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En la pista había un grupo de fotógrafos con sus cámaras apuntadas hacia el hombre y disparando sus flashs en una serie de agudos resplandores.

El hombre intentó volverse sobre la escalera movible. Su dura mano se aferró al hombro de Rogers cuando intentó apartarlo de su paso. El trenzado que había detrás de la rejilla de su boca estaba fuera de la vista. Rogers oyó cerrarse bruscamente las dos hojas con las que trituraba los alimentos.

Entonces Finchley se las ingenió para pasar junto a ellos y comenzó a bajar por la escalera movible. Mientras descendía se introdujo la mano en el bolsillo para sacar la cartera y luego la chapa del F.B.I. resplandeció brevemente bajo los fulgores de luz. Los fotógrafos se detuvieron.

Rogers respiró hondamente y apartó de su hombro la mano del hombre.

—Muy bien — dijo con suavidad, bajando cuidadosamente la mano del hombre, como si ya no estuviera sujeta a nada —. Todo va bien, hombre. La situación ha sido dominada. El maldito piloto debe de haber radiado algo. Finchley tendrá que hablar con los editores de los periódicos y con los jefes de los servicios telegráficos. No queremos que propaguen la noticia por todo el mundo.

El hombre comenzó a descender y abandonó con inseguridad la escalera movible cuando llegaron al suelo. Murmuró algo que debió ser gracias o una balbuceante excusa. A Rogers le alegró no haberle oído.

—Nosotros nos ocuparemos de la cuestión de las noticias. De lo único que tendrá que preocuparse usted es de las gentes con quienes se encuentre, pero por lo que he visto, creo que sabrá manejarlas perfectamente.

Los resplandecientes ojos de Martino se volvieron salvajemente hacia Rogers.

—Es que usted no me ha observado con demasiada atención — gruño.

Esa tarde Rogers se hallaba en la oficina local del departamento de Seguridad del G.N.A. amasándose de vez en cuando el hombro mientras hablaba. Veintidós hombres estaban sentados en ordenadas filas de sillas, y tomaban notas en cuadernos que reposaban sobre los anchos brazos de las sillas.

—Muy bien — dijo Rogers con voz cansada —. Todos ustedes tienen copias del dossier de Martino. Es muy completo, pero para nosotros no es sino un principio. A todos ustedes se les asignarán misiones oficiales cuando tengan que comenzar a trabajar, pero quiero que cada uno de ustedes sepa lo que se espera que el equipo haga en su totalidad. Cualquiera de ustedes puede llegar a descubrir algo que quizá no le parezca importante a menos de que dispongamos de todo el cuadro. Lo que deseamos es el diagrama de un hombre, desde el último capilar a… — Sus labios se retorcieron —. Remache. Por medio de sus informes individuales vamos a establecer una perfecta descripción de él que nos lo dirá todo desde el día en que nació hasta el momento en que se produjo la explosión en el laboratorio. Deseamos saber qué alimentos le agradan, qué cigarrillos fuma, qué vicios tiene, qué clase de mujeres favorece, y por qué. Deseamos una lista de los libros que lee… y qué es lo que le agrada en ellos. Casi todos ustedes no van a hacer otra cosa sino una intensa investigación sobre él. Cuando hayamos acabado, prácticamente podremos leer su mente.

Rogers dejó que su mano cayese a su costado. — Porque por su mente es por lo único que podemos llegar a reconocerle — prosiguió —. Algunos de ustedes van a recibir la misión de vigilarlo directamente. Serán sus informes los que comparemos con las investigaciones. De manera que tendrán que ser muy detallados, muy precisos. Recuerden que él sabe que está siendo vigilado. Eso quiere decir que gran parte de sus actos estarán encaminados a confundirles. Será en las pequeñas cosas donde podrá cometer algún error. Observen con quién habla, pero presten la misma atención a la forma en que enciende los cigarrillos.

Hizo una pausa.

