Abandoné el centro comercial y regresé a casa de Dotty. No había nadie. Ningún coche en la entrada. Probablemente Dotty había llevado a Jeanne Ellen directamente hasta Evelyn. Estupendo. ¿Qué más da? Ni siquiera voy a ganar nada con esto. Puse los ojos en blanco. No, no daba igual. Si volvía de vacío a ver a Mabel, se pondría a gimotear otra vez. Prefería andar sobre lava y cristales rotos antes que volver a ser testigo de sus llantos.
Me quedé allí hasta primera hora de la tarde. Leí el periódico, me limé las uñas, ordené el bolso y hablé por el teléfono móvil con Mary Lou Stankovik durante media hora. Tenía cierto cosquilleo en las piernas, del confinamiento, y el culo dormido. Había tenido mucho tiempo para pensar en Jeanne Ellen Burrows, y ni uno solo de los pensamientos era agradable. De hecho, después de pensar en Jeanne Ellen durante casi una hora, me sentía francamente rabiosa y no estoy muy segura, pero me parece que me empezaba a salir humo de la cabeza. Jeanne Ellen tenía las tetas más grandes y el culo más pequeño que yo. Era mejor cazarrecompensas. Tenía un coche más bonito. Y llevaba pantalones de cuero. Podía soportar todo eso. Lo que no podía soportar era su contacto con Ranger. Creía que su relación se había terminado, pero estaba claro que me había equivocado. El sabía dónde localizarla en cada momento del día.
Mientras que ella tenía una relación con él, sobre mi cabeza pendía la amenaza de una sola noche de sexo salvaje. Vale, yo había aceptado aquel acuerdo en un momento de desesperación profesional. Su ayuda a cambio de mi cuerpo. Y sí, había sido divertido y frívolo de una manera algo peligrosa. Y es verdad, me resulta muy atractivo. Qué le voy a hacer; soy humana, por Dios bendito. Una mujer tendría que estar muerta para no sentirse atraída por Ranger. Y, además, últimamente no he conseguido llevarme a Morelli a la cama.
Total, que aquí estoy yo con mi noche única. Y ahí está Jeanne Ellen con esa especie de relación. Bueno, se acabó. No voy a tontear con un hombre que puede que esté manteniendo una relación.
Marqué el número de Ranger y tamborileé con los dedos en el volante mientras esperaba a que contestara.
– Sí -dijo Ranger.
– No te debo nada -le dije-. No hay trato.
Ranger se quedó callado un par de segundos. Probablemente preguntándose por qué habría hecho aquel trato para empezar.
– ¿Tienes un mal día? -preguntó por fin.
– Que tenga un mal día no tiene nada que ver con esto -dije, y colgué.
Mi móvil sonó y pensé si contestar o no. Al final, la curiosidad se impuso sobre la cobardía. Es la historia de mi vida.
– He estado sometida a una gran tensión -dije-. Quizá hasta tenga fiebre.
– ¿Y?
– ¿Y qué?
– Pensaba que a lo mejor querías retractarte de lo que me has dicho respecto al trato -dijo Ranger.
Se hizo un largo silencio en el teléfono.
– ¿Y bien? -preguntó Ranger.
– Estoy pensando.
– Eso siempre es peligroso -dijo Ranger. Y colgó.
Todavía estaba considerando si rectificar o no cuando llegó Dotty en su coche. Aparcó en el paseo de entrada, sacó dos bolsas de la compra del asiento de atrás y entró en casa.
Mi teléfono móvil sonó de nuevo. Levanté los ojos al cielo y lo abrí resignada.
– Sí.
– ¿Has tenido que esperar mucho? -preguntó Jeanne Ellen.
Giré la cabeza en todas direcciones, calle arriba y calle abajo.
– ¿Dónde estás?
– Detrás de la furgoneta azul. Te alegrará saber que esta tarde no te has perdido nada. Dotty ha tenido un día muy ajetreado, como buena ama de casa.
– ¿Se ha dado cuenta de que la seguías?
Hubo una pausa en la que imaginé que Jeanne Ellen estaba pasmada de que pudiera pensar que alguna vez la descubrían.
– Por supuesto que no -respondió-. Hoy no tenía a Evelyn en su agenda.
– Bueno, no te desanimes -dije-. El día no se ha acabado.
– Cierto. Había pensado en quedarme un ratito más, pero la calle parece demasiado concurrida con las dos aquí.
– ¿Y?
– Y he pensado que sería una buena idea que te fueras.
– De eso nada. Vete tú.
– Si pasa algo te llamo -dijo Jeanne Ellen.
– Eso es mentira.
– Aciertas otra vez. Déjame que te diga una cosa que no es mentira: si no te largas le voy a meter un balazo a tu coche.
