—¿Capitán Matthews? —preguntó.
El capitán era un hombre razonablemente grande y masculino, muy bien conservado, pero parecía pequeño e incluso afeminado en comparación con el hombre de la puerta, y creo que se dio cuenta. De todos modos, apretó la mandíbula y dijo:
—Exacto.
El hombretón avanzó hacia Matthews y extendió la mano.
—Me alegro de conocerle, capitán. Soy Kyle Chutsky. Hablamos por teléfono.
Mientras se estrechaban las manos, paseó la vista alrededor de la mesa y se detuvo en Deborah, antes de volver hacia Matthews, pero al cabo de medio segundo volvió la cabeza y miró a Doakes, sólo un momento. Ninguno de los dos dijo nada, ni se movió, cambió de postura o sacó una tarjeta, pero yo me quedé convencido de que ya se conocían. Sin darlo a entender de ninguna manera, Doakes clavó la vista en la mesa y Chutsky devolvió su atención al capitán.
—Tiene usted un gran departamento, capitán Matthews. Sólo oigo cosas buenas de sus chicos.
—Gracias…, señor Chutsky —dijo Matthews, tirante—. ¿Quiere sentarse?
Chutsky le dedicó una enorme y cautivadora sonrisa.
—Gracias —dijo, y se sentó en el asiento vacío que había quedado al lado de Deborah. Ella no se volvió a mirarle, pero desde donde yo estaba situado observé que un lento rubor ascendía por su cuello, hasta invadir su ceño fruncido.
En este momento, oí una vocecita en el fondo del cerebro de Dexter, que carraspeaba y decía, «Perdonen un momento, pero ¿qué coño está pasando aquí?» Tal vez alguien me había puesto un poco de LSD en el café, porque todo esto empezaba a parecerme Dexter en el País de las Maravillas. ¿Por qué estábamos aquí? ¿Quién era el grandote con cicatrices que ponía nervioso al capitán Matthews? ¿De qué conocía a Doakes? ¿Y por qué, por el amor de todo lo que es brillante, reluciente y afilado, se estaba ruborizando Deborah?
Con frecuencia me encuentro en situaciones en que da la impresión de que todo el mundo se ha leído el manual de instrucciones, mientras el pobre Dexter está en la inopia y no da pie con bola. Suele estar relacionado con alguna emoción humana natural, algo que todo el mundo comprende. Por desgracia, Dexter es de una galaxia diferente y no siente ni comprende tales cosas. Lo único que puedo hacer es reunir algunas rápidas pistas para que me ayuden a decidir qué clase de cara debo poner, mientras espero a que las cosas se acomoden en el mapa familiar.
Miré a Vince Masuoka. Me sentía más cerca de él que de cualquier otro técnico de laboratorio, y no sólo porque nos turnáramos en traer donuts. Él también daba la impresión de vivir fingiendo, como si hubiera visto una serie de vídeos para aprender a sonreír y hablar con la gente. No tenía talento para fingir como yo, y el resultado nunca era convincente, pero sentía cierta afinidad.
En este momento parecía nervioso e intimidado, como si intentara tragar saliva sin conseguirlo. No me aportaba ninguna pista.
Camilla Figg estaba petrificada, con la vista clavada en un punto de la pared de enfrente. Había palidecido, pero había un punto de color rojo, pequeño y muy redondo, en cada mejilla.
Deborah, como ya he dicho, estaba derrumbada en su silla y parecía muy ocupada en teñirse de un vistoso escarlata.
Chutsky dio una palmada sobre la mesa, paseó la mirada a su alrededor con una enorme sonrisa de felicidad y dijo:
—Quiero darles las gracias a todos por su cooperación en este caso. Es muy importante que no digamos nada hasta que mi gente pueda intervenir.
El capitán Matthews carraspeó.
—Ejem, yo, er, imagino que querrá que continuemos nuestros procedimientos de investigación rutinarios, el, er, interrogatorio de los testigos y todo eso.
Chutsky negó con la cabeza lentamente.
—De ninguna manera. Necesito que su gente abandone la investigación de inmediato. Quiero que este asunto se paralice por completo. En lo tocante a su departamento, capitán, quiero que hagan como si no hubiera sucedido nunca.
—¿Se está haciendo cargo de esta investigación? —preguntó Deborah.
Chutsky la miró y su sonrisa se ensanchó todavía más.
—Exacto —dijo.
