Su voz era distraída, como si estuviera pensando en una cosa distinta, y estuviese pensando en ello tan atentamente que apenas oía lo que decía.
Estaba arrellanado en su rincón del asiento trasero, frotándose lentamente con la mano el costado de la cara. No prestó atención alguna cuando uno de los agentes del G.N.A. que había seguido al hombre hasta allí se acercó al coche y se reclinó en la ventanilla del lado de Rogers.
—Está arriba, en el rellano del segundo piso, mister Rogers — dijo —. Lleva arriba unos quince minutos, desde que ha llegado aquí, no ha llamado a ninguna puerta. Simplemente está arriba, recostado contra una pared.
—¿Ni siquiera ha pulsado un timbre? — Preguntó Rogers —. ¿Cómo ha entrado en el edificio?
—En estos lugares no cierran nunca con llave las puertas de la calle, mister Rogers. Todo el mundo puede penetrar en los portales cada vez que lo desea.
—Bien, ¿cuánto tiempo puede llegar a estar aquí arriba? Es probable que baje algún inquilino y lo vea. En ese caso, se producirá un alboroto ¿Y qué es lo que se propone permaneciendo en el pasillo?
—No puedo decírselo, mister Rogers. Nada de cuanto ha hecho en todo el día tiene sentido. Pero tendrá que hacer un movimiento muy pronto, aun cuando no sea sino bajar y comenzar a pasear otra vez. Rogers se inclinó hacia el asiento delantero y le dio unos golpecitos en el hombro al técnico del F.B.l., quien tenía puestos unos auriculares y estaba inclinado sobre un pequeño aparato receptor.
—¿Cómo va eso?
El técnico se ajustó más los auriculares.
—Todo cuanto capto es su respiración. De vez en cuando frota los pies contra el suelo.
—¿Le será posible seguirle si se mueve?
—Si permanece en un pasillo estrecho, o se mantiene cerca de la pared de una ¿habitación, sí, señor. Estos micrófonos de inducción son muy sensibles, y lo he colocado de plano contra un tabique de uno de los escalones del primer piso. Puedo situarlo detrás de él, si penetra en un apartamento.
—¿No lo verá?
—Probablemente no, a menos que esté en movimiento cuando mire. Y podemos saber si alguien está de cara a él por, el volumen de los ruidos que hace. Su aspecto es exactamente como el de un estuche de fósforos, y tiene pequeñas hebras de plástico pegajoso sobre las que se arrastra. No hace ningún ruido, y los hilos que arrastra tienen el espesor del cabello. Jamás he tenido complicación alguna con uno de estos aparatos.
—Ya. Hágame saber si hace algún…
—Se mueve.
El técnico accionó una clavija, y Rogers oyó el ruido de pesados pasos sobre las maderas del suelo del pasillo. Después el hombre llamó suavemente a una puerta, y sus nudillos apenas rozaron la madera antes de detenerse.
—Voy a colocarlo un poco más próximo.
Oyeron al micrófono deslizarse en silencio escaleras arriba. Después el altavoz comenzó a emitir sonoramente la pesada respiración del hombre.
—¿Qué es lo que le excita tanto? — se preguntó Rogers.
Oyeron al hombre llamar vacilantemente. Sus pies se movieron nerviosamente.
Alguien avanzaba hacia la puerta. La oyeron abrirse, y después escucharon el espasmódico ruido que hizo una respiración contenida. No supieron si había sido el hombre o no quien había hecho el ruido.
—¿Sí?
Fue una mujer cogida por sorpresa.
—¿Edith?
La. voz del hombre fue baja y afligida.
Finchley se enderezó en su asiento.
—De esto se trataba… esto lo explica. Ha estado todo el día intentando hacer acopio de valor.
—¿Valor para qué? Eso no demuestra nada — gruñó Rogers.
—Soy Edith Hayes — dijo cautelosamente la mujer.
—Edith… soy Luke. Lucas Martino.
—Luke.
—Fue en un accidente, Edith. Abandoné el hospital hace unas cuantas semanas. Me han retirado.
