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Nada más colgar, llamé a Mario, para ver si él también había leído la noticia y conocer su opinión respecto al asunto de Ángela, pero no contestaba nadie y recordé que la noche anterior me había dicho que se marchaba el domingo a primera hora. O no me había dicho adónde se iba o yo no le había prestado atención. Había estado un poco cortante con él.

Me concedí un plazo para llamar a la policía. Llamaría el lunes. Por lo demás, en un domingo no sería fácil localizar al comisario que me había interrogado.

Puse la cassette de Norma muchas veces, mientras en mi cabeza se reproducían los lejanos encuentros con Ishwar, James y la señora Holdein, con la esperanza de encontrar una clave en aquella música, pero ¿dónde, cómo? Sus acordes llenaban todavía nuestro cuarto de estar y el sol, ya desaparecido, había dejado una huella de color anaranjado en el horizonte plateado del mar, cuando volvió a sonar el teléfono y volví a escuchar la voz un poco temblorosa de mi madre.

– No te quiero molestar -dijo-, pero es que no sé si he metido la pata. Ha llamado un hombre con acento extranjero, un inglés, ha dicho. Me parece que se llama James, ya sabes que no entiendo nunca los nombres. Ha dicho que ha estado todo el fin de semana llamándote a casa, pero como teníamos el teléfono estropeado no ha podido localizarte. Ha dicho que era muy urgente hablar contigo y le he dado tu número de teléfono. Era un hombre muy simpático, no sé si he hecho mal.

– ¿Hablaba español?

– Muy mal. Pero yo hablé muy despacio y él hablaba con verbos, con palabras sueltas. Pero nos hemos entendido. ¿Quién es?

– No tengo ni idea.

– ¿He metido la pata?

– No.

Todo lo contrario, si es que se trataba de James Wastley. Yo también quería hablar con él. Quería explicaciones.

Aquella noche soñé con Delhi. Por los pasillos alfombrados del hotel Imperial, a una hora confusa de la madrugada, yo iba de habitación en habitación, dando pequeños golpes de alarma. Eso es todo lo que vagamente recuerdo de aquel sueño, porque no lo anoté. Me pareció importante y simbólico, pero no tenía a mano lápiz y papel.

A mi lado, Alejandro dormía apaciblemente. Me puse un chal sobre los hombros y salí a la terraza. Volvía a tener, como me había sucedido a lo largo de aquel invierno, desde que había asistido a la representación de Norma, la fuerte impresión de que mi vida estaba siendo planeada desde fuera, y de que todo lo que me estaba ocurriendo obedecía a un plan, del cual yo no sabía nada. Me pregunté si Ishwar estaría también complicado en el asunto Fitzcarraldo. En todo caso, eso no cambiaba las cosas ni marchitaba el recuerdo. El amor es confuso y jamás se juega en igualdad de condiciones, jamás se sabe cuál es exactamente el papel que le toca a cada uno. Era curioso que pensara en el amor en aquel momento, pendiente de una llamada que tal vez iba a esclarecer una muerte, la misteriosa muerte de Ángela. Pero no era mi muerte, y si aquella historia me afectaba, era, sobre todo, porque había habido episodios de amor. El mundo de los vivos es el reino del egoísmo.

12

No quise salir en toda la mañana, pendiente de la llamada de James Wastley. Llamó poco antes del mediodía. Su voz sonaba muy lejana.

– ¿Te acuerdas de mí? -preguntó-. Sé que después de tanto tiempo mi llamada te sorprenderá, pero necesito hablar contigo. Llamé a tu casa de Madrid y tu madre me dijo que estabas de vacaciones y me dio tu número de teléfono.

– ¿Dónde estás? -le pregunté.

– Aquí, en Jávea, muy cerca de tu casa, en un bar que se llama Miami.

– ¿Cuándo has llegado?

– Esta mañana, hace más o menos una hora.

– Espérame. En diez minutos estoy allí.

Fui al cuarto que servía de estudio a Alejandro.

– Era James Wastley -le dije-. Está en el Miami. Voy a ir a hablar con él.¿Quieres venir conmigo?

Alejandro tenía un gesto huraño.

– Ve tú -dijo-. Os esperaré aquí.

Me vestí rápidamente y fui al Miami, intentando calmarme, diciéndome que dentro de pocos minutos conocería, seguramente, las claves de aquella historia.