—Pero recuerden que tienen que vérselas con un genio. Es o Lucas Martino o un agente soviético, pero, quienquiera que sea, es más inteligente que cualquiera de nosotros. Tendrán que afrontar eso, tenerlo bien presente, y recordar que nosotros somos muchos más y que disponemos de un sistema. Naturalmente — añadió con cierto tono de frustración —, también él puede ser parte de un sistema. Pero ellos serían mucho más listos si lo dejaran proceder por su propia cuenta.

De nuevo se detuvo.

—Sí verdaderamente se trata de un agente soviético, entonces tenemos que preguntarnos por qué ha sido enviado aquí. Puede ser que esperen seriamente que vuelvan a destinarlo al programa de desarrollo tecnológico. Si es así, en estos momentos se encuentra en un agujero, pues no tiene a dónde ir. Tal vez haga un intento para salir de la Esfera Aliada. Permanezcan atentos a eso. Pero también puede ser que se encuentre aquí por otra razón. Tal vez los soviéticos se han figurado que lo íbamos a manejar tal como lo estamos haciendo. Si es así, son muchas las clases de conejos que puede comenzar a sacar del sombrero. Estamos enteramente convencidos de que no es una bomba humana o un arsenal andante lleno de ocultos rayos mortíferos y otras cosas así. Estamos convencidos, pero quizá estamos equivocados. Vigílenlo MUY atentamente si comienza a comprar materiales electrónicos o cualquier cosa con la que pueda construir algo.

Suspiró.

—En cuanto a aquellos que se van a encargar de investigar su historia, si alguna vez insinúa en el curso de una conversación una idea que tenga cierto cariz subversivo, deseo saberlo inmediatamente. No sé en qué consiste ese K-Ochenta y ocho, en lo que él trabajaba, pero sus efectos deben ser terribles. Creo que todos apreciaremos el que no construya uno de ellos en la habitación trasera de alguna parte.

Otra vez suspiró.

—Muy bien. Preguntas.

Un hombre levantó la mano.

—Mister Rogers.

—¿Si?

—¿Qué me dice del otro aspecto de este problema? Yo supongo que en Europa hay un equipo tratando de penetrar la organización soviética en cuyas manos se ha encontrado él.

—En efecto. Pero sólo lo hacen porque se comprende que tenemos que prestar atención a todos los cabos sueltos. No llegarán a ninguna parte. Los soviéticos tienen a un individuo llamado Azarín que es el equivalente a un jefe de seguridad de sector. Es muy bueno en su trabajo. Es como un muro de piedra. Si logramos pasar a través de él será por pura suerte. Si no lo conozco mal, todas aquellas personas que de una forma u otra han estado relacionadas con este suceso por ahora se hallarán ya en Ubezkistan, y los informes habrán sido destruidos, si es que alguna vez han existido tales informes. Se una cosa: había algunos hombres que yo creía haber conseguido plantar allí. Han desaparecido. ¿Más preguntas?

—Sí, señor. ¿Cuánto tiempo cree usted que transcurrirá antes de que podamos saber a qué atenernos con todas seguridad sobre ese individuo?

Rogers se limitó a mirar al hombre.

Rogers se hallaba a solas en su oficina cuando Finchley penetró. Afuera comenzaba a oscurecer, y la habitación estaba sombría a despecho de la lámpara que brillaba en la mesa de Rogers. Finchley tomó una silla y esperó, mientras Rogers plegaba sus gafas de lectura y las introducía en el bolsillo superior.

—¿Cómo han ido las cosas? — preguntó.

—Me he preocupado de todo. Prensa, noticiarios y televisión. No le van a hacer esa clase de publicidad.

Rogers asintió con la cabeza.

—Estupendo. Si permitimos que lo conviertan en un monstruo de barraca de ferias, perderemos nuestra última oportunidad. Ya será bastante difícil tal como están las cosas. Gracias por haber hecho usted todo el trabajo, Finchley. Jamás podremos hacer sobre él ninguna observación exacta.

—No creo que tampoco a él le hubiese gustado esa situación — repuso Finchley.

Rogers le miró durante un momento.