Rogers gruñó:
—Está explicando bien su historia, ¿no?
—Ha tenido todo el día para pensar cómo debía hacerlo — replicó Finchley.
—¿Qué esperaba usted que hiciese? ¿Contarle la historia de veinte años mientras permanece en el umbral de su puerta?
—Tal vez.
—Por amor de Dios, Shawn, si éste no es Martino, ¿Cómo conoce la existencia de ella?
—Puedo pensar en montones de medios por los cuales Azarín podría arrancarle a un hombre esta clase de detalles.
—Eso no es probable.
—Nada es probable. No es probable que cualquier particular célula seminal se desarrollara para convertirse en Lucas Martino. No puedo dejar de recordar que Azarín es hombre que piensa en todo concienzudamente.
—Edith… — dijo la voz del hombre —, ¿puedo… puedo entrar por un momento?
La mujer vaciló durante un segundo. Después contestó:
—Sí, por supuesto.
E hombre suspiró.
—Gracias.
Penetró en el apartamento y la puerta se cerró. El técnico del F.B.I. hizo que el micrófono se moviera hacia adelante y se aplanara contra los paneles.
—Siéntate, Luke.
—Gracias.
Durante unos cuantos momentos permanecieron sentados en silencio.
—Tienes un apartamento muy bonito, Edith. Ha sido instalado muy confortablemente.
—A Sam, mi esposo, le gustaba hacer trabajos manuales — dijo torpemente la mujer —. Lo instaló el. Consumió en ello mucho tiempo. Ahora está muerto. Se cayó de un edificio en el que trabajaba.
Se produjo otra pausa. Después el hombre dijo:
—Lamento que jamás me fuese posible venir a verte después de haber abandonado el colegio.
—Creo que tú y Sam habríais llegado a entenderos muy bien. Era en gran parte como tú eras en otros tiempos.
—No creo que jamás me comportara así contigo.
—Te comprendo.
El hombre se aclaró la garganta nerviosamente.
—Ofreces muy buen aspecto, Edith. ¿Te van perfectamente bien las cosas?
—No puedo quejarme, trabajo. Susan permanece en casa de una amiga desde que sale de la escuela hasta que yo la recojo cuando regreso a casa por la noche.
—No sabía que tuvieses una hija.
—Susan tiene once años. Es una niña muy inteligente. Me siento completamente orgullosa de ella.
—¿Duerme ahora?
—Oh, sí… hace bastante rato que se ha acostado.
—Lamento haber venido tan tarde. Mantendré baja la voz.
—Esa observación no ha sido una indirecta, Luke.
—Lo… lo sé. Pero es tarde. Me iré dentro de un minuto.
—No es necesario que te des prisa. No me voy jamás a la cama antes de medianoche.
—Pero estoy seguro de que tienes cosas que hacer… ropas que planchar, empaquetar la de Susan.
—Eso no me lleva sino unos cuantos minutos, Luke. — Ahora la voz de la mujer parecía un poco más firme —. Siempre nos sentíamos incómodos cuando estábamos juntos. No recaigamos en ese viejo hábito.
—Lo siento, Edith. Llevas razón. Pero, ¿sabes?, no me he sentido ni siquiera capaz de llamarte para preguntarte si podía venir a verte. Lo he intentado, Y me he sorprendido imaginándome que rehusarías verme. He pasado todo el día haciendo acopio de valor para hacer esto.
El hombre se sentía aún incómodo. Por lo que podían juzgar los que escuchaban, no se había quitado aún el abrigo.
—¿Qué es lo que te ocurre, Luke?
—Es complicado. Cuando estaba en su… en el… hospital, me pasaba mucho tiempo pensando en nosotros. No como amantes, ¿comprendes?, sino como personas… como amigos. Nunca llegamos a conocernos el uno al otro, ¿verdad? Al menos, no llegué a conocerte jamás. Me hallaba demasiado abstraído en lo que estaba haciendo y en lo que deseaba hacer. Nunca te presté una verdadera atención. Pensaba en ti como en un problema, no como en una persona. Y creo que esta noche he venido aquí para presentarte mis excusas por ello.