Sabía por experiencias anteriores que los agujeros de bala son muy malos para las ventas de segunda mano. Desconecté el teléfono, puse el coche en marcha y me fui. Conduje exactamente dos manzanas y aparqué delante de una casita blanca. Cerré el coche y, andando, rodeé el edificio hasta situarme directamente detrás de la casa de Dotty, una calle más allá. No había nadie en la calle. Los vecinos de Dotty no desplegaban una gran actividad a la vista. Todavía estaban todos en el centro comercial, viendo el fútbol, en el partido de los hijos o en el lavacoches. Atajé entre dos casas y salté la vallita blanca que rodeaba el patio trasero de Dotty. Crucé el patio y llamé a la puerta de servicio de la casa.
Dotty abrió la puerta y se me quedó mirando, sorprendida de ver a una desconocida en su propiedad.
– Soy Stephanie Plum -dije-. Espero no haberte asustado por aparecer de repente en tu puerta trasera.
El alivio sustituyó a la sorpresa.
– Claro, tus padres son vecinos de Mabel Markowitz. Yo fui al colegio con tu hermana.
– Me gustaría hablar contigo sobre Evelyn. Mabel está preocupada por ella y le prometí que haría algunas indagaciones. He venido por la puerta de atrás porque la parte de delante está bajo vigilancia.
Dotty abrió la boca y los ojos desmesuradamente.
– ¿Hay alguien vigilándome?
– Steven Soder ha contratado a una investigadora privada para encontrar a Annie. Se llama Jeanne Ellen Burrows y está en un Jaguar negro, detrás de la furgoneta azul. La he visto al llegar y no quería que ella me viera, por eso he venido por detrás -toma ya, Jeanne Ellen Burrows. Golpe directo. ¡Pumba
– Dios mío -dijo Dotty-. ¿Qué puedo hacer?
– ¿Sabes dónde está Evelyn?
– No. Lo siento. Evelyn y yo hemos perdido el contacto.
Estaba mintiendo. Había tardado demasiado en decir que no. Y en sus mejillas estaban apareciendo unas manchas de color que antes no tenía. Quizá fuera una de las peores mentirosas que conocía. Era una vergüenza para las mujeres del Burg. Las mujeres del Burg eran unas mentirosas estupendas. No me extrañaba que Dotty hubiera tenido que mudarse a South River.
Me colé en la cocina y cerré la puerta.
– Escucha -dije-, no te preocupes por Jeanne Ellen. No es peligrosa. Sencillamente no la lleves hasta Evelyn.
– Quieres decir que si supiera dónde está Evelyn debería tener cuidado cuando fuera a verla.
– Cuidado no sería suficiente. Jeanne Ellen puede seguirte sin que te des ni cuenta. Ni te acerques adonde esté Evelyn. Mantente lejos de ella.
Aquel consejo no le gustó nada a Dotty.
– Hummm -dijo.
– Quizá deberíamos hablar de Evelyn.
Ella negó con la cabeza.
– No puedo hablar de Evelyn.
Le entregué una de mis tarjetas.
– Llámame si cambias de opinión. Si Evelyn se pone en contacto contigo y decides ir a verla, por favor, plantéate pedirme ayuda. Puedes llamar a Mabel y comprobar que lo que digo es cierto.
Dotty miró la tarjeta y asintió.
– De acuerdo.
Salí por la puerta de atrás y crucé los patios para acceder a la calle. Recorrí la manzana que me separaba de mi coche y me fui a casa.
Cuando salí del ascensor se me cayó el alma a los pies al ver a Kloughn acampado en el descansillo. Estaba sentado con la espalda contra la pared, las piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el pecho. La cara se le iluminó al verme y se levantó rápidamente.
– Madre mía -dijo-, has estado fuera toda la tarde. ¿Dónde estabas? ¿No habrás atrapado a Bender, verdad? ¿No le atraparías sin mí, no? Quiero decir que somos un equipo, ¿verdad?
– Verdad -dije-. Somos un equipo -Un equipo sin esposas.
Entramos en el apartamento y los dos fuimos directamente a la cocina. Eché un vistazo al contestador. No parpadeaba. Ningún mensaje de Morelli suplicando una cita. Claro que Morelli nunca suplicaba nada. Pero una chica tiene que mantener las esperanzas. Profundo suspiro mental. Iba a pasar la noche del sábado con Albert Kloughn. Me parecía el fin del mundo.
Kloughn me miraba expectante. Era como un cachorro, con los ojos brillantes y meneando la cola, esperando que le saquen a dar un paseo. Encantador… de un modo increíblemente exasperante.
– ¿Y ahora, qué? -dijo-. ¿Qué hacemos ahora?
Necesitaba pensármelo. Normalmente, el problema solía ser encontrar al fugitivo. Y encontrar a Bender no me había costado nada. Lo que me costaba era conservarlo.
Abrí el frigorífico y miré el interior. Mi lema siempre ha sido: «Cuando todo lo demás falla, come algo».
– Vamos a preparar la cena -propuse.