—Todo, eso son demasiadas suposiciones. ¿Qué es lo que él dice al respecto?
Willis se encogió de hombros.
—Dice que le hicieron algunas proposiciones.
Decidió, que eran simple cebo y las rechazó. Dice que lo interrogaron, pero que no se fue de la lengua.
—¿Lo considera usted posible?
—Todo es posible. No le han vuelto loco aún. Eso es algo en sí mismo. Ha sido siempre un individuo firmemente equilibrado.
Rogers emitió un sonido despectivo.
—Escuche, ellos vuelven loco a todo el mundo cada vez que desean hacer eso. ¿Por qué no él?
—No digo que no lo hayan vuelto loco. Pero hay una posibilidad de que diga la verdad. Quizá no dispusieran de suficiente tiempo. Quizá él tuvo la ventaja sobre sus acostumbrados sujetos. El hecho de que no tenga facciones movibles y un ciclo respiratorio convulso por los que ellos hubiesen podido ver cuándo se hallaba próximo al borde del derrumbe, puede haberles ayudado.
—Si — asintió Rogers —. Empiezo a darme cuenta de esa posibilidad.
—Y los latidos de su corazón tampoco son un indicador, debido a la gran parte de peso que tiene que soportar su instalación eléctrica. Me han dicho que todo su ciclo metabólico es impuro.
—No puedo comprenderlo — dijo Rogers —. No puedo comprenderlo en absoluto. O es Martino o no lo es. Los soviéticos se toman todas esas molestias. Y luego nos lo devuelven. Si es Martino, sigo sin comprender qué es lo que esperan conseguir. No puedo aceptar la idea de que no esperan conseguir algo. Ellos no son así.
—Tampoco nosotros somos así.
—Desde luego. Escuche, constituimos dos bandos, y ambos estamos convencidos de que el equivocado es el otro. Este siglo transformará la forma de vivir del mundo para los próximos mil años. Cuando son tales las cosas que se hallan en juego, uno procura mucho no dar pasos en falso. Si no es Martino, sin duda alguna saben que no lo aceptaremos sin cerciorarnos profundamente que se trata de él. Si su idea es jugarnos una mala partida imponiéndonos a un individuo falso, entonces son más torpes de lo que dan a entender sus últimas realizaciones. Pero si es Martino, ¿por qué lo han dejado irse? ¿Se ha pasado a ellos? Dios sabe que se han hecho soviéticos siete países de los que jamás hubiéramos sospechado tal cosa.
Se frotó la parte superior de la cabeza.
—Por lo pronto, han conseguido que tengamos que quebrarnos la cabeza a causa de ese tipo.
Willis asintió con la cabeza agriamente.
—Lo se. Escuche, ¿cuánto es lo que sabe usted sobre los rusos?
—¿Sobre los rusos? Tanto como lo que sé sobre otros soviéticos. ¿Por qué?
Willis contestó con reluctancia.
—Bien, es una gran equivocación generalizar sobre estas cosas. Pero algo que estamos obligados a tener en cuenta en la guerra sicológica es la idea que los eslavos tienen de una broma. Particularmente los rusos. No ceso de pensar que, tanto si la cosa comenzó así como si no, cada uno los que lo saben todo sobre ese tipo están riéndose de nosotros ahora. Les gustan muchísimo las bromas prácticas, especialmente aquéllas en las que alguien sangra un poco. Tengo una visión de los muchachos de Novoya Moskva congregados en torno a unas botellas de vodka y riendo, riendo y riendo.
—Eso es estupendo — dijo Rogers — Estupendísimo. — Se pasó la mano por la mandíbula, nos ayuda mucho.
—He creído que usted disfrutaría.
—¡Maldita sea, Willis, tengo que quebrar esa concha suya! No podemos permitir que ande por ahí libre y como un caso sin resolver. Martino es uno de los mejores en su especialidad. Habrá que pensar en él siempre, porque sus ideas serán indispensables en cada uno de los proyectos que llevemos a cabo en los próximos diez años. Estaba trabajando en ese asunto llamado K-Ochenta ocho. Y los soviéticos lo han tenido en su poder durante cuatro meses. ¿Qué es lo que han extraído de él? ¿Qué es lo que le han hecho? ¿Lo tienen aún consigo?