Tal vez habría seguido sonriendo de manera indefinida de no ser por el agente Coronel, el poli que se había sentado en el porche con la anciana que sollozaba y vomitaba.
—Sí, espere un momento —dijo, después de carraspear, y la hostilidad de su voz consiguió que su leve acento se hiciera más patente. Chutsky se volvió a mirarle, con la sonrisa estampada en su cara. Coronel parecía nervioso, pero sostuvo la mirada jovial de Chutsky—. ¿Trata de impedir que hagamos nuestro trabajo?
—Su trabajo es proteger y servir —respondió Chutsky—. En este caso, significa proteger esta información y servirme a mí.
—Eso es una chorrada —dijo Coronel.
—Da igual lo que sea —replicó Chutsky—. Van a hacerlo.
—¿Quién coño es usted para decirme eso?
El capitán Matthews repiqueteó sobre la mesa con las yemas de los dedos.
—Ya basta, Coronel. El señor Chutsky es de Washington, y me han dado instrucciones de prestarle toda nuestra colaboración. Coronel meneó la cabeza.
—No es del FBI —dijo.
Chutsky se limitó a sonreír. El capitán Matthews tomó aliento para decir algo, pero Doakes movió un centímetro la cabeza hacia Coronel y dijo:
—Cierra el pico.
Coronel le miró, y perdió un punto de agresividad.
—Es mejor no meternos en esta mierda —continuó Doakes—. Que se encargue su gente.
—Eso no es justo —dijo Coronel.
—Olvídalo —dijo Doakes.
Coronel abrió la boca, Doakes enarcó las cejas, y al ver aquella cara, el agente Coronel decidió dejarlo correr.
El capitán Matthews carraspeó en un intento de recuperar el control.
—¿Alguna pregunta más? Muy bien, señor Chutsky. Si podemos ayudarle de alguna otra forma…
—La verdad, capitán, le agradecería que me prestara uno de sus detectives a modo de enlace. Alguien que me pueda orientar, poner los puntos sobre las íes, todo eso.
Todas las cabezas de la mesa se volvieron hacia Doakes al unísono, excepto la de Chutsky. Se volvió hacia Deborah y dijo:
—¿Qué opina, detective?
9
Debo admitir que el sorprendente desenlace de la reunión con el capitán Matthews me pilló fuera de juego, pero al menos ahora sabía por qué todo el mundo estaba actuando como ratas de laboratorio arrojadas a la jaula de los leones. A nadie le gusta que los federales intervengan en un caso. La única alegría consiste en ponerles las cosas lo más difíciles posibles cuando lo hacen. No obstante, Chutsky parecía un fajador tan ducho, que hasta ese pequeño placer nos iba a ser negado.
El significado del profundo enrojecimiento de la piel de Deborah constituía un misterio todavía más profundo, pero no era mi problema. Mi problema, de repente, lo veía un poco más claro. Tal vez penséis que Dexter es un poco lerdo por no sumar dos y dos antes, pero cuando la moneda cayó por fin lo hizo acompañada del deseo de darme un buen golpe en la cabeza. Tal vez toda la cerveza de Rita había reblandecido mis poderes mentales.
Pero estaba claro que la visita de Washington había sido suscitada por nada más y nada menos que la némesis personal de Dexter, el sargento Doakes. Habían corrido vagos rumores de que su servicio en el ejército había sido algo irregular, y yo me los empezaba a creer. Su reacción cuando vio la cosa sobre la mesa no había sido de estupor, indignación, repulsión o ira, sino algo mucho más interesante: la había reconocido. En el mismo lugar de los hechos había dicho al capitán Matthews lo que era, y con quién había que hablar al respecto. El tipo que había enviado a Chutsky. Por lo tanto, cuando pensé que Chutsky y Doakes se habían reconocido en la reunión, estaba en lo cierto, porque supiera lo que supiera Doakes sobre lo que estaba ocurriendo, Chutsky también lo sabía, y tal vez más aún, y había venido para acallar los rumores. Y si Doakes poseía información sobre algo semejante, tenía que existir una manera de utilizar su pasado contra él de alguna forma, para así liberar de sus cadenas al Pobre y Castigado Dexter. Era una brillante deducción de pura lógica calculadora. Agradecí el regreso de mi gigantesco cerebro y me di una palmadita mental en la cabeza. Buen chico, Dexter. Arf arf.