Vi a James bajo el toldo azul de la terraza del Miami, enfrascado en la lectura de un periódico, y con una pila de periódicos sobre la mesa. Sobre ella, había, también, una copa de coñac. Debía de estar atravesando una de sus épocas de licencia. Su pelo de color ceniza parecía más largo y llevaba gafas de sol muy oscuras. Pero era él. Se levantó al verme. Iba vestido como en Delhi: con vaqueros muy gastados y una camisa azul de manga corta. Me tendió la mano y sonrió. Nada en él hacía pensar en espionaje o urgencia. Era un atractivo turista que, seguro de sí mismo, muy tranquilo, se sabe manejar perfectamente en un país extranjero. No era, por lo demás, el único turista que había en el Miami, ni mucho menos en Jávea.

– Gracias por venir -murmuró, mientras estrechaba mi mano-. ¿Quieres tomar algo?

– Tal vez más tarde.

– Entonces podemos dar un paseo por la playa. Hablaremos con más tranquilidad.

James Wastley se levantó de nuevo, buscó una papelera y tiró los periódicos, luego se dirigió hacia el interior del Miami para pagar su consumición.

Nos encaminamos hacia la playa. Fuimos dejando las huellas de nuestros pies en la arena mojada.

– Te estarás preguntando qué hago aquí y por qué tenía tanta urgencia por verte -dijo.

Pensé que era mejor dejarle hablar, no adelantarme. Prefería escuchar su versión.

– Antes de nada -dijo-, quiero darte recuerdos de Ishwar. No exactamente recuerdos. Se quedó muy impresionado contigo. Él no sabe que yo te iba a ver. Si lo llega a saber hubiera sido muy difícil detenerle. Está de nuevo en la universidad, se ha propuesto terminar la carrera. Creo que es una buena decisión.

Asentí. James se detuvo y clavó en mí su mirada.

– Te enteraste de la muerte de Ángela, ¿verdad? Supongo que la policía te interrogó.

– Fue una muerte muy extraña -dije-. ¿Tiene algo que ver con lo que me vas a decir?

– Sí -dijo gravemente-, pero quiero empezar por el principio. De eso te hablaré más tarde. Me interesa que entiendas por qué me dirijo a ti. -Hizo una pausa-. Lo que te voy a decir te puede resultar sorprendente empezó-, hasta un poco absurdo, pero hay aspectos en la vida que son un poco absurdos; a mí también me lo parecen. Normalmente, no les hacemos mucho caso, hasta lo ignoramos, pero, repentinamente, ocupan un primer plano, se apoderan de ti. Eso fue lo que me sucedió a mí. Voy a hablarte un poco de mí porque tal vez así lo entenderás mejor.

"Todo empezó en Delhi, la primera vez que fui a la India, con la idea de seguir las huellas de un pariente mío que había muerto en Bombay, medio desahuciado, hacía casi medio siglo -yo conocía esa historia, que había escuchado en la habitación de Ishwar, también suya, unas horas antes de su llegada a Delhi-. Conocí a Ishwar en Londres, y se ofreció a acompañarme. Nos alojamos en el hotel Imperial. Estuvimos una semana allí. Era mi primer contacto con la India y yo estaba deslumbrado, deforma que no presté mucha atención a los otros ocupantes del hotel. Pero un día que Ishwar había salido y yo me encontraba solo cenando en el restaurante del hotel, un hombre, un inglés de unos cincuenta años, se acercó a mi mesa, y me dijo que tenía algo que decirme. Yo no tenía ningún motivo para negarme. Habló muy claramente, sin rodeos. Prácticamente nada más sentarse, me dijo que era agente del servicio secreto británico, que había investigado mi vida y que yo era la persona ideal para sus fines. En suma: me pidió que colaborara con ellos.

"Ni siquiera sé por qué acepté, pero lo hice. También había razones económicas. Lo habían previsto todo. Sabían en qué situación me encontraba y que de un momento a otro me iba a quedar sin dinero. Me habló de la cobertura que habían ideado: una empresa de producción de películas. Solucionaba mi vida y facilitaba mi trabajo como agente del servicio secreto. Ellos se encargaron de todo. Sólo pedí que dejaran a Ishwar al margen, lo que también estaba de acuerdo con sus planes. A partir de aquella noche, me convertí en profesional del cine y en agente, en espía. El cine me dio trabajo inmediatamente y eso me distrajo. Mi trabajo como agente secreto empezó algo después. Por el momento, no había mucho que hacer; sólo estar disponible. La primera misión llegó al cabo de ocho meses. Recibí un telegrama en Calcuta. Me dieron la orden de trasladarme inmediatamente a Delhi y a alojarme en el hotel Imperial. Tenía que hacerme amigo de una mujer, una agente del servicio secreto soviético, la famosa KGB. Confieso que todo eso me parecía como una broma, algo irreal, como sin duda te lo está pareciendo ahora a ti.