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– Cuando se te pasen las náuseas me avisas.

– Creo que ha sido la historia de las esposas lo que me ha trastornado.

– Qué decepción. Creía que había sido la idea de verme desnudo -buscó entre los canales de deportes y se detuvo en un partido de baloncesto-. ¿Te parece bien el baloncesto? ¿O preferirías que buscara una película violenta?

– El baloncesto está bien.

Vale, ya sé que había sido yo la que había sugerido lo de la televisión, pero ahora que tenía a Ranger en el sofá la cosa se estaba poniendo demasiado complicada. Llevaba el pelo negro hacia atrás, recogido en una coleta. Iba vestido con el uniforme negro de los cuerpos especiales, se había quitado la cartuchera de la cintura, pero llevaba una nueve milímetros a la espalda y un reloj de la Marina en la muñeca. Y estaba tirado en mi sofá viendo baloncesto.

Noté que mi copa estaba vacía y me serví un tercer trago.

– Esto me resulta extraño -dije-. ¿Ves baloncesto en la Baticueva?

– No tengo demasiado tiempo libre para ver la televisión.

– ¿Pero en la Baticueva hay televisión?

– Sí, en la Baticueva hay televisión.

– Tenía esa curiosidad.

Bebió un poco de vino y me miró. Era distinto a Morelli. Morelli era como un muelle fuertemente apretado. Con él siempre era consciente de la energía que contenía. Ranger era un gato. Silencioso. Todos los músculos relajados a voluntad. Probablemente hacía yoga. Puede que no fuera humano.

– ¿Y en qué piensas ahora? -preguntó.

– Me preguntaba si serías humano.

– ¿Qué otras alternativas hay?

Me bebí la copa de un golpe.

– No estaba pensando en nada en particular.

Me desperté con dolor de cabeza y la lengua pegada al cielo de la boca. Estaba en el sofá, arropada con la colcha de mi dormitorio. La televisión estaba en silencio y Ranger se había ido. Por lo que podía recordar, había visto unos cinco minutos de baloncesto antes de quedarme dormida. Soy una bebedora desastrosa. Dos copas y media y entro en coma.

Me metí bajo la ducha caliente hasta que me quedé hecha una pasa y las pulsaciones que sentía detrás de los ojos se hubieron suavizado parcialmente. Me vestí y puse rumbo al McDonald's. Compré una grande de patatas y una Coca en el servicio de coches y me quedé en el aparcamiento. Éste es el remedio Stephanie Plum contra la resaca. El teléfono móvil sonó cuando me había comido la mitad de las patatas.

– ¿Te has enterado del incendio? -preguntó la abuela-. ¿Sabes algo al respecto?

– ¿Qué incendio?

– El bar de Steven Soder quedó reducido a cenizas anoche. Para ser exactos tendría que decir que esta mañana, puesto que el fuego empezó después de cerrar. Lorraine Zupek acaba de llamarme. Ya sabes que su nieto es bombero. Le ha contado que todos los coches de bomberos de la ciudad acudieron allí, pero que no pudieron hacer nada. Creo que sospechan que ha podido ser intencionado.

– ¿Ha habido algún herido?

– Lorraine no me lo ha dicho.

Me metí un puñado de patatas fritas en la boca y puse en marcha el coche. Quería ver personalmente el lugar del siniestro. No estaba segura de por qué. Supongo que por curiosidad morbosa. Si Soder tenía socios, la cosa no era del todo inesperada. Era bien sabido que los socios solían aparecer por el negocio, le sacaban hasta el último céntimo y luego acababan por cargárselo.

Tardé veinte minutos en cruzar la ciudad. La policía había cortado la calle del La Zorrera, así que aparqué a dos manzanas de allí y fui andando. Todavía quedaba un camión de bomberos por allí y un par de coches patrulla de la policía estaban aparcados junto a la acera. Un fotógrafo del Trenton Times hacía fotos. No habían puesto cinta de policía, pero los agentes se encargaban de mantener a los mirones a distancia.

La fachada de ladrillos estaba ennegrecida. Las ventanas habían desaparecido. Encima del bar había dos plantas de apartamentos. Habían quedado destruidas por completo. El agua sucia se acumulaba en la calzada y en las aceras. La manguera del camión cisterna que quedaba desaparecía en el interior del edificio, pero no estaba funcionando.