—Comprendo… — dijo lentamente Willis —. Me doy cuenta de que puede haberlo dicho casi todo, incluso haberse convertido en un activo agente. Pero, con relación a este asunto suyo, si no es Martino en absoluto… francamente, es algo que no puedo creer. ¿Qué me dice de las huellas dactilares de su mano sana?
Rogers lanzó una maldición.
—Su hombro derecho es una masa de tejido cicatrizado. Si pueden sustituir los ojos, los oídos y los pulmones por partes mecánicas, si pueden motorizar un brazo e injertarlo en una persona, ¿de qué medios podemos valemos para saber a qué atenernos?
Willis se puso pálido.
—Lo que usted quiere decir… es que pueden falsificarlo todo. Es positivamente el brazo derecho de Martino, pero eso no quiere decir necesariamente que sea Martino.
—Exactamente.
El teléfono sonó. Rogers giró sobre su litera y tomó el aparato de la mesita que había junto a él.
—Rogers — murmuró —. Sí. mister Deptford.
Los números luminosos de su reloj flotaban ante sus ojos, y parpadeó agudamente para afirmarlos. Las once y media de la noche. Había dormido un poco menos de dos horas.
—Hola, Shawn. En estos momentos tengo delante de mí su tercer informe diario. Lamento haber tenido que despertarle, pero la verdad es que no parece que haga usted muchos progresos, ¿verdad?
—Lleva usted razón. En cuanto a haberme despertado, quiero decir. No, no estoy haciendo grandes progresos en este asunto.
La oficina se hallaba oscura, a excepción de la franja de luz que se filtraba por debajo de la puerta que conducía al pasillo. En el otro lado del pasillo, en una oficina más grande que Rogers había requisado, unos especialistas en la materia estaban comparando y evaluando los informes que habían hecho Finchley, Barrister, Willis y todos los demás. Rogers podía oír débilmente el incesante tecleteo de las máquinas de escribir y de las máquinas I.B.M.
—¿Podría ser de algún valor el que yo bajase ahí?
—¿Para hacerse cargo de la investigación? Adelante. Cuando quiera.
—Deptford no dijo nada durante un momento. Después preguntó:
—¿Podría ir yo más de prisa que usted?
—No.
—Eso es lo que le he dicho a Karl Schwenn. A pesar de todo le ha confiado el asunto, ¿eh? Shawn, no tenía otro remedio que hacerlo. Todo el programa del K-Ochenta y ocho hace meses que permanece suspendido. A ningún otro proyecto del mundo se le hubiera permitido permanecer abandonado durante tanto tiempo. A la primera duda concerniente a su seguridad, habría pasado a convertirse en una cuestión de simple rutina. Usted lo sabe. Y el interés que ahora se siente debe darle a entender lo muy importante que el K-Ochenta y ocho. Creo que se da cuenta de lo que sucede en estos momentos en África. Es preciso que nosotros dispongamos de algo para mostrarlo. Tenemos que acallar a los soviéticos… al menos hasta que ellos hayan desarrollado algo capaz de estar a la altura de lo nuestro. El ministerio está ejerciendo presión sobre el departamento para que sea tomada una rápida decisión sobre ese hombre.
—LO siento, señor. A ese hombre lo hemos desmontado casi literalmente como a una bomba. Pero no hemos llegado a ningún resultado que nos permita demostrar de qué clase de bomba se trata.
—Debe haber algo.
—Mister Deptford, cuando nosotros enviamos un agente al otro lado de la frontera, lo proveemos de todos los documentos de identidad. Vamos aún más lejos. Le llenamos los bolsillos con monedas soviéticas, las llaves de sus puertas soviéticas, sus cigarrillos soviéticos, sus peines soviéticos. Le damos una de su billeteras, con sus recibos y los tickets de sus lavanderías. Le damos fotografías de parientes y muchachas hechas con la clase de papel que ellos emplean y sus productos químicos, y sin embargo, cada uno de esos productos salen de nuestras fábricas y jamás han visto el otro lado de la frontera.