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Pero comprobó que se hallaba aislado. Por alguna razón, no podía comprender en absoluto porqué, no tenía amigos. Cuando intentaba aproximarse a algunos de sus compañeros de clase, comprobaban que le miraban con resentimiento o que estaban demasiados atareados. Descubrió que la mayor parte de ellos tenían que realizar por lo menos el doble de esfuerzo que él y que ninguno estaba tan seguro de si mismo como él. Esto le dejaba perplejo, después de todo eran estudiantes del Tecnológico, y al fin comprendió que la mayoría de las personas se contentaban con saber que aprovechaban sólo el ochenta y cinco por ciento de su tiempo. Pero eso no hizo nada para ayudarle.

Todavía se sintió más confuso. Sin la menor duda había esperado que en el Tecnológico encontraría a una diferente clase de gente. Y, en realidad, la había encontrado. Eran muchos los estudiantes que habían abandonado sus demás preocupaciones al llegar allí. Dormían poco, comían de prisa, no hacían otra cosa sino estudiar. En las clases, tomaban notas increíblemente grandes, por la noche se la llevaban a sus habitaciones y perdían la vista repasándolas. No se tomaban la molestia de contestar a las cartas que le mandaban de casa, y las expediciones a la ciudad por las noches se hallaban por completo fuera de la cuestión. Su conversación se componía de una serie de discusiones sobre sus tareas, y si algunos de ellos tenían problemas, los mantenían enterrados y no se ocupaban de otra cosa sino del desarrollo de los estudios.

Pero según descubrió Lucas, esto no quería decir que ninguno de ellos fuese feliz o estuvieran considerablemente familiarizados con sus temas. Sólo quería decir que eran temporales monomaníacos.

Durante un tiempo se preguntó si también él era un monomaníaco más. Pero esa idea no parecía encajar en los hechos. De forma que, una vez más, se vio obligado a llegar a la conclusión de que era una especie de fenómeno, un ser que, por alguna razón, se había olvidado de dar un paso que la mayoría de las personas daban con tanta naturalidad que ni siquiera se percataban de ello. Esto le hizo preocuparse profundamente, en aquellos raros momentos en los que su mente se lo permitía. La mayor parte del día lo pasaba completamente absorto en su trabajo. Pero, por la noche, cuando estaba sentado en su habitación con las notas del día completadas y las lecciones estudiadas, miraba inexpresivamente la pared que había al otro lado de su mesa y se preguntaba qué remedio podía aplicarle a aquel fracaso que había hecho de Lucas Martino.

El único progreso que realizó fue en aquel breve tiempo en que casi literalmente descubrió a su compañero de habitación.

Frank Heywood era la persona ideal para compartir la pequeña habitación con Lucas Martino. Un tipo tranquilo y sereno que no hablaba nunca excepto cuando era absolutamente necesario, parecía atemperar sus movimientos a las dimensiones de la habitación para que de esa manera no estorbasen nunca a Lucas. Usaba la habitación sólo para dormir y estudiar, y salía de ella cada vez que tenía tiempo libre. Cuando Lucas pensó en ello algunas semanas después de haber comenzado el año, decidió que Frank, como él mismo, había estado demasiado atareado para entregarse a la amistad o estrictamente a la suficiente cortesía para que le dejaran vivir en paz. Pero, evidentemente, también Frank se asentó y empezó a encontrar un poco de desahogo, porque fue su compañero de habitación, y no Lucas, quien inició la breve amistad que existió entre ellos.

—Sabes — le dijo Frank una noche, dejándole asombrado —, indudablemente tú eres el tipo más importante de este cuerpo estudiantil.

Lucas le miró desde el otro lado de la mesa, ante la cual permanecía sentado con la barbilla apoyada en las manos.

—¿Quién, yo?

—Sí, tú. — La expresión de Heywood era completamente grave —. Lo digo en serio. El rumor que corre en el colegio es que eres un empollón. Yo te he observado, y la verdad es que aprenderte las lecciones ni te cuesta ni la mitad de esfuerzo que a todos esos asnos. No te es necesario esforzarte mucho. Una mirada a los libros y la lección se te queda grabada para siempre.

—¿Y?

—Eso quiere decir que tienes sesos.

—No son muchos los retrasados mentales que ingresan en colegios como éstos.

—¿Retrasados mentales? — Frank hizo un ademán despectivo —. ¡Demonios, no! Este lugar es la cuna de la próxima generación de buenos americanos sabios, la esperanza del futuro, el depósito de todas nuestras mejores mentes técnicas. Y la mayor parte de ellas no pueden competir contigo sin estar pensando en las cuestiones más de una hora. ¿Por qué? Porque les han enseñado cómo deben leer los textos, no cómo deben usarlos. Eso no es lo que ocurre contigo.

Lucas le miró atónito. En primer lugar, ése era el discurso más largo que Frank le había hecho desde que le conocía. En segundo lugar, sus palabras constituían un punto de vista completamente nuevo, una actitud hacia el Tecnológico y todo cuanto representaba. El no había oído nunca expresar esa opinión, y no la había considerado jamás.

—¿Qué es lo que eso quiere decir en el fondo? — preguntó, animado por la curiosidad de saber todo cuanto le fuese posible.

—Esto: debido a como son enseñadas aquí las cosas, la mayor parte de los estudiantes sólo pueden tener resultados positivos grabándose en la memoria lo que se les dice. He estado hablando con algunos de ellos. Apuesto a que en este mismo piso puedes encontrar a diez tipos capaces de repetirte palabra por palabra sus textos, haciéndolo como alguien que se saca de la garganta una lombriz interminable. También te apuesto a que, si dentro de quince años, sucede que algunos cajistas comunistas modifican deliberadamente las palabras del texto, la ciencia aliada se irá al diablo ya que nadie tendrá la iniciativa suficiente para figurarse qué debería decir realmente en él. Y sobre todo no la tendrán esos diez tipos. Se pasarán la vida diseñando sistemas de control contra cohetes que estén de acuerdo con los sistemas de radar, porque así dice el texto que se debe hacer.

—No te comprendo — dijo Lucas frunciendo el ceño.

—Escucha, esos tipos no son retrasados mentales, son muy inteligentes porque de otra manera no estarían aquí. Pero les han enseñado que la única manera de aprenderse algo es grabándoselo en la memoria. Si les ofreces algo de prisa, se lo aprenderán de memoria… pero no tendrán tiempo para pensar. Se atiborrarán de palabras, y cuando llegue el momento de demostrar lo que saben, lo soltarán todo como papagayos.

«Yo diría que seguir así es una cosa tremendamente peligrosa. Digo que, alguien con sesos debe empezar a darse cuenta de lo que se va a hacer a sí mismo y lo que le está haciendo al esfuerzo aliado cuando se atiborra de hechos indiscriminadamente. Digo que todo el que se dé cuenta de ello deseará hacer algo al respecto. Pero todos los papagayos que hay aquí no se molestan siquiera ni en fruncir la frente. De forma que, considerándolo todo, digo que quizá tienen sesos, pero que no tienen bastantes sesos.

»En cambio te he observado a ti. Cuando estoy sentado aquí y veo en qué forma estudias tus notas, experimento un placer. He aquí un tipo con una expresión en la cara como si estuviera mirando la carta de una amante cuando estudia un texto de electrónica. He aquí un tipo que realiza un proyecto como un hombre construye un buen reloj. He aquí un tipo que lo mastica todo bien antes de tragarlo. He aquí un tipo que hace algo con lo que le dan. Cuando uno piensa bien en ello, he aquí un tipo que en este lugar va a producir realmente.»

Lucas elevó las cejas.

—¿Yo?

—Tú. No ceso de observar. Supongo que he echado por lo menos una ojeada a todos los tipos de este colegio. Hay unos cuantos como tú en la facultad, pero ninguno en el cuerpo estudiantil. Unos cuantos se aproximan bastante, pero ninguno está a tu altura. Por eso es por lo que digo que, de todos los tipos que hay aquí en las cuatro clases, tú eres el único digno de ser observado. Tú eres el tipo que va a ser realmente grande en su especialidad sea ingeniería civil o dinámica nuclear.