– ¿Ha habido algún herido? -pregunté a uno de los espectadores.

– Parece ser que no -dijo-. El bar ya había cerrado. Y los apartamentos estaban vacíos. Incumplían algunas normas y los estaban reformando.

– ¿Saben cómo empezó el fuego?

– No lo han explicado.

No reconocí a ninguno de los polis ni de los bomberos. No vi a Soder por ninguna parte. Eché un último vistazo y me largué. Lo siguiente que quería hacer era pasarme un momento por la oficina. A estas alturas Connie ya debería tener un completísimo informe sobre Evelyn.

– Jesús -dijo Lula al verme entrar-, no tienes muy buena pinta.

– Resaca -expliqué-. Me encontré con Ranger después de dejar a Kloughn y nos tomamos un par de copas de vino.

Connie y Lula dejaron lo que estaban haciendo y se me quedaron mirando.

– ¿Y bien? -dijo Lula-. ¿No te vas a parar ahí, verdad? ¿Qué pasó?

– No pasó nada. Yo estaba un poco asustada con lo de las arañas y todo eso, así que Ranger subió a mi casa para ver si estaba todo en orden. Tomamos un par de vinos y se fue.

– Ya, pero ¿qué me cuentas de la parte que va entre las copas y el se fue? ¿Qué pasó en ese rato?

– No pasó nada.

– Espera un momento -dijo Lula-. ¿Me estás diciendo que tenías a Ranger en el apartamento, los dos bebiendo vino, y no pasó nada? ¿Nada de jugueteo?

– Eso no tiene sentido -dijo Connie-. Cada vez que os encontráis en la oficina, te mira como si fueras el almuerzo. Tiene que haber alguna explicación. Tu abuela estaba presente, ¿verdad?

– Sólo estábamos nosotros dos. Ranger y yo solos.

– ¿Le desmotivaste? ¿Le pegaste o algo así? -preguntó Lula.

– Nada de eso. Estuvimos tan amigos -de un modo tenso e incómodo.

– Amigos -repitió Lula-. Ya.

– ¿Y a ti eso qué te parece? -preguntó Connie.

– No lo sé -dije-. Supongo que ser amigos está bien.

– Sí, sólo que estar desnudos y sudorosos estaría mejor -dijo Lula.

Todas nos quedamos pensándolo durante un momento.

Connie se abanicó con un bloc de notas.

– ¡Fuíu! -dijo-. Qué calentón.

Me resistí a mirar si los pezones se me habían puesto duros.

– ¿Ha llegado el informe de Evelyn?

Connie rebuscó entre la pila de carpetas que se amontonaban en su mesa y sacó una.

– Ha llegado esta misma mañana.

Me dio la carpeta y leí la primera página. Pasé a la segunda.

– No dice mucho -dijo Connie-. Evelyn siempre estuvo muy cerca de su casa. Incluso de pequeña.

Metí la carpeta en el bolso y miré a la cámara de vídeo.

– ¿Está Vinnie?

– Todavía no ha llegado. Probablemente tenga a Candy inflándole el ego -dijo Lula.

9

CUANDO LLEGUÉ AL COCHE, volví a repasar el expediente de Evelyn. Algunos datos me parecieron indiscretos, pero estamos en la era de la información al alcance de todos. El expediente contenía informes bancarios y el historial médico. Nada de aquello me pareció de gran ayuda.

Unos golpecitos en la ventanilla del copiloto me distrajeron del informe. Era Morelli. Le abrí y se sentó a mi lado.

– ¿Resaca? -preguntó, aunque era más una afirmación que una pregunta.

– ¿Cómo lo sabes?

Señaló la bolsa de comida rápida.

– Coca-Cola y patatas fritas de McDonald's para desayunar. Círculos oscuros debajo de los ojos. Y un pelo infernal.

Me examiné el pelo en el retrovisor. Ay.

– Anoche me pasé con el vino.

Se quedó asimilándolo. No dijimos nada durante unos segundos. Yo no quería contarle nada más. El no preguntó.