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Querida amiga, interprete estas líneas como un desahogo de una mujer mayor a la que ya no le queda esperanza ni ilusión, una leve protesta a desaparecer sin dejar tras de mí la más mínima huella. Si algo me queda por decirle, si es que he conseguido expresar este conjunto de emociones que todavía desean formularse y perdurar, si algo, en fin, me queda por explicarle, es por qué me dirijo a usted en estos momentos de desolación. Usted despertó en mí un viejo, eterno sentimiento, la única emoción por la que merece la pena vivir y sin la cual morimos lentamente. Le estoy hablando de amor, sí. Ya no me avergüenza decirlo. No tendría sentido avergonzarse de un sentimiento tan hermoso. Me permití darle el brazalete, expresión de mi amor, y no del de aquel muchacho, y mentirle al respecto, pero no quiero dejar esta mentira detrás de mí, sobre todo, cuando mi regalo se ha vuelto contra mí y tengo la necesidad de declarar que de eso sólo yo tengo la culpa, por haberle mentido. Soy yo quien la ama, quien la tiene siempre en mis pensamientos y en mi corazón. Mi gratitud es inmensa si todavía está usted allí, sosteniendo este papel donde escribiré mi nombre por última vez sabiendo, de todos modos, que usted lo está leyendo, dedicándome un recuerdo. Su hermosa mirada en la piscina del hotel Imperial, esa mirada que traté de cristalizar en una simple y humilde fotografía, es lo que me sostiene todavía. Y lo terrible es saber que también eso desaparecerá de mi memoria.

Adiós, amiga Aurora. Su hermoso nombre es, también, un motivo de alegría. Que el destino le reserve felicidad y amor.

Gudrun Holdein

Gudrun Holdein, espía rusa, como una vieja película en blanco y negro. Sentí de nuevo una intensa sequedad en la garganta. Fui a la cocina a llenar mi vaso de agua. Cambié de parecer y me serví whisky. Tal y como había vaticinado James, las noticias de la señora Holdein habían llegado hasta mí. Ignoraba, de momento, si él había previsto la forma que esas noticias tendrían: un mensaje sentimental y desesperado, una declaración de amor. El adjetivo que mi madre aplicaba a Raquel acudió a mi cabeza: pobre señora Holdein, me dije. Y en cierto modo me alegré de haberle ocultado a James la temblorosa proposición que ella me hizo en casa de mis padres.

Honolulú, leí de nuevo en el remite. Ese nombre, de por sí un poco cómico -las ciudades relacionadas con la señora Holdein eran así: Katmandú, Honolulú, como si las escogiera conscientemente, tal vez con el propósito de hacerse perdonar la difícil, casi desagradable sonoridad de su nombre- era lo único que restaba algo de dramatismo a su carta.

Entre todas las declaraciones que acababa de leer, había una que me intrigaba especialmente: la que se refería a mi brazalete. Quedaba ya establecido que el regalo había sido suyo, pero ¿de qué manera se había vuelto contra ella?, ¿con qué objeto James me lo había pedido y qué uso había hecho de él? Cogí la carta proveniente de Londres con la sospecha de encontrar las respuestas a esas preguntas, como de hecho, al menos, en parte, fue.

La carta, como había supuesto, era de James Wastley. En su correcto inglés, había escrito:

Querida Aurora: antes de nada, quiero agradecerte tu colaboración y disculparme porque no puedo cumplir mi promesa de devolverte el brazalete que te regaló la señora Holdein, ya que es completamente seguro que fue ella quien te lo regaló y no, como te dijo, Ishwar. A decir verdad, cuando te lo pedí, no estaba seguro de que pudiera recuperarlo, pero tampoco preveía que tal cosa sería imposible. Ahora que todo ha terminado, no puedo por menos que darte una explicación y excusarme por el margen de engaño que hubo en nuestro encuentro. Sospechábamos que la señora Holdein te había dado algo y lo queríamos porque podía suponer una prueba de sus veleidades -vamos a llamarlas así-, una prueba en sí misma insuficiente, pero que unida a otras serviría para desacreditar a Gudrun Holdein a los ojos de la propia KGB, que era el objetivo que teníamos que alcanzar. Queríamos que cayera en desgracia dentro de su mismo aparato. Ése es el método más eficaz. Parece, aunque no lo hayamos podido confirmar, que además el brazalete había sido robado de una colección de joyas antiguas a la que la señora Holdein tenía acceso. El caso es que la jugada -"nuestra" jugada, la del servicio secreto- ha funcionado. La señora Holdein se enamoró de ti en Delhi, lo comprendí enseguida. Tu aventura con Ishwar no me pudo ocultar lo que estaba sucediendo. Y desde Delhi supe que tú podrías aportar una prueba para su descrédito y caída.

Por si te sientes culpable de haber contribuido a la caída de la señora Holdein, cosa que comprendería perfectamente, porque desde el punto de vista personal ella no te ha hecho ningún daño y es inútil que te pida que adoptes nuestro punto de vista, te diré que el plan hubiera funcionado de todos modos, con o sin ayuda de tu pulsera. Gudrun Holdein estaba ya acorralada. Sólo era cuestión de tiempo.

Ya no es probable que vuelvas a tener noticias suyas. La KGB es bastante estricta con las veleidades -de nuevo acudo a esta palabra vaga y amplia- de sus agentes y en realidad, y eso es lo grave, no se ha podido demostrar para qué vino la señora Holdein a España. Si algo no tolera el aparato es que se hagan costosos desplazamientos que, bajo la excusa de una misión especial, se revelan luego totalmente ajenos a sus intereses. Corrupción, tal vez robo, y desviación sexual, ¿qué más quieres?

Sin embargo, no hay que cargar las tintas y en algunos asuntos hay que decir la verdad. Hemos investigado la muerte de Ángela y creo que estoy en condiciones de asegurar que la señora Holdein no tuvo nada que ver con ella. Vio a Ángela, desde luego, y tal vez hasta le propuso, más o menos veladamente, que colaborara con la KGB. Estoy casi seguro de que lo intentó, aunque no conocemos la respuesta de Ángela. Lo que sí sabemos es que Ángela sufría desvanecimientos y ataques de pánico. Estaba trabajando una tarde por semana en casa de una señora que le había pedido asesoramiento fiscal. Se desmayó en la casa, a media tarde, y cuando la señora la acompañaba a su casa en un taxi, sin que pueda explicarse porqué, Ángela abrió la puerta del taxi y se tiró a la calle. Murió inmediatamente, arrollada por un coche, eso ya lo sabes. No se supo nada de esa señora hasta que ella misma se presentó a la policía y parece que se ha verificado su versión. Una rara historia, en todo caso, pero cierta.

Pero esto no es todo, desde luego. Sigue quedando lo principal. Cuando tus ojos se cruzaron con los míos en el viejo restaurante de Delhi, decidí utilizarte y seducirte, las dos cosas a la vez. Sabía que habíamos concertado un encuentro, y sabía que tú también lo sabías. En eso, ninguno de los dos fuimos inocentes. Admítelo. De eso no me arrepiento. Dejemos a Ishwar e incluso a la señora Holdein fuera de este juego. Son en eso más inocentes que nosotros.