invitando a algo más que a una copa de vino?

– Algo así.

– Deja que adivine. Quieres que compruebe que tu apartamento es seguro.

– Sí.

Cerró el coche con el mando y, cuando llegamos al segundo piso, cogió mis llaves y abrió la puerta del apartamento. Encendió las luces y echó una mirada alrededor. Rex estaba corriendo en su rueda.

– Quizá debieras enseñarle a ladrar -dijo Ranger.

Atravesó la sala y se adentró en el dormitorio. Encendió la luz y lo recorrió con la mirada. Levantó el faldón de la cama y miró debajo.

– Tienes que pasar la fregona por aquí debajo, nena -dijo. Se desplazó hasta la cómoda y abrió todos los cajones. Nada saltó de ellos. Metió la cabeza en el cuarto de baño. Todo en orden.

– Ni serpientes, ni arañas, ni hombres malos -dijo Ranger. Alargó los brazos, me agarró por el cuello de la cazadora vaquera con ambas manos, con los dedos rozándome levemente el cuello, y me acercó a él.

– Te estás haciendo con una buena cuenta. Supongo que me avisarás cuando estés dispuesta a pagar la deuda.

– Claro. Sin duda. Serás el primero en saberlo- ¡Dios, me estaba portando como una idiota!

Ranger me sonrió.

– Tienes esposas, ¿verdad?

Glups.

– La verdad es que no. En este momento estoy sin esposas.

– ¿Cómo vas a detener a los malos si no tienes esposas?

– Sí, es un problema.

– Yo tengo esposas -dijo Ranger, tocando mi rodilla con la suya.

Mi corazón iba a unas doscientas pulsaciones por minuto. Yo no era exactamente una forofa de que me esposaran a la cama. Era más bien una persona de «apaga todas las luces y vamos a ver qué pasa».

– Creo que estoy hiperventilando -dije-. Si pierdo el sentido ponme una bolsa de papel sobre la nariz y la boca.

– Nena -dijo Ranger-, dormir conmigo no es el fin del mundo.

– Hay problemas.

Él levantó la ceja.

– ¿Problemas?

– Bueno, relaciones, en realidad.

– ¿Mantienes alguna relación? -preguntó Ranger.

– No. ¿Y tú?

– Mi forma de vida no facilita las relaciones estables.

– ¿Sabes lo que necesitamos? Vino.

Me soltó el cuello de la cazadora y me siguió a la cocina. Se apoyó en la encimera mientras yo sacaba dos copas de vino de un armario y descorchaba la botella de vino merlot que acababa de comprar. Llené las copas, le di una a Ranger y me quedé otra para mí.

– Chinchín -dije. Y me bebí el vino de un trago.

Ranger le dio un sorbo.

– ¿Te encuentras mejor?

– Bueno, ahí andamos. Ya apenas tengo ganas de desmayarme. Y las náuseas casi han desaparecido -me rellené la copa y llevé la botella a la sala-. Bueno -dije-, ¿te apetece ver la televisión?

Él tomó el mando de la mesita de centro y se arrellanó en el sofá.