—Lo intentaré.
—Gracias. En nuestro lado son muchas las grandes cosas que son hechas por muchas personas. Y los de su lado no lo saben. Si lo supieran, ustedes se pasarían mucho más de prisa a nuestro bando.
Martino no dijo nada. Transcurrió un inconfortable momento, y después el doctor Kothu dijo:
—Debemos tenerle preparado. Una cosa queda por hacer, y la haremos del mejor modo posible. Se trata del brazo. — Sonrió como lo había hecho al entrar —. Llamaré a las enfermeras, y ellas le prepararán. Le veré de nuevo en el anfiteatro de operaciones, y cuando hayamos acabado, estará usted como nuevo.
—Gracias doctor.
Kothu se fue, y las enfermeras penetraron.
Eran mujeres vestidas con blancos uniformes muy almidonados y cubiertas con unas tocas que les ocultaban por completo el cabello. Sus caras eran un poco bastas de piel, pero claras, y carecían de expresión. Los labios los mantenían oprimidos, tal como les habían enseñado a mantenerlos las tradiciones de sus academias, y no los llevaban pintados. Porque en ellas no se advertía ninguno delos indicios comunes a las mujeres de las culturas aliadas, era imposible adivinar su edad y obtener una exacta respuesta. Le desvistieron y le lavaron sin hablarse entre sí ni dirigirle a él la palabra. Le quitaron los vendajes del hombro izquierdo, pintaron la zona con un germicida de color, volvieron a poner un vendaje esterilizado y lo colocaron en una camilla de ruedas que una de ellas había introducido en la habitación.
Trabajaban con completa competencia, sin malgastar movimientos y dividiéndose perfectamente el trabajo; eran un equipo que se había elevado sobre la carne y más allá de toda pericia, menos una, la cual la habían desarrollado tanto en la perfecta práctica de su arte que no importaba si Martino estaba allí o no.
Martino permaneció pasivamente silencioso, observándolas sin hacer nada para estorbar sus movimientos, y ellas le manejaron como si fuese un maniquí para hacer prácticas con él.
Azarín recorrió el pasillo hacia la habitación de Martino, acompañado por Kothu, que caminaba junto a él.
—Sí, coronel, aunque realmente no está aún fuerte, ahora es sólo cuestión de suficiente reposo. Todas las operaciones han constituido un gran éxito.
—¿Puede hablar mucho?
—Hoy no, quizá. Depende del tema de la discusión, por supuesto. Un excesivo esfuerzo sería perjudicial.
—Eso lo decidirá en gran medida él mismo. ¿Está aquí?
—Sí coronel.
El pequeño doctor abrió ampliamente la puerta, y Azarín pasó a través de ella.
Se detuvo como si alguien le hubiese clavado una bayoneta en el vientre. Contempló con fijeza la increíble cosa que había en la cama.
Martino se hallaba mirándole, con las sábanas en torno al pecho. Azarín pudo ver el oscuro agujero donde estaban sus ojos, atisbando desde el metal. El brazo sano se hallaba debajo de las sábanas. El izquierdo yacía a través de su regazo, como la garra de un ser procedente de la luna. La criatura no dijo nada, no hizo nada. Permaneció en la cama mirándole.
Azarín fulminó con la mirada a Kothu.
—Usted no me había dicho que tenía este aspecto.
El doctor se sintió aplanado.
—¡Naturalmente que se lo he dicho! Lo he descrito cuidadosamente las aplicaciones protéticas. Le he asegurado que eran perfectamente funcionales, maravillas de ingeniería, aunque no especialmente cosméticas. Usted lo ha aprobado.
—Usted no me había dicho que ofrecía este aspecto — gruñó Azarín —. Y ahora presénteme.
—Desde luego — dijo nerviosamente el doctor Kothu. Se volvió hacia Martino —, Este señor es el coronel Azarín. Ha venido aquí para observar su situación.
Azarín se obligó a acercarse a la cama. La cara se le arrugó en una sonrisa.
—¿Cómo está usted? — preguntó en inglés, tendiendo la mano.
La cosa que yacía en la cama se la estrechó con su mano sana.
—Me siento mejor, gracias — Contesta neutralmente — ¿Cómo está usted?
Su mano, al menos, era humana. Azarín la estrechó cálidamente.
—Bien, muchas gracias. Querrá hablar. Doctor Kothu tráigame una silla por favor. Me sentaré aquí, y hablaremos. — Esperó a que Kothu colocara la silla —. Gracias. Ahora puede irse. Le llamaré cuando desee irme.
—Desde luego, coronel. Buenas tardes, señor —, dijo Kothu a la cosa que yacía en la cama, y se fue.
—Ahora, doctor en ciencias Martino, hablaremos — dijo con agrado Azarín, tras haberse instalado en la silla —. He estado esperando a que se recuperara usted. Espero no estar molestándole, señor, pero comprenderá que hay cosas que aguardan: informes que completar, documentos que rellenar, y así sucesivamente. — Sacudió la cabeza —. Papeleo, señor. Siempre papeleo.
—Desde luego — dijo Martino, y a Azarín le resultó difícil atribuir aquella voz perfectamente. normal a la fea cara —. Supongo que los de mi bando han estado fastidiando a los de su bando para que yo sea devuelto, y eso significa tener que escribir muchísimos papeles, ¿no es así?
«Es inteligente», pensó Azarín. «Desde el primer momento ha intentado descubrir si los suyos han ejercido mucha presión. Bien, si el tono de voz de Novoya Moskva quiere decir algo, la han ejercido de firme.»
—Siempre hay papeleo — repitió sonriente —. Comprenderá usted que soy responsable de este sector y que mis jefes desean informes.
«De forma que ahora puede conjeturar cuanto desee», se dijo.
—¿Se siente cómodo? Espero que todo esté a su entera. satisfacción. Comprenderá que, como coronel al mando de este sector, he ordenado que le prestaran a usted la mejor atención médica.
—Me siento muy cómodo, gracias.
—Estoy. seguro de que usted, como doctor en ciencias, ha debido quedar más impresionado por este trabajo que yo, puesto que no soy sino un simple soldado.
—Mi especialidad es electrónica, coronel, no servomecánica.
«Ah. De forma que ya hemos dejado aclaradas las cosas…»
Bien, no tan aclaradas, pensó furiosamente Azarín, pues Martino no había ofrecido aún signo alguno de que fuera a ser útil. Después de todo, poco importaba que Martino no hablase mucho.
Aquellas primeras conversaciones raramente eran muy productivas en sí mismas. Pero establecían el tono de todo cuanto seguía después. Fue entonces cuando Azarín decidió qué tácticas debían emplear contra aquel hombre. Azarín sabía que tendría que medirse con Martino.
¿Pero cómo podía nadie saber lo que pensaba aquel hombre, cuando su cara era la cara de una bestia de metal, una cosa tallada, inmóvil, sin signos de ninguna especie? ¡En ella no había cólera, ni temor, ni indecisión… ni debilidad!
Azarín frunció el ceño. Sin embargo, al final, ganaría él. Lograría penetrar detrás de aquella máscara, y se haría con el dominio de todos sus secretos.
Si disponía de tiempo, se recordó. Habían transcurrido ya seis semanas. Seis semanas. ¿Hasta qué punto se mostrarían pacientes los aliados? ¿Hasta qué punto se arriesgaría Novoya Moskva a abusar de esa paciencia?
Casi fulminó con la mirada al hombre. Era culpa suya que aquel increíble asunto se hubiera producido.
—Dígame, doctor Martino — repuso —, ¿no se pregunta por qué está aquí, en uno de nuestros hospitales?
—Supongo que porque ustedes se anticiparon a nuestros equipos de rescate.
Estaba empezando a resultar claro para Azarín que aquel Martino tenía el propósito de no facilitarle las cosas para entrar